Extracto del medio de comunicación
Estilos de liderazgo: de Suárez a Trump
En su libro «El mito del líder fuerte. Liderazgo político en la Edad Moderna«, escrito de 2014 pero publicado en España el pasado mayo (editorial Círculo de Tiza), el politólogo e historiador británico Archie Brown critica a quienes ven en la concentración de poder en el presidente o primer ministro de un gobierno la condición esencial para el éxito de su gestión.
Suárez, líder «transformador»
Su acusada preferencia por un liderazgo compartido y colegial en el que el partido del líder tenga un papel destacado y sus recelos no solo ante el «líder-amo», sino también ante el liderazgo que el sociólogo alemán Max Weber bautizó como «carismático», no son óbice para que el historiador británico reconozca que en tiempos modernos ha habido líderes políticos «redefinidores», que transformaron la agenda política, ampliaron los límites de lo posible y lograron que triunfaran ideas nuevas (como Franklin Roosevelt en Estados Unidos, Willy Brandt en Alemania, o Margaret Thatcher en el Reino Unido); y hubo también excepcionales líderes «transformadores», que cambiaron radicalmente hacia mejor el sistema político o económico de su país.
Entre estos últimos cita, además de a De Gaulle, Mandela y Gorbachov, al presidente español Adolfo Suárez. Destaca de él su habilidad para persuadir a los comunistas de Santiago Carrillo de que aceptaran una monarquía constitucional; para conseguir que las Cortes franquistas aprobaran la Ley para la Reforma Política (con 425 votos a favor y solo 59 en contra); para organizar en 1977 las primeras elecciones democráticas, con participación de todos los partidos; para lograr que los nacionalistas catalanes y vascos moderados, sobre todo los primeros, apoyaran la Constitución de 1978; y, en fin, para lograr el apoyo general de partidos y fuerzas sociales a los Pactos de la Moncloa de 1977.
«España llevó a cabo una transición a la democracia consensuada gracias, en gran medida, al liderazgo de Suárez». No obstante, recuerda Brown, Suárez «no fue muy popular mientras permaneció en el poder. Su figura seguía demasiado asociada al régimen de Franco como para recibir la admiración de la izquierda democrática, y era demasiado liberal y conciliador con las opiniones antifranquistas para el gusto de las fuerzas más conservadoras (incluidos muchos oficiales veteranos del Ejército)». Suárez era muy consciente de la erosión de su autoridad política, y creía que si intentaba permanecer en el poder durante toda la legislatura pondría en peligro la democratización. Como le preocupaba más el destino de la democracia española que su pervivencia en el poder, a finales de enero de 1981 presentó su dimisión».
Según Brown, «Suárez no era en absoluto un líder carismático (de todos los políticos de la España posfranquista, quien más se acerca a esa categoría es Felipe González). Tampoco era un ‘líder fuerte’, en el sentido de que ejerciera un dominio sobre todos a su alrededor. Buscaba el consenso, y su estilo era colegiado. Hizo concesiones y logró compromisos, pero siempre con el fin de alcanzar el objetivo que perseguía sin descanso: la democracia. Logró lo que quería».
Héroes anónimos
Con posterioridad a la publicación de su libro, en una entrevista en febrero de 2017, el historiador británico atribuyó la victoria de Donald Trump en las presidenciales de 2016 a esos peligrosos anhelo y fascinación de muchos votantes americanos -entre ellos, los perjudicados por el proceso de globalización- por un «líder fuerte» con inclinaciones nacionalistas. Ya entonces señaló que «Donald Trump se cree que es un líder fuerte, pero es una ilusión» y vaticinó que en Estados Unidos «se pondrán a prueba los frenos y contrapesos (checks and balances) de los que el sistema político americano se ha mostrado siempre tan orgulloso».
El acierto del vaticinio lo confirmó el jueves pasado el inquietante artículo que, como señalaba ayer Clara Ruiz de Gauna, publicó en el New York Times, sin revelar su nombre, un alto responsable de la Administración Trump con el título «Soy parte de la resistencia dentro de la Administración Trump«.
El valor del artículo está en que es un colaborador de Trump quien confirma desde dentro los peligros que muchos percibíamos desde fuera:
«El presidente continúa actuando de una forma que es perjudicial para la salud de nuestra república. La raíz del problema está en la amoralidad del presidente. Cualquiera que trabaja con él sabe que sus decisiones no obedecen a ningún principio básico discernible. Aunque fue elegido como republicano, muestra escasa afinidad por los ideales defendidos de antiguo por los conservadores: libertad para las ideas, los mercados y las personas. Además de su noción de que la prensa es ‘el enemigo del pueblo’, los impulsos del presidente Trump son generalmente anti-comercio y anti-democracia».
El estilo de dirección de Trump tampoco sale bien parado:
«Su estilo de liderazgo es precipitado, antagonístico, mezquino e ineficaz. Las reuniones con él se desvían del asunto, degeneran en diatribas reiterativas y su precipitación se traduce en decisiones poco meditadas e incluso temerarias que luego hay que rectificar. Es imposible saber si cambiará de opinión en cuestión de minutos».
El anónimo articulista pretende tranquilizar a los americanos cuando afirma que hay «héroes desconocidos» (unsung heroes) en la Casa Blanca y sus inmediaciones. «El dilema, que Trump no entiende del todo, es que muchos de sus colaboradores se afanan por frustrar desde dentro partes de su agenda y sus peores inclinaciones. Los americanos deben saber que ‘hay adultos en la habitación, que somos conscientes de lo que está pasando y que tratamos de hacer lo correcto, aunque Trump no quiera».
Buen gobierno
No es sorprendente que Bill Gates considerara el documentado estudio de Archie Brown el mejor libro sobre liderazgo que ha leído, pues como señala el propio Brown algunos de sus argumentos se refieren al liderazgo en sentido amplio, no solo al político, y los estilos de liderazgo son fundamentales para cualquier organización.
En efecto, la idea central que inspira las recomendaciones contemporáneas sobre buen gobierno de las sociedades cotizadas es casi idéntica a la que Brown formula sobre las democracias contemporáneas:
«La idea -muy peligrosa y difundida- de que en las democracias contemporáneas un líder es mejor cuanto mayor control ejerce sobre su partido político y su Gabinete es ilusoria. A menudo se califica de débil el liderazgo colegiado y no se tienen en cuenta las ventajas que ofrece un liderazgo político colectivo». «Un líder necesita colegas con experiencia que sepan lo que hacen y no duden en expresar su desacuerdo con la persona a la que informan y que preside las deliberaciones».
Lo inquietante se produce cuando el líder mesiánico, vanidoso e impulsivo al que algunos héroes anónimos se afanan por refrenar no está al frente de una gran empresa, sino de la primera potencia mundial.