Extracto del medio de comunicación
Nos vemos en los bares
Después de la familia y los amigos, lo que más extraña uno de Galicia cuando «se está fuera» -esa expresión carcelaria que nos recuerda que toda ausencia de patria es un exilio- son sus bares. El bar (de pueblo o de barrio) simboliza, entre otras cosas, el estado del bienestar. No hay lugar más democrático e igualitario que una barra. Cerca de ella se pueden congregar personas de distinta clase social e ideología que, sin embargo, no tienen por qué segregarse para beber y charlar.
Un bar a primera hora de la mañana na nosa terraes un fresco socialdemócrata. Allí podemos encontrar a estudiantes y abogados desayunando, jóvenes y no tan jóvenes tomando las últimas copas de la noche anterior, basureros haciendo un descanso y pensionistas leyendo el periódico. El bar, además, representa una patria dentro de una patria: un territorio inexplorado donde se desarrolla una pequeña sociedad hecha a la medida de sus pobladores, quienes, después de descubrirlo, pretenden colonizarlo imponiendo su lenguaje y sus costumbres. En los bares hay peleas (en ocasiones para tratar de averiguar quién manda en el local), juego (las máquinas tragaperras) y amor (¿cuántas parejas se habrán formado entre sus paredes?). Pero, sobre todo, en ellos se puede vislumbrar, insisto, un sistema político; una filosofía; una tradición; una cultura.
Mientras haya bares, de Juan Tallón, nos ayuda a comprender esto. Tallón, escritor gallego que afina la realidad con su mirada, es columnista de El Progreso y colaborador del diario El País y la revista Jot Down. Su libro aborda con ingenio e inteligencia la cuestión del bar y sus circunstancias. («Un pueblo que pierde la capacidad para convocar una reunión alrededor de la barra de un bar, es un pueblo muerto. Da igual que tenga habitantes. Como pueblo, es un cadáver», dice el contundente subtítulo de la obra). Sin embargo, Mientras haya bares no solo versa sobre bares: el libro, en sí mismo, es un bar. Leerlo es como ponerte a conversar con unos amigos alrededor de tercios de 1906 repartidos por la mesa. Por eso conviene hacerlo lentamente, saboreando cada página y reservando algo para el día después, no vayamos a pillar una buena cogorza. Se trata de una recopilación de artículos publicados en la prensa, pero todos ellos agrupados constituyen -sorprendentemente- una coherente historia personal, la cual puede servir también como un creativo manual de instrucciones para afrontar con dignidad las bofetadas que a veces nos da la vida. Los lectores hallarán útiles consejos («los halagos son un peligro. Siempre acabas creyéndolos. De hecho, solo tú te los crees»), interesantes observaciones sobre aquellos que «tiran» las cervezas («no he respetado menos a los camareros que a mis padres. Ellos te hidratan, te cobran, te sujetan a menudo la cabeza cuando vomitas, cosa que rara vez hará tu madre») y algunas reflexiones trascendentales («todo procede de la ignorancia. La literatura, el arte, todo lo grande, inteligente y bello parte del cero profundo»).
Se nota que Tallón forma parte del paisaje y conoce bien el negocio. No se detecta en él ni rastro de impostura. Lo que vemos/leemos está ocurriendo de verdad, aunque solo sea en la mente de quien lo cuenta. Por lo tanto, no miente jamás, por muchas licencias literarias que se tome y por muy extravagantes e inverosímiles que puedan parecer algunas de sus vivencias. El autor no está solo. Le acompañan una larga lista de escritores (John Cheever, William Faulkner, Álvaro Mutis, Juan Carlos Onetti, Kafka, Hemingway, Kerouac, John Fante, etc.), actores (Kevin Spacey, Robert Mitchum, Edward G. Robinson), cineastas (Sam Peckinpah, Alfred Hitchcock), filósofos (Hegel, Nietzsche, Kant) y músicos (Paul Wittgenstein, Richard Wagner). Todos entran en el escenario y salen de él como si se tratara de una obra teatral cuyo protagonista, obviamente, es Juan Tallón, que relata sus aventuras cotidianas apoyado en la barra, observándonos escépticamente, pidiendo una ronda tras otra, haciéndonos sentir a todos como en casa estemos donde estemos y dejando a los lectores, sus más fieles clientes, con unas ganas tremendas de volver a beber con él. De seguir recordando (y bebiendo en) Galicia.