Extracto del medio de comunicación
Loreto Sánchez Seoane: «Las mujeres seguimos siendo una excepción»
Loreto Sánchez Seoane (Madrid, 1989) es lectora, periodista y escritora. Su primer libro, Te quiero viva, burra (Círculo de Tiza), materializa el tránsito entre estas tres ocupaciones: todo comenzó con la lectura, que le permitió profundizar en las biografías de una serie de mujeres que, desde su prisma, han sido desplazadas del lugar que les corresponde en la historia. Como periodista empezó a recogerlas, una tras otra, en una serie de textos publicados en El Independiente, donde ejerce su oficio a diario. Todo ha desembocado en la escritura de un volumen que es como un mapa nervioso, un diagrama de conexiones imposibles que recorre el mundo y levanta la arena: Alejandra Pizarnik, Alfonsina Storni, Lee Krasner, Rosalind Franklin, Amy Winehouse, Sylvia Plath, Dora Maar, Violeta Parra, Hedy Lamarr; algunos de los nombres que componen esta biografía escrita a múltiples manos, muchas sin nombre, muchas aún pendientes de ser desenterradas. Seguidnos, que empezamos:
—Te quiero viva, burra. ¿Una presentación?
—El libro nació cuando cambié de trabajo: de El Mundo a El Independiente. Aquí la sección de cultura es pequeña, pero muy libre. Me planteo escribir una serie de perfiles sobre mujeres en el momento en que digo hoy es el aniversario del nacimiento de Sylvia Plath y me doy cuenta, para mi sorpresa, de que en mi redacción muchas personas no saben nada sobre ella. Cuando acumulaba ya un buen número de perfiles publicados —concretamente, después de escribir el de Alfonsina Storni— recibí una llamada de mi editora para preparar el libro. Seleccionadas todas las mujeres que iban a integrarlo, me di cuenta de que todas tienen un nexo de unión: a cada una de ellas se llega a través de otras dos, siempre hay dos o tres mujeres que sirven como inspiración previa. Todas ellas son eso, en cierto modo: inspiración para las que vienen después. Quería… revivir a estas mujeres a las que hemos abandonado y frecuentemente malentendido.
—Sus biografías construyen una especie de árbol genealógico de excepciones: no dejan de ser mujeres concretas cuya biografía sucede a pesar de sus contextos.
—Ninguna de estas biografías es fácil. Las vidas de estas mujeres fueron complejas, pero no únicamente porque ellas lo fuesen, sino porque sus contextos las obligaron a combatir de forma continua: no solo contra una serie de estereotipos, sino también frente a la sociedad, a sus maridos, a sus parejas… Creo que por eso son tan pocas y excepcionales: porque había que ser muy valiente y estar un poco loca para atreverse a hacer ciertas cosas, que exigían mentes muy fuertes y preclaras.
—Has elaborado una lista de mujeres transdisciplinar: la mayor parte de ellas pertenecen al ámbito cultural, pero también hay un buen número de científicas. Están, eso sí, todas relacionadas con profesiones que generan impacto sociocultural, que modifican nuestra forma de ver el mundo.
—Sí, son profesiones con una relevancia pública importante. Mira el caso de Rosalind Franklin: hay pruebas de que esta mujer fue la que descubrió la estructura del ADN; le robaron el descubrimiento sin que nadie dijese nada al respecto. La firma de una mujer quitaba prestigio a cualquier cosa, bien fuese un libro o un descubrimiento científico. En el ámbito musical la presencia femenina quizá fuese mayor, aunque siempre necesariamente ligada a algún rasgo físico que llamase la atención, más allá del talento.
