Extracto del medio de comunicación
Así se destruyen los mitos literarios: de Umberto Eco a Foster Wallace
Alfonso Berardinelli es el crítico maldito de Italia y arremete contra todo lo que se considere sagrado en ‘Leer es un riesgo’.
Lo llaman «el francotirador». Dicen que es el crítico cultural más mordaz y sedicioso de toda Italia. Es su Ignacio Echevarría, su Alberto Olmos, su Carlos Boyero. Alfonso Berardinelli (Roma, 1943) cree que el intelectual debe ser un misántropo, porque «la misantropía, en cierto sentido, es una de las bases del carácter de ese individualismo y de ese sentido de la libertad individual que necesitan las democracias, porque, de lo contrario, se convierten en meros regímenes de masa». Berardinelli es un anacoreta, un antimoderno, un tecnófobo de médula. Tiene para todos y aún le sobra. En una ocasión dijo sentir ser «una especie de anarquista radical que por discreción interpreta el papel de liberal-democrático». Piensa. Lee. Escribe. No tiene demasiado dinero ni demasiados amigos. El establishment lo expulsó, o tal vez fuese él quien se apartó a propósito.
Contra Umberto Eco
En Leer es un riesgo (recién publicado por Círculo de Tiza), el crítico defeca por escrito en cualquier cosa que alguien llame sagrada. Como en el intocable italiano universal, Umberto Eco. De él dice que es un conglomerado de «erudición y lugares comunes, semiótica y cultura de masas, pedantería y chascarrillos»; que sólo se le cita para tener razón; que Eco -«prestigioso baluarte de la izquierda»- se parece a Silvio Berlusconi «más de lo que él se cree»: «Son dos hombres a los que les mueve una irresistible vocación demagógica y populista», escribe. «No gustar al gran público, no recibir aplausos, es lo que más les aterroriza». Berardinelli sostiene que Eco es «un auténtico posmoderno», un «moralista incansable del buen humor y del entusiasmo», un ser empeñado en homologarlo todo -la alta cultura y la baja, la tradición y la vanguardia-. Confiesa que a veces lo lee y cree que está de guasa.
Para David Foster Wallace tiene también antídoto: pone en entredicho su nihilismo, su ansia por el éxito literario, su estilo de vida obsesivo hasta el suicidio. Cree que para destruirlo sólo hay que leer a Melville, que entendió la otra cara de la realidad, es decir, que hay una Ballena que es «superior al hombre, más fuerte, más terrible, blanca y sin rostro; es la realidad natural y divina, indomable e incognoscible, que muestra al hombre la mezquindad subyacente a sus pasiones y a sus propósitos más insignificantes». Viene, claro, aderezado de devoción por la Biblia. Al crítico no le convence que Foster Wallace se sitúe en esa posición «reservada tradicionalmente a Dios». Sí, como Nietzsche.
LIBROS CRÍTICA SUBVERSIVA
Así se destruyen los mitos literarios: de Umberto Eco a Foster Wallace
Alfonso Berardinelli es el crítico maldito de Italia y arremete contra todo lo que se considere sagrado en ‘Leer es un riesgo’.
Lo llaman «el francotirador». Dicen que es el crítico cultural más mordaz y sedicioso de toda Italia. Es su Ignacio Echevarría, su Alberto Olmos, su Carlos Boyero. Alfonso Berardinelli (Roma, 1943) cree que el intelectual debe ser un misántropo, porque «la misantropía, en cierto sentido, es una de las bases del carácter de ese individualismo y de ese sentido de la libertad individual que necesitan las democracias, porque, de lo contrario, se convierten en meros regímenes de masa». Berardinelli es un anacoreta, un antimoderno, un tecnófobo de médula. Tiene para todos y aún le sobra. En una ocasión dijo sentir ser «una especie de anarquista radical que por discreción interpreta el papel de liberal-democrático». Piensa. Lee. Escribe. No tiene demasiado dinero ni demasiados amigos. El establishment lo expulsó, o tal vez fuese él quien se apartó a propósito.
Contra Umberto Eco
En Leer es un riesgo (recién publicado por Círculo de Tiza), el crítico defeca por escrito en cualquier cosa que alguien llame sagrada. Como en el intocable italiano universal, Umberto Eco. De él dice que es un conglomerado de «erudición y lugares comunes, semiótica y cultura de masas, pedantería y chascarrillos»; que sólo se le cita para tener razón; que Eco -«prestigioso baluarte de la izquierda»- se parece a Silvio Berlusconi «más de lo que él se cree»: «Son dos hombres a los que les mueve una irresistible vocación demagógica y populista», escribe. «No gustar al gran público, no recibir aplausos, es lo que más les aterroriza». Berardinelli sostiene que Eco es «un auténtico posmoderno», un «moralista incansable del buen humor y del entusiasmo», un ser empeñado en homologarlo todo -la alta cultura y la baja, la tradición y la vanguardia-. Confiesa que a veces lo lee y cree que está de guasa.
