Extracto del medio de comunicación
Alberto Olmos: «En el encierro he visto lo fácil que es someter a un pueblo»
Dice Alberto Olmos (Segovia, 1975) que, si no fuese tan tímido, se vería haciendo monólogos subido a un escenario. Que sus artículos, al fin y al cabo, son comedia ‘stand up’, pero plasmados en dos o tres páginas llenas de mordiente —esto no lo dice él— y muy disfrutables —esto sí—. Cuenta que el mundillo literario editorial tiene mucho de pose, que dentro de la industria casi nadie lee, pero cuando parece que va a caer en el descreimiento absoluto acaba hablando de tal o cual libro ignorado por los grandes suplementos, de un autor desconocido, con un entusiasmo que lo delata. Por eso empezó su andadura en la prensa como crítico literario. Luego ha pasado a criticarlo todo, desde la baja por paternidad hasta los bares fachas y, sobre todo, a la nueva izquierda identitaria «de pijos y veganos».
No le pesa aquel episodio en el que Bolaño le ganó el Premio Herralde allá por 1998, pero no entiende por qué al escritor del jersey de bolitas lo han aupado a la categoría de genio. Tampoco entiende —bueno, sí— por qué triunfar en vida en la literatura tiene poco que ver con lo escrito. Ahora, muchas de estas reflexiones llegan recopiladas en ‘Cuando el Vips era la mejor librería de la ciudad’ (Círculo de Tiza), una colección de artículos tan divertidos como perspicaces, ejemplo de la pluma vitriólica del autor de ‘A bordo del naufragio’ (Anagrama, 1998), ‘Trenes hacia Tokio’ (Lengua de Trapo, 2006) y ‘Alabanza’ (Random House, 2014), entre otros.
PREGUNTA. ¿Qué sentido tiene hoy, cuando todo está a la distancia de un ‘click’ y cuando la actualidad es más perecedera, si cabe, publicar un libro de recopilación de tus artículos?
RESPUESTA. Cuando están en un libro parece que tiene otro cuerpo, otra importancia. Los artículos que yo hago, en el fondo de mi cabeza, siempre están escritos con esta intención literaria que los hace perdurar. No son un análisis político inmediato, rápido y fulgurante para salir mañana y ya está. Tienen este trabajo con el lenguaje o con el humor que hace que los puedas seguir leyendo pasado el tiempo. Es como volver a las crónicas de Wenceslao Fernández Flórez; son de 1912, no sabes de quién habla, no sabes nada de la política de hace ciento y pico años, pero te descojonas. Escribo este libro para que dentro de cincuenta años lo encuentren en saldos y digan, «¡Ah! ¡Mira qué gracioso!».
P. La primera parte de ‘Cuando el Vips era la mejor librería de la ciudad’ está dedicada a la cuestión de escribir y leer, a la literatura. La última parte, los más recientes, a temas políticos. ¿La literatura ha dejado de interesar? ¿La política lo ha fagocitado todo?
R. Que la literatura no interesa es evidente. Yo no hacía artículos sobre libros muy conocidos, como el Premio Planeta o los clásicos. Escribía sobre libros pequeños que me gustan. Y, en realidad, ni siquiera eso. Escribía sobre un libro que me diera para un tema, con lo que tocaba la actualidad. Si el libro trata sobre el campo, y yo soy de un pueblo de Segovia, trato ese libro para hablar de lo que pienso sobre la diferencia entre campo y ciudad o lo que sea. Pero sí es verdad que la política ahora lo es todo. Años ha, una editora dijo que la política era el nuevo indie. Yo creo que ya ni eso. Ahora la política es el Apocalipsis. Pedro Sánchez viene de una concepción de la política ya no como puro espectáculo, lo que siempre fue, sino como pura falsedad. Dentro de lo horrible que ha sido, la pandemia y el confinamiento han resultado muy interesantes.
P. Ha dado tiempo a que entre en la selección un artículo sobre el coronavirus: ‘Las mujeres y el coronavirus: tontas, víctimas y bikinis’. ¿Es posible publicar un libro hoy que no hable del coronavirus?
R. Ese artículo ha entrado porque le gustó mucho a mi editora, Eva Serrano. Ella insistió. En septiembre no sé yo pero creo que va a abundar la novela sobre el coronavirus. No sé por qué. No sé por qué la gente va a querer leer tu diario del encierro, tu experiencia sobre el encierro. Pero, para septiembre, en principio, un escritor serio no debería tener un libro sobre esto.
P. Tienes fama de escritor polémico. Y en tus artículos eres muy crítico con la izquierda. En uno de ellos afirmabas que el mundo de la literatura es ‘de izquierdas’ y que se marginaba a quienes mostraban opiniones más conservadoras. ¿Es experiencia propia?
R. No especialmente. Porque yo estoy muy metido en mi casa, literalmente. Desde que fui padre en 2016 y luego repetí en 2019, los hijos, gracias a Dios, me han sacado de la vida social del mundo de la literatura. En ese sentido, estoy en mi casa diciendo lo que me da la gana y no atiendo ni a lo que me dicen en Twitter. Tengo la sensación de que a veces la gente piensa que soy de derechas o, directamente, facha —porque ahora todo el mundo es facha—, pero muy vagamente. No me afecta ni me interesa. Pero lo que sí es cierto es que en el mundo cultural la gente tiene que ser de izquierda. Que me parece bien, porque me suelo sentir de izquierdas —bueno, ahora no me siento de nada—, pero es ridículo que una chica que diga que se siente conservadora [en alusión a Russian Red] tenga que ser excluida de promociones y festivales.
Nada que tenga valor ha recibido un premio municipal. Dicen que promocionan la cultura. ¡No! Están robando el dinero del Ayuntamiento
P. También cuentas que los escritores políticamente más críticos son los que se quedan sin becas ni premios de los ayuntamientos.
R. A mí nunca me han dado una beca. Bueno, un premio de cuentos del Ayuntamiento en 2001. No soy el perfil de persona a la que le dan una beca: hace falta ser buen chico o buena chica, muy obediente y muy pelota y muy buen relaciones públicas. Veo a gente infinitamente mediocre que recibe becas una detrás de otra. Te das cuenta de que el dinero público para la cultura no es ni siquiera demócrata. Lo normal sería que se repartiera, pero en realidad siempre se concentra. Si hay un tipo o una tipa que ha ganado tres becas sabes que la siguiente que se inventen se la van a dar a él. Hay una serie de gente que siempre gana las becas. Lo normal sería que se distribuyera. Y lo de los premios es una vergüenza. Los premios de dinero privado me dan igual. Pero que en una ciudad como Alicante llegue un señor y decida conceder un Premio Ciudad de Alicante dotado con no sé cuántos mil, seguro que se lo dan a alguien famoso porque es promoción y es una opción menos obscena que poner en un cartel ‘Visita Alicante’. Entonces lo convencen, dan un rejonazo de ciento y pico mil euros al presupuesto —porque hay que pagar mil euros a los miembros del jurado, también—, se lo dan a un amigo suyo y ese amigo se lo da a otro amigo y ese es el dinero público para la cultura. Es decir, inexistente. No existe nada que tenga valor que haya recibido un premio municipal. Dicen que promocionan la cultura porque han creado un premio de poesía. ¡No! Están robando el dinero a las arcas del Ayuntamiento. El premio de poesía de tu ciudad y el de todas las ciudades de España no va a pasar ni a la historia. Y ya no eso, sino que no se venden, no se leen, nadie se acuerda del poemario premiado en Melilla o Burgos.
P. Hablando de poetas, ¿qué te pareció la reunión de la Casa Real con representantes de la nueva generación creativa del panorama cultural español? Los reyes se reunieron con Elvira Sastre, Marwan, Leticia Sala y Defreds.
R. Sin comentarios. Lo de esta gente es una broma. Querer creer que estos nombres que suelen salir habitualmente siguen una línea de la poesía española canónica, tradicional o lo que quieras es estar loco. No es ni literatura. A mí me parece bien que a la gente le emocionen esas frases simples, pero no puedes decir que después de los Machado vienen los de los 50, después Gil de Biedma, y después esta gente. Después de Gil de Biedma, antes que esta gente, no hay nada. Se ha muerto. Entre la muerte y esto, la muerte. Se ha acabado la poesía. Porque esto es una pamplinez. ¿Qué es ese poema que escribieron a los sanitarios? Eso te desacredita totalmente. Benjamín Prado es poeta de verdad y no puede estar a gusto con eso que ha firmado.
P. Pero realmente son quienes más venden. ¿Sufre mucho la industria editorial la tiranía de los seguidores y las redes sociales?
R. Elvira Sastre tiene ciento y pico mil seguidores en Twitter, que es una burrada. Desde el punto de vista comercial, de los números, es una operación bastante lógica publicar a alguien así porque sabes que te va a vender diez mil libros. Aunque no tengo tan claro que se miren tanto los seguidores. Ni si tener tantos seguidores signifique que vas a vender muchos libros. Pero sí es cierto que cuando los números son una locura, más que un desconocido vas a vender. La Feria del Libro se hace para humillar a los escritores y a la literatura. Cuando yo empecé a saber que existía, la humillación la ejercían los cocineros. Arguiñano tenía una cola de aquí al Paseo de los Coches, y el escritor más literario no tenía a nadie. Ahora son los youtubers, los presentadores de televisión…
La industria editorial es difícil entender cómo no quiebra toda entera. Yo no me creo los índices de lectura en España ni el informe falso de la Unión de Editores. En España leen muchos menos de los que dicen. La gente no lee. Si no lee no se compra. Resulta que las pequeñas editoriales publican un libro, les dan dinero y, para no tener que devolver ese dinero, publican más libros y más libros y más libros. Simplemente se publica porque no puede pararse la maquinaria. Además, en el mundo editorial no lee nadie.