—El caso de Amy Winehouse, el ejemplo más reciente de todo el libro, nos hace pensar no sólo en la herencia recibida, sino en cuáles son los parámetros dentro de los cuales trabajan las artistas actualmente. Recuerdo que, el pasado mes de diciembre y con motivo de su trigésimo cumpleaños, Taylor Swift sacó un comunicado hablando precisamente de esto, de cómo siempre ha tenido encima esta mirada condescendiente, este paternalismo construido en base a ideas preconcebidas del siguiente perfil: escribe canciones para mujeres; probablemente alguien le haya ayudado con la producción de su música…
—Nos sigue llamando la atención que una mujer haga ciertas cosas. Parece que detrás de Taylor Swift tiene que haber un equipo porque resulta inconcebible que ella sola pueda hacer todo eso: es demasiado guapa y canta demasiado bien como para que encima sea inteligente. Si le pasa a Taylor Swift, que puede ser una de las mujeres más poderosas del planeta, imagínate a cualquier otra. Parece ser que tienen que protegernos porque vamos a equivocarnos, porque no vamos a saber a hacerlo, porque vamos a meter la pata.
—Muchas de las mujeres de las que hablas aquí tienen el condicionante de proceder de una clase social baja: es verdad que el hecho de ser mujer te condiciona a pesar de tu contexto social, pero al final son frentes de opresión que se acumulan.
—Yo creo que el problema de ser mujer es transversal a cualquier clase social; creo incluso que, en ambientes de mucho dinero, la mujer se queda todavía más enterrada en un segundo plano. En la clase obrera la mujer también trabaja, tiene que trabajar; en cambio, en la clase alta, no pasa nada porque la mujer no haga nada.
De igual manera no concuerdo del todo, dado que hay muchas mujeres en el libro, particularmente de la época de la Segunda Guerra Mundial, que procedían de muy buenas familias. Hay muchísimas mujeres judías con una educación… no más abierta, pero sí con mejor educación: eran familias que se preocupaban de que sus hijas tuviesen una buena educación —aunque las restringiesen, mayormente, a campos artísticos—. Algunas eran mujeres de clase media o alta, aunque mira después lo que pasa: Gertrud Kolmar era de clase alta y acaba metida en un apartamento para judíos, con su padre y ella en la misma habitación.
—¿Crees que existe el riesgo, a la hora de mirar hacia el pasado y las biografías de estas mujeres, de mitificarlas de una manera que las deshumanice?
—Existe. Las convertimos en mitos, las ponemos muy arriba. En realidad todo esto no tiene un componente melancólico, ni romántico: por eso creo en mi enfoque. No quiero contar sólo lo que estas mujeres hicieron bien en sus vidas, ignorando sus defectos, no: quiero mostrar que todas ellas eran simplemente mujeres dedicadas con éxito a un campo, pero también totalmente imperfectas, con defectos, manías, capaces de portarse mal con sus padres, incluso de abandonar a sus hijos… Si yo te digo que Florbela Espanca escribía muy bien, parece que tenga que haber sido necesariamente una persona maravillosa; es como si, al encontrarle un defecto, su literatura tuviese que venirse abajo por fuerza. Ha pasado un poco esto con el último premio Nobel (Peter Handke): puede escribir que te cagas, pero sus ideas políticas… ¿qué provocan? Provocan un rechazo hacia su literatura. A veces nos disgusta conocer los defectos de las personas que admiramos, porque parece que así se desmonta toda su obra, lo cual no es verdad: puedes ser una hija de puta y escribir los mejores poemas del mundo, lo cual no quita que dejes de ser una hija de puta.
—Es importante comprender a los creadores como seres humanos, pero, y precisamente por eso, ¿no es también importante juzgarlos convenientemente?
—Está claro: si Gertrud Kolmar no llega a ser la judía que muere en Auschwitz y llega a ser la alemana que mata judíos… habría pasado a la historia, como es lógico, como la alemana que mataba judíos. Pero además de eso habría seguido siendo poeta. Son facetas separadas, igual que puedes ser un gran médico y, al mismo tiempo, un maltratador en casa. Por eso pensé que era importante contarlo todo y no mitificarlas, decir: oye, mira, dado que es una poeta maravillosa lo más probable es que toda su vida fuese maravillosa. Pues no. Era una poeta maravillosa pero hizo cosas mal.
—Lo que sí comparten las mujeres que aparecen en este libro es que son víctimas en dos direcciones: en primer lugar, de lo estructural; después y en la mayoría de los casos, también de sus circuitos de intimidad. De sus padres, maridos, parejas, hermanos.
—Ahora tenemos un problema estructural muy grande: imagínate hace 100 años. Todas estas mujeres comparten el problema de haber nacido en una época errónea para las ideas o ilusiones que tenían. Y si te fijas… todas tuvieron un problema central con un hombre; bien su marido, su hijo, su maestro o sus compañeros de trabajo. Y no es sólo eso, sino que ellas mismas, dada la situación en que vivían, daban un paso atrás: tienes a Lee Krasner detrás de Pollock, a Dora Maar siguiendo a Picasso, a Marion Mahoney oculta tras la figura de Walter Burley Griffin. En todos esos casos se da el mismo patrón: estoy trabajando con mi marido, sí, pero, ¿qué tengo que hacer para que me hagan caso? Dar un paso atrás. El problema es la estructura social: presentar al hombre como fuerza creadora, como talento; a la mujer como una persona débil con ciertos límites e incapacidades.
—El libro también registra el leitmotiv de la mujer que trabaja paralelamente con su marido y que, en el momento en que éste muere o se separan sus caminos, frena por completo su carrera.
—El libro está dividido en tres partes, y las mujeres a las que haces referencia son las que he decidido denominar Vigas: personas que, cuando estaban solteras, se dedicaban bien a la pintura, a la escritura o a cualquier otro campo… y que en el momento en que se casan retroceden al ámbito doméstico; parecía que dos no podían brillar y, si alguno tenía que hacerlo, ese era por supuesto el talento masculino. En el caso de que se separasen después, ellas o bien resurgieron o se quedaron con la sensación de que ya no tenían nada que hacer; con el sentimiento de que el que tenía talento era el otro. Existe una fuerte autocensura en muchas de ellas.
—Es interesante plantearse cómo se puede traer todo esto al presente, con las complejidades que comporta en todos sus niveles discursivos. Plantearse hasta qué punto el discurso feminista puede ser capitalizado y empleado por las estructuras de poder para que lo asumamos sólo hasta un límite determinado, un límite que permita mantener el status quo. El caso de Amy Winehouse es interesante porque refleja precisamente esto: no se niega su talento, no se niega que ella fuese la voz creadora, pero sigue existiendo esta fagocitación de su imagen y su repercusión, esa mitificación de otro tiempo.
—Creo que el movimiento feminista ya ha sido tomado o controlado en cierto modo: se dice que sí a ciertas reivindicaciones sin rascar e ir a la profundidad de las cosas, que es lo que importa. Es como limpiar los cristales y dejar el suelo sucio: lo que se ve por fuera es muy bonito, pero si entras todo está hecho una mierda.
¿Cuál es la manera correcta para recuperar a estas mujeres? La misma que para recuperar a los hombres. Simplemente tienen que formar parte de la historia. ¿Qué es eso de que, hasta hace poco, la Generación del 27 fuese exclusivamente masculina? Barrimos de la historia, de un plumazo, a mujeres que tuvieron mucha fuerza y poder en esa generación, consideradas brillantes por sus coetáneos. Yo tengo un hijo de dos años y espero que, cuando él llegue a la educación secundaria, la historia ya no sea una cosa masculina. Así que lo primero que tenemos que hacer para recuperar a estas mujeres es restaurar su lugar en la historia y estudiarlas desde ahí. Esa será la forma de equilibrar la balanza. Nos estamos quedando sólo con un trozo de todo el conocimiento posible: ellas forman parte de lo que nos estamos perdiendo. Podemos sacar 80 libros como este, pero hasta que el sistema educativo no se reformule de tal manera que las mujeres sean introducidas en la historia, recuperarlas será imposible.
—¿Piensas que actualmente se ha trascendido ya la excepcionalidad de este tipo de figuras? ¿Tiene hoy la mujer un papel realmente transversal en el mundo de la cultura y la creación?
—Ellas han ayudado mucho, pero evidentemente queda mucho por hacer. Por ejemplo, seguimos hablando de literatura femenina: ¿eso qué es? ¿Desde cuándo colocamos etiquetas por razón de género a lo literario? Nos queda muchísimo, aunque claro que hemos avanzado: ahora es más fácil que una mujer sea escritora, pueda publicar, ganar dinero, ser reconocida por sus compañeros. Pero eso no implica que hayamos dejado de ser una excepción. Las mujeres seguimos siendo una excepción en muchísimos ámbitos. Ahora, por ejemplo, me está encantando esta especie de boom de la maternidad. ¡La mitad de la población se queda embarazada y sigue pareciendo que nos da repelús hablar de ello! ¿Qué es lo que nos da tanto reparo? ¿Hablar de la maternidad, el parto y la regla? Nuestras vivencias siguen siendo vivencias de segunda fila. El mundo, como decía Laura Freixas en una conferencia que compartimos el otro día, sigue siendo una cosa básicamente masculina.
—Todo el boom de la maternidad que comentas puede formar parte de un giro político al asunto de la literatura femenina, que tradicionalmente se ha concebido como un calificativo condescendiente y empieza a empuñarse con vocación reivindicativa; cruzando barreras de género con el cuerpo como materia literaria, deshaciendo tabúes en torno al cuerpo de la mujer.
—Me parece importante la fuerza política de la reivindicación literaria, pero creo que el cambio verdadero viene desde abajo: cuando la gente esté algo más acostumbrada y sensibilizada, ahí se puede producir un cambio más grande. Hace poco salió a la luz que un profesor proyectó en su clase el vídeo en que Ana Orantes denunciaba los malos tratos recibidos por su marido; varios padres denunciaron al profesor. Lo mismo ocurre con la eliminación de talleres LGBTi de los colegios. Estamos eliminando espacios posibles de reflexión para los niños; para que piensen, por ejemplo, por qué dentro de la opresión sufrida por todo el colectivo, un hombre homosexual está socialmente mucho mejor posicionado que una mujer lesbiana.
—¿Es posible que ese miedo a la palabra exista porque la palabra puede, realmente, desestabilizar los sistemas vigentes de poder?
—¿Qué sistemas de poder? ¿Qué les duele, que les quitemos cierta fuerza? ¿Fuerza para qué, para tener a la mujer todavía controlada? Cuando muestras a un niño lo que le ocurrió a Ana Orantes con su marido, estás enseñándole todas las pautas que siguió ese hombre en su escalada de violencia. Le estás diciendo a ese niño que eso está mal, estás enseñándole el sufrimiento que esas conductas generan en los demás y estás certificando que la sociedad las condena. Y a las niñas les estás ofreciendo un espacio de seguridad. Estoy harta de que nos digan a las mujeres que tenemos que ir con cuidado. ¡Yo no quiero ir con cuidado!
—Otra cosa que refleja bien Te quiero viva, burra son las dinámicas endogámicas del mundo cultural: cómo las relaciones personales tienen, con frecuencia, más importancia que el propio trabajo; cómo esto define y marca las redes de poder dentro de la industria.
—Creo que esto sucede en todos los sectores: tener padrinos sigue siendo fundamental. El problema añadido del mundo cultural es que la visibilidad aquí es fundamental. Si no la tienes, apenas te va a leer tu familia. Ahí tengo más dudas sobre la importancia de ser hombre o mujer, aunque es indiscutible que los hombres siguen teniendo más visibilidad en términos generales.
—Bueno, dado que las posiciones de poder las ocupan mayormente hombres, en este tipo de relación padrino-artista la mujer nunca suele situarse en el puesto de arriba.
—En el caso de las mujeres del libro, es posible que les hubiese ido mejor con compañías diferentes de las que tuvieron. Lo más probable es que a Sylvia Plath le hubiese ido mejor sin Ted Hughes. Entre ellos se creó una competitividad muy enfermiza, sobre todo de él hacia ella: su mujer era rubia, guapa y encima escribía que te cagas. Otro caso es el de Lou-Andreas Salomé, una mujer tan libre que dijo: no me quiero casar. ¿Y qué hace Nietzsche? La repudia y la odia. ¿Por qué? Porque no puede soportar que una mujer con su talento lo rechace. Él, que había roto con todo, que precisamente promovía la no-construcción de esos lazos, se hunde cuando ella lo rechaza. Está presente esta idea de posesión y esta pelea de ellas para conseguir no depender de nadie.
—Otro elemento de opresión presente a lo largo de todo el libro y que cae encima de muchas de las mujeres sobre las que hablas: la institución del matrimonio, como otra jaula en la que libertad de movimientos es reducida.
—Cualquier contrato que firmas es una jaula, y en el caso de estas mujeres lo era mucho más. Yo estoy casada, y me casé muy joven, pero lo hice siendo consciente de que, si algún día quisiese dejar de estarlo, podría resolverlo. En su caso no era así. Cuando ellas se casaban, era algo que se suponía para toda la vida, con unas consecuencias determinadas: se debían a sus maridos. Hedy Lamarr apareció desnuda en una película y tuvo que huir de su marido, sin poder separarse legalmente. Como si huyese de una cárcel: él no podía saber dónde estaba. Había mujeres que eran castigadas legalmente por huir de sus maridos, aunque ellos les pegasen palizas diarias. Para ellas, el matrimonio, si no les iba bien, era evidentemente una cárcel. Ellos podían desatenderse de sus responsabilidades, pero ellas no.
—¿No es conveniente desacralizar este tipo de instituciones de herencia cristiana, conseguir que dejen de estar por encima del individuo?
—Tú deberías poder casarte y al día siguiente decidir que ya no quieres estarlo. Lo único inalienable pienso que es un hijo: si lo tienes, la responsabilidad es para toda la vida. Pero, ¿el resto? Pienso que nos da mucho miedo eliminar cosas que no nos gustan: cuando rompes un matrimonio, la sensación es de fracaso. Y normalmente esa ruptura tiende a ser un fracaso más para ellas que para ellos. Está el divorciado divertido y está la solterona. La desdicha, a lo mejor y en muchos casos, está más dentro del matrimonio que fuera de él.
—En Historia de un matrimonio, la última película de Noah Baumbach, Laura Dern tiene un monólogo en el que desarrolla cómo la concepción judeocristiana del matrimonio ha divorciado las responsabilidades del hombre y la mujer: a él se le perdona la desatención a sus hijos; a ella no.
—¡Es que es así! Nos hace gracia el padre despistado, que llega tarde a recoger a su hijo o le pone un jersey sucio. La madre que lo hace, sin embargo, es una mala madre. Lo tenemos tan absorbido culturalmente que es muy difícil verlo, pero seguimos siendo nosotras las que tenemos que cargar con todo eso. La mujer en Mad Men, ¿cómo es? Guapa, perfecta y atenta con los niños. ¿Y él? Mola mucho porque es un puto desastre. Resulta que yo soy más despistada que mi marido, pero eso no me hace peor madre. Creo que la maternidad también hay que revisarla: ¿qué es la maternidad? ¿Mi desaparición como individua? Yo no puedo desaparecer. Cuando renuncio a ciertas cosas, la otra persona también tiene que hacerlo. Incluso somos nosotras, antes de que nadie nos culpe, las que nos autoseñalamos.
—Aquí es interesante investigar en la distancia entre la palabra que se performa en los medios públicos y la escritura real de la sociedad, es decir: nosotros conformamos este sistema desequilibrado. Es verdad que ahora se nombran más las cosas, pero es muy largo el proceso entre empezar a visibilizar algo y recalibrar de verdad el dibujo de una sociedad.
—Yo te puedo plantear mi teoría y lo que me puede parecer correcto, y luego en la práctica cometer muchísimos errores. Por ejemplo, un error terrorífico que cometí y siempre cuento es el siguiente: cuando mi hijo tenía un año, después de tres semanas sin dormir con él llorando sin parar, resulta que lo que me salió fue decirle: joder, los niños no lloran. A mi hijo lo quiero educar en total igualdad, y en mi propia cabeza pensé: acabas de tirar por la borda todo lo que piensas. ¡Cómo que los niños no lloran! El asunto es este: tú metes la pata y la vas a meter muchas veces; lo que hace falta es darse cuenta de cuándo lo hacemos para poder rectificar. También es importante poner el foco sobre lo que queremos conseguir, porque estoy harta de educar a las niñas: quiero educar en ciertos valores a los niños; a los padres, maridos, empresarios, escritores del mañana. Es lo que dices tú: tenemos un gobierno muy feminista, lleno de mujeres en la foto, pero eso, enséñame la práctica. Necesito que dentro de veinte años un libro como el mío no se haga, que no haya necesidad de recuperar a más mujeres olvidadas: que haya una concienciación masiva al respecto que lo vuelva innecesario.
—Es verdad que libros como este salen y forman parte de la conversación, pero la conversación debe ser diaria, ¿no? Precisamente tú, como periodista y crítica cultural, ¿cómo crees que nuestro trabajo debe redefinirse en estos términos, dado que la crítica cultural es un estamento también predominantemente masculino?
—Yo no veo una solución a corto plazo, sino a largo: en cuanto las mujeres empiecen a meterse dentro de esta red de la escritura, de la crítica cultural, en puestos de poder dentro del tema de la cultura. En cuanto dejemos de valorar a Rosalía porque el pantalón que lleva le marca el culo, sino porque la tía es una crack. ¿Sabes lo que me encanta? Que cuando yo era adolescente no estaba Rosalía, y ahora sí. Y resulta que el estereotipo de Rosalía no es una mujer de metro noventa, de 40 kilos y con el pelo rubio. Rosalía es una mujer y ya está. Guapísima, obviamente, pero un estereotipo distinto. Y veo en las adolescentes de hoy una libertad de expresión física que mi generación no tuvo: estábamos muchísimo más reprimidas, si te vestías de una manera eras una puta, si te vestías de otra manera eras una monja.
—No sé si crees que eso tiene que ver con el rol democratizador que pueden tener las redes sociales a la hora de generar conversación y puntos en común, de encontrar personas que comprendan lo que tú eres de una forma más sencilla que antes, que estabas circunscrito a un círculo mucho más cerrado.
—Sí… supongo que ahora no eres exclusivamente de tu pueblo. Puedes estar en Galicia y encontrar en Cádiz a una persona que está sufriendo lo mismo que tú.ciales tie Las redes sonen ese punto positivo, cuando tú cuentas algo hay muchísimas voces que te responden, incluso más allá de tu núcleo más cercano. En ese sentido te puedes sentir más arropado. ¿Qué punto negativo tienen? Que hay niños de 13, 14 años que están siendo totalmente machacados por medio de las redes sociales. Pero sí, sí que hacen eso: te sitúan en un mundo más amplio.
—Te ayudan a no necesitar metamorfosearte tanto con tu entorno más cercano.
—Claro, te ayudan a no vivir obligado en ese armario metafórico: el armario que puede encerrar a un gay o una lesbiana, pero también a una niña gordita, o a una niña que se ve fea, o a una niña con cualquier tipo de problema. Es muy importante saber que el mundo es más amplio y que cabemos todos, que no sólo hay una serie de modelos en los que encajar.
—Una cuestión más: las enfermedades mentales y trastornos psiquiátricos de las mujeres de este libro han contribuido a mitificarlas de una manera muy determinada; hoy, sin embargo, la salud mental se presenta más naturalizada en la conversación, se ha convertido en una cuestión mucho más prosaica y despojada del romanticismo que se le atribuye al hablar de estas mujeres.
—Tener una enfermedad mental es lo mismo que tener una enfermedad física. Es importante ser consciente de que las enfermedades mentales también disponen de un tratamiento. Ese elemento literario que se les atribuye no tiene nada que ver con la realidad. No hay romanticismo aquí. Esto está relacionado con el título del libro, con la frase de Cortázar a Pizarnik: Te quiero viva, burra. No viva en un sentido estrictamente físico o biológico, sino realmente viva. Viviendo. Así nos queremos, hacia esto escribimos.