Extracto del medio de comunicación
Personajes admirables
Las conferencias aportan a las arcas de los Clinton 25 millones de dólares al año. Bill y Hillary son una máquina de ganar dinero. Paradójicamente, tratan con ellas de sensibilizar a la gente sobre la pobreza. Contratar al expresidente o a la ex secretaria de Estado con sus fábulas morales no sale por menos de 325.000. Más allá de lo que puedan explicar, sin duda la gente paga por ver a gente que admira. Una encuesta de la consultora demoscópica YouGov sitúa a Bill Gates y a Angelina Jolie en cabeza de las listas de los más admirados. Se trata de otros dos millonarios comprometidos. El poder seduce, aunque nos gusta saber que las personas que nos agradan sean socialmente sensibles.
Coincidiendo con estas noticias, acaba de llegar a mis manos un libro de Juan Cruz, titulado Toda la vida preguntando (Círculo de Tiza), que es una joya editorial. Por sus páginas desfilan personajes que ha entrevistado a lo largo de una vida. Uno de ellos, José Luis Sampedro, respondió así a la cuestión de a quién admiraba: “Yo no admiro a las gentes por su poder, ni por su dinero. Eso no me interesa nada, a mí me interesa la capacidad de comprender. Valoro en los demás algo que no creo tener mucho, que es la intuición profunda y certera.
A mí me cuesta trabajo descubrir cosas y hay gente que las descubre a la primera. Pero, sobre todo, a mí lo que me interesa es el comportamiento de las personas con los demás. Admiro a los que se comportan con los inferiores como a mí me parece obligado”.
Una buena reflexión para tiempos de mudanza política y social. Calificar a alguien de buena persona no es una simpleza. Lo malo es que a veces nos damos cuenta demasiado tarde de quién merece tal consideración. Abundan los caraduras con pinta de santo en la vieja política, pero también en la novísima.