P. En 2016 fuiste editor de Caballo de Troya. ¿Dónde se encuentran ahora los jóvenes talentos inéditos?
R. Es muy complicado. Hay una cosa que me toca muy de cerca y me obsesiona. Si yo hubiese sabido lo que era la literatura antes de ser escritor, a lo mejor no hubiese sido escritor. Me gustaría que fuese algo tan sencillo como que eres una chica de Zaragoza o de un pueblo de Murcia que escribes en tu casa y a lo mejor te lo publican. Eso es lo que me pasó a mí. Saber que eso es totalmente imposible hoy y que casi todo el mundo que conoces de una generación posterior a la mía sean unos trepas de la hostia, con un descaro y un usar y tirar. Gente que no cita nunca, que no llama nunca. Si eres polémico a lo mejor no les conviene que les vean contigo, piensan.
Si yo hubiese sabido lo que era la literatura antes de ser escritor, a lo mejor no hubiese sido escritor
P. ¿Solo publican ahora los famosos? ¿Solo ganan premios los famosos de la televisión?
R. Eso es la punta del iceberg de la industria. Eso es lo más criticado, pero me parece lo menos criticable. Lo triste es que a una tía que escribe un manuscrito de puta madre y no conoce a nadie en el mundillo y simplemente lo manda por mail o correo a una editorial, nadie le hace caso porque no es amiga de nadie. Escribí un artículo sobre feminismo en la literatura sobre muchas escritoras que, cuando se unen y se quejan, se unen y se quejan para que ellas o sus amigas reciban el premio. Pero si una chica desconocida escribe un libro buenísimo, a ellas no les interesa. Yo lo leo y digo que es buenísimo y ellas no saben ni quién es. Para muchas el feminismo es ‘yo y mi pandilla’. De los seis autores que publiqué en Caballo de Troya, dos o tres eran gente que yo no sabía ni quién eran. Y así les fue.
P. Y te molesta…
R. Mi actitud actual con el arte es que, en realidad, me gusta. Me gusta mucho. Me gusta leer. Me gusta escribir. Y todo lo demás es irrelevante. No es una pose. Quizás hubiese sido una pose en otro momento, más joven, con menos tragedias encima y sin hijos. Pero ahora no es una pose. No me interesa nada más. Me importa tres cojones si mañana le dan el Premio Nadal a un enano de tres piernas. Lo importante es la historia de la literatura: yo sé qué libros me gustan o dónde encontrar los libros que me gustan o, si soy el único al que le ha gustado un libro, no me importa que a nadie más le haya gustado.
Soy el único columnista que hace monólogos ‘stand up’ en la columna. Y soy el único crítico literario —¡te reto a que lo compruebes!— que ha citado las bibliotecas públicas. No existen. Para los escritores no existen. Para los críticos no existen. Para los lectores no existen. ¡Es alucinante! Imagínate que hubiera en Madrid un lugar en el que te dieran tabaco gratis. Todo el mundo iría a ese lugar a coger tabaco gratis. Es fascinante que no tengan más peso, porque no tiene sentido comprarse un libro que no te gusta y que no vas a leer. La gente tiene llena la casa de libros absurdos que ni siquiera le gustaron y ni siquiera abrió.
P. ¿Crees que cada vez es más complicado ser escritor sin estar afiliado a un grupo de escritores? ¿Siendo incómodo?
R. A mí la muerte de mi hermano me afectó mucho. En el sentido de que ya me la pela todo. Que yo tenga opiniones más impiadosas o más llamativas también tiene que ver con esta desgracia familiar. Porque en el mundo literario se escribe con miedo. Los escritores son gente muy cobarde. Los escritores, sobre todo los que se autodenominan de izquierdas, se ponen muy ufanos y muy farrucos con Trump y con Berlusconi. Incluso con el presidente de España si es Rajoy. Como si fuesen muy valientes. Pero no les oirás una palabra contra su editor o contra un editor famoso. Incluso contra un crítico de ‘La Gaceta de Cádiz’. O contra otro autor. Aunque vean amañar premios no lo dicen. Como cuando escribí la columna sobre José Ovejero. ¿Por qué tengo yo que aguantar a un escritor de una mediocridad reconocible y que tiene un éxito incomprensible porque es un típico elemento cultural que sabe estar donde hay que estar en cada momento. Eso es así. Yo tengo que estar, no muriéndome de hambre, pero sí en una situación económica bohemia y viendo a muchos buenos escritores sufriendo, y ver que un tipo gana premios de cientos de miles de euros y viaja a sitios famosos y tengo que aguantar que venga a darme lecciones a mí de feminismo o de racismo o de lo que toque. Sobre todo cuando sabes que a ese tío se la trae sin cuidado y que eso es solo una estrategia para seguir recibiendo premios, becas, viajes y dinero público. ¿Por qué no señalamos a ese tipo de gente más? Porque no tenemos cojones.
«En el mundo literario se escribe con miedo. Los escritores son gente muy cobarde. No les oirás una palabra contra su editor o contra un editor famoso»
P. ¿Se puede triunfar siendo un hombre de más de cuarenta?
R. Que lo llamativo de Elizabeth Duval sea su transexualidad, al peso, no es muy diferente a que lo llamativo de Ray Loriga fuese que era muy guapo o muy guay. Siempre se buscan ese tipo de elementos periféricos o de la identidad, aunque la transexualidad es mucho más esencial para la propia autora. Ahora, un señor de más de cuarenta que no ha conseguido hacerse un público o un nombre lo tiene más difícil. Hay mucha búsqueda de autoras en las editoriales y en los premios.
P. ¿Qué has descubierto durante el confinamiento?
R. A mí el encierro me ha servido como experimento sociológico para comprender muchas cosas. La dictadura de Franco me la ha explicado entera. Los españoles estuvieron 39 años sometidos a un régimen dictatorial que, visto desde nuestra democracia o de las generaciones posteriores, parecía a causa de haber sido unos pringados o unos cobardes. Pero ahora me he dado cuenta de lo fácil que es someter a un pueblo. Tú puedes decir «no, es que hay una pandemia», pero si una estructura superpoderosa, que es la que existe, se inventa que nos van a invadir los franceses o que va a haber una invasión galáctica y te ponen cuatro expertos muy tiesos y solventes a decirte que no salgas de casa porque va a caer un meteorito, la gente obedece. Es acojonante. Me fascina la facilidad con la que puedes pastorear cuarenta y siete millones de personas. Yo pensaba que iba a haber disturbios, asaltos… pero no. La pandemia es real, pero, si no fuera real, también funcionaría. Y luego, entreverado con la pandemia está lleno de falsedades de los expertos y del Gobierno. Primero te dicen que la mascarilla no es necesaria; después te dicen que es imprescindible. ¿Por qué no era necesario? Porque, como no tenemos aprovisionamiento de mascarillas, no podemos pedirle a la gente que tenga mascarillas, porque no hay. Entonces vamos a pedirles a los expertos que digan que no son necesarias. Ahora vamos a decir que sí son necesarias. Y, así, mil.
P. ¿No puede ser que hubiese desconocimiento ante una situación extraordinaria?
R. Con el 8-M nos dijeron que sí podíamos ir a la manifestación. Yo mismo disuadí a mi novia de ir sin ser epidemiólogo. Con lo que un epidemiólogo no me diga que puedo ir. Salvo que sea interesado. Pudo más que Irene Montero y Carmen Calvo se quisieron dar su baño de masas mussoliniano. Me enrabieta el empecinamiento en mentir, manipular, tergiversar que ha llegado a cotas criminales como cesar a un alto cargo de la Guardia Civil por no pasar un informe secreto que no me puede pasar porque es delito. Si hubiesen dicho el primer día que fue un error no desconvocar, pero que no sabían nada, ya está. Ya hubiésemos acabado. Pero llevamos tres meses con el 8M. No se puede reconocer un error nunca, parece. Tenemos la mayor cifra de muertes por millón y Pedro Sánchez dice que lo hemos hecho de maravilla. En fin. Yo estoy fascinado. Mi novia, que siempre ha sido la roja de la casa, asume todo esto a lo que siempre ha sido la política: siempre se miente, siempre se manipula. Pero estamos en otra dimensión de mentiras. Esta gente se levanta para mentir. Pedro Sánchez se levanta para mentirte. Y yo soy incapaz de tolerar eso.
En el 8-M pudo más que Irene Montero y Carmen Calvo se quisieron dar su baño de masas mussoliniano
P. ¿Y qué dice de nosotros como ciudadanos que aceptemos la manipulación y la falsedad en la política?
R. Si un policía tiene el encargo de un juez para que haga un informe secreto y no puede revelarlo, y que el ministro lo fuerce a revelarlo y, al no hacerlo, le cese es gravísimo. Pero ese meandro mental a la gente le da igual. A la gente le parece más llamativo lo de Irene Montero que lo de este hombre porque no lo entienden. Nada sorprende ya. Yo de esto me di cuenta con un tema generacional como es el escándalo de Bill Clinton. Quién iba a decir que a un presidente moderno iban a pillarlo con una becaria, con los detalles más escabrosos del mundo. Hubