Nunca me dijo que me quería
Me gusta acompañarla a la cama. Cerrar las persianas. Apagar el ambientador. Entornar la puerta blanca que barnizamos al principio de llegar a esta casa. Me gusta protegerla sin que se dé mucha cuenta. Amar sirve para anestesiar la pena. Alejar el fin de las cosas. Hacer de la vida algo más bello. Darle a eso que llaman estar aquí algo de sentido. Amar a alguien es lo que nos queda. Lo demás es pantomima.
«Me encantaba encontrarla en casa. Llegaba de trabajar y ella se había metido desnuda en mi cama o en mi cocina a picar almendras para hacer panellets. Un día me robó la llave, se hizo una copia y acabó en mi vida por allanamiento. Luego vino lo de comprar el piso, lo de pintar y llenar estanterías, lo de viajar a Roma y a Túnez. Nunca me dijo que me quería, pero a veces me agarraba una mano, la miraba como si me leyera el porvenir y se echaba a llorar», dice Ricardo F. Colmenero en Literatura infiel.
A veces me pone su mano en la rodilla y es como si se acabaran de pronto todas las guerras. El mundo se expande cuando alguien deja su mano sobre esos huesos sobresalidos en mitad de las piernas, como lo haría un pájaro cansado en una ladera. Una mano de otra persona en la rodilla es el triunfo de la evolución. Cuántos tumbos habrá dado el ser humano hasta regalar esa paz, esa serenidad de dejar cinco dedos sobre tu rodilla a la que un día habrá que poner una prótesis, como tu abuela materna, como tu madre, porque las rodillas se gastan, como todo en la vida, se deshacen de ir de aquí para allá picoteando, encontrando una mano que te quiera.
«A usted no le gusta oír la verdad. Me di cuenta hace mucho tiempo. Bueno, a mí hay muchas cosas que no me gustan en esta casa y lo mismo tengo que aguantármelas. Muchas, muchas cosas. Como tanto picoteo entre comidas. En esta casa de locos todo el mundo se la pasa picoteando», escribe Sue Kaufman en Caída libre.
Puedes adquirir Literatura infiel y Caída libre en: