Extracto del medio de comunicación
¿CUÁLES SON LOS MOTIVOS POR LOS QUE EL MUNDO OCCIDENTAL VIVE SUMIDO EN LA ERA DEL DESENCANTO?
El periodista Javi Gómez nos muestra un retrato de un tiempo, el nuestro, lúcido, incisivo y ameno.
La cultura de Silicon Valley, con sus promesas de democracia y transparencia total, inoculó en el mundo una utopía, a la vez veneno y bonito placebo. Google horneó el futuro con minúscula, el que nos permite predecir el tiempo, comprar billetes de avión o acceder al sexo deslizando un pulgar sobre una pantalla táctil. La apariencia de un mundo que se hace más accesible a medida que se vuelve más irreal.
“Durante la segunda etapa, creímos en el credo de Silicon Valley como un billete de ida para
la salvación eterna. O, al menos, para hacernos más ameno el camino a quién sabe dónde
y evitarnos mientras tanto tener que rebuscar una canción pudiendo apretar el botón de Shazaam. Políticamente esto coincide con gobernantes optimistas y voluntaristas, como Barack Obama o José Luis Zapatero, y con Steve Jobs, que era el verdadero presidente del mundo y pensaba que el cáncer podía curarse con zumos. Los derechos civiles, la globalización, las renovables, los emoticonos y las bicis de madera ofrecieron una vía de escape. Como esas vitrinas hipsters que camuflan un comercio con cuatro cachivaches en las estanterías. Ignoras del todo qué venden y cómo consiguen llegar a fin de mes, aunque los productos molan eres inequívocamente el peor vestido del negiocio. En efecto, no estábamos llegando a fin de mes. Y la trastienda económica era mucho menos cool que el escaparate.”
Las páginas de La Gran Desilusión de Javi Gómez contienen un repaso ácido que, con tantas dosis de humor como de rigor, analiza en qué momento el ideal del progreso colectivo mutó en el reinado de la devaluada expectativa individual. Una época lastrada por las siete desilusiones que han transformado el tablero de juego de nuestras vidas: decepción política, crisis económica, manipulación de la verdad, miedo a la libertad, insatisfacción, nostalgia cultural y la gran impostura de la revolución tecnológica.
“Los móviles son el instrumento último del individualismo. Vivimos, compramos, sufrimos, ligamos y estudiamos através de ellos. La mayoría recordamos nuestra vida antes del teléfono de bolsillo. Los nacidos entre 1995 y 2012, no. Si los millenials son la generación que creció con Internet, éstos son la generación iPhone. Si les dijera que son los humanos con mayor posibilidad de sufrir de depresión crónica, pensarían que exagero. Por eso se lo va a contar en mi lugar Jean M. Twenge, profesora de Psicología de la Universidad de San Diego.
El titular de su investigación, publicada en The Atlantic estaba perfectamente escogido para llamar la atención: ¿Han destruido los smartphones a una generación?” El contenido, perfectamente escogido para demostrarlo.
Todas las encuestas nacionales sobre adolescentes en Estados mostraron un cambio en 2012. A Twenge le llamó la atención una creciente propensión a padecer una crisis mental… ¿Qué hizo de 2012 el punto de inflexión un empeoramiento mental de la juventud? ¿Por qué a todos los chavales se les fue la pinza al mismo tiempo? Jean M. Twege tiene claro que la respuesta estaba en sus bolsillos. El smartphone ha cambiado el eje vital de una nueva generación. La soledad de la pantalla es le mejor caldo para la depresión, que es el nuevo resfriado social. La enfermedad más contagiosa y extendida.”
Vivimos en un tiempo de expectativas tan descomunales como incumplidas. Los datos, testarudos, demuestran que cualquier tiempo pasado no fue mejor. Pero la Gran Desilusión sigue al acecho, abrazada a la nostalgia. No es el fin del mundo. Sólo el fin de un mundo.
“Digamos que la palabra global, por si no lo habían notado, ha dejado de sonar bien. Pero hay más transformaciones, psicológicas y a la vez colectivas, bamboleos de masas, que acrecientan una sensación de naufragio: las fake news han disfrazado y cuestionado el concepto de verdad, las redes sociales han creado nuevas adicciones egocéntricas y acelerado un frenético debate público, la utopía de la economía colaborativa ha devenido en unas corporaciones colosales pero casi invisibles fiscalmente, la nostalgia se ha convertido en un nocivo valor al alza –ya sea en las sagas de superhéroes, con el revival del cassette o en manos del populismo nacionalista– y surge una nueva moral censora, como siempre en momentos de zozobra, que pretende limitar la libertad de expresión y los límites del humor.
El icono se ha impuesto al verbo. El sentimiento al razonamiento. El logo se ha zampado al logos.
Pequeños derrumbes, incertidumbres inesperadas, una sociedad insegura, el culto al flashbacks y la máquina del Futuro, encasquillada para rato. Sean bienvenidas para rato. Sean bienvenidos a nuestra época. Pasen, tomen asiento y contemplen…la Gran Desilusión.”