Contra David Foster Wallace
Para David Foster Wallace tiene también antídoto: pone en entredicho su nihilismo, su ansia por el éxito literario, su estilo de vida obsesivo hasta el suicidio. Cree que para destruirlo sólo hay que leer a Melville, que entendió la otra cara de la realidad, es decir, que hay una Ballena que es «superior al hombre, más fuerte, más terrible, blanca y sin rostro; es la realidad natural y divina, indomable e incognoscible, que muestra al hombre la mezquindad subyacente a sus pasiones y a sus propósitos más insignificantes». Viene, claro, aderezado de devoción por la Biblia. Al crítico no le convence que Foster Wallace se sitúe en esa posición «reservada tradicionalmente a Dios». Sí, como Nietzsche.
Contra el lector digital
En su ensayo Yo ya no leo, soy digital, Berardinelli ironiza sobre el impacto de las nuevas tecnologías en la creciente estupidez del ser humano. Habla de los nuevos «amigos» que dan las redes, de las realidades virtuales, de jugar a las cartas con uno mismo, de leer algunas líneas de muchos artículos: aquí quien se aburre es porque quiere. «No soy pasivo, soy interactivo. Y todo esto sin abrir un solo libro. Sé más (virtualmente puedo saber más) de literatura latina que un viejo filólogo. No tengo memoria. Y, sin embargo, mi memoria es infalible», mordisquea.
«Leer es innecesario. Te hace sentir out. Los libros cuestan dinero y acumulan polvo». Continúa: «Además, el autor es autoritario. Pretende que acepte su manera de hacer avanzar la historia, su forma de iniciarla y concluirla. Me impone sus gustos. El libro es antidemocrático, es anacrónico. ¡Dejad de decir que leemos poco! Cada vez leeremos menos. Somos más libres. Y virtualmente siempre sabremos más».
Contra los nuevos poetas
Berardinelli lo tiene claro: ya no hay poetas publicables. Dice que la lástima es que se abran colecciones de poesía que después no saben con qué llenarse. Entonces llega el amigo, y el amigo del amigo, después el que tiene poder; más tarde el que insiste, el que te lo hará pagar muy caro y el que amenaza con suicidarse. Mientras, la crítica de poesía o bien se lo traga todo, o bien guarda silencio. «Para escribir el 90% de los poemas italianos que circulan hoy en día, no se requiere ninguna cualidad».
Todos somos libres de crear, de expresarnos y de publicar. Además tenemos derecho a ser considerados poetas si lo deseamos con mucha fuerza, si estamos firmemente convencidos de serlo
Por eso todos somos poetas. «El pueblo ha tomado el poder poético, ¡hurra!», ironiza de nuevo. «Todos somos libres de crear, de expresarnos y de publicar. Además tenemos derecho a ser considerados poetas si lo deseamos con mucha fuerza, si estamos firmemente convencidos de serlo (…) independientemente de la calidad, el valor o el interés de lo que hayamos escrito». Lo llama «populismo poético»: un inocente lector perseguido por veinte poetas que reclaman el «derecho a que se los lea».
Contra la escuela y el matrimonio
El crítico se desaprendió en el colegio. «¿Qué otra cosa puede hacer quien se siente en la cárcel?». Se sentía un clandestino, un rehén. Se preguntaba quién enseñaba a los profesores. Creía que los libros de texto deberían usarlo sólo ellos. Su revuelta dura desde la infancia a la edad adulta: leyendo a Balzac en Fisiología del matrimonio confirmó que la idea de pasar por el altar era descabellada -y eso que lo hizo una vez-: «Descubrimos la rueda y la pólvora, es decir, esa repugnante banalidad o eterna verdad según la cual ‘el matrimonio es la tumba del amor’ (…) Es uno de los lugares comunes más ridículos, impresentables y obsoletos».
Berardinelli cita a Balzac -«¿Por qué resulta tan raro que un matrimonio sea feliz?»- e incluso le responde -«Porque para que este fenómeno moral tenga lugar, hacen falta personas maravillosas, y las personas maravillosas rara vez coinciden»-. Está de acuerdo con el novelista francés en que los amigos de los cónyuges son peligrosos porque se meten en la relación; en que el adulterio es una terapia; en que «ser amada es el objetivo de todos los actos de una mujer»; y en que los hombres más propensos a ser traicionados son los que pasan más tiempo fuera de casa. El arte de amar, dice, pasa por no firmar contratos, así que lamenta que los homosexuales hayan exigido su derecho al matrimonio. ¡Ellos que, históricamente, habían amado de verdad, sin reglas! «La burguesía es eterna: antes o después todos los rebeldes acaban dentro de ella».