Extracto del medio de comunicación
Épica y miserias del periodismo de guerra, según Ramón Lobo
La novela ‘El día que murió Kapuściński’ recorre los últimos conflictos del siglo XX y los primeros del XXI a través de la ‘tribu’ de reporteros que informan de ellos
Asegura Ramón Lobo (Lagunillas, Venezuela, 1955) que él no es el protagonista de El día que murió Kapuściński (Círculo de Tiza), sino que el físico y el humor de Roberto Mayo, un reportero de guerra con aires a Hemingway, están inspirados en Juan Carlos Gumucio (Cochabamba, 1949-2002) y no en él mismo. Los dos, periodistas de EL PAÍS, se conocieron cubriendo diversos conflictos bélicos, y a Gumucio está dedicado «este libro de ficción, que el tiempo dirá si es novela», según su autor. A él «y a todos aquellos que vivieron la edad dorada del periodismo de guerra».
Una época que fue tan buena como dura. Al igual que hizo en Isla África (2001) y Todos náufragos (2015), Lobo juega con la ficción, basándose en hechos reales que él ha vivido para llevar a los personajes hasta donde él no ha vivido. «Cojo la no ficción como base y me dejo ir. El libro me ha llevado, y mis protagonistas viven guerras en las que yo no estuve, como Ruanda, en la que usé historias de Alfonso Armada… Y de ahí sale el mosaico», reconoce su autor. «Gumucio murió al inicio del siglo XXI, y yo le he ido invadiendo», cuenta, aunque en la novela poco a poco va tomando peso y presencia la también periodista Amanda Bris: «Me fui enamorando de este personaje, y sí, he conocido a mujeres así».
Lobo también aprovecha para pasear por lugares y tiempos en los que ansió estar y no pudo o no le dejaron. «Desde luego, Beirut, pero yo entonces trabajaba en Radio 80, que era casi musical. O las primaveras árabes, que se encadenaron cuando yo había dejado EL PAÍS». Ramón Lobo entró en el ERE que afectó a este periódico en noviembre de 2012, idéntica situación laboral que vive su Roberto Mayo: «Para distanciarme trasladé la redacción y el diario a Londres, y así he podido ser libre y rendir homenaje a mi madre, británica, y al periodismo anglosajón». Y apostilla para quien busque similitudes: «No creo en las cárceles, y menos en la cárcel del rencor».
Lo mismo ocurre en lo personal, en un plano más alejado de lo profesional. ¿Vive Mayo momentos que hubiera deseado disfrutar Lobo? «Bueno, hay ciertos reconocimientos a hechos como que todos estamos un poco averiados familiarmente y por eso nos vamos a los conflictos». Pero se autodefine como un privilegiado: «He tenido la suerte de pillar la última etapa dorada de este estilo de periodismo. Si no tenemos ojos en los sitios, que además sean experimentados y con un paraguas ético, veremos lo que quieran que veamos. Y nunca será verdad».
Tampoco se queja el autor de la época actual del periodismo en Internet: «Es que a mí me sigue gustando el periodismo. Lo que no me gusta son los gerentes. Discutamos primero si la historia es buena y cómo contarla de la mejor manera posible. Después ya encararemos cómo hacerlo de la forma más barata. Hemos perdido, sobre todo en España, la visión que tenía el fundador del programa Sixty Minutes, que siempre preguntaba: ‘¿Dónde está la historia?’. En nuestro país es un problema cultural. Durante los cuarenta años de dictadura sufrimos una pérdida colectiva de honestidad, y aún no la hemos reconstruido. Eso afecta desde la corrupción política a la incapacidad de la gente de diferenciar las fake news de las noticias reales».