A mediados de los años 60, Rafael Sánchez Ferlosio abandonó el «grotesco papelón del literato». Era un escritor de referencia. Había publicado en 1955 El Jarama y andaba ya con sitio propio en la cumbre de las letras españolas del medio siglo XX. Cabía la certeza de que la suya estaba por ser una literatura sin límites, predestinada a lo incalculable. Feroz. Audaz. Aguda. Inteligente. Escrita con un poder del idioma que iba a permitirle practicar una obra de gran complejidad y sutileza, algo aún no dicho. Pero en ese instante decidió plegar, echar el pestillo por dentro, untarse de los hallazgos o propuestas de la Teoría del lenguaje del teórico Karl Bühler y zamparse unos centenares de cajas de anfetaminas. Todo junto. Fue su época legendaria, que él se ha encargado de cultivar y ver crecer lentamente, entre la ironía y la distancia.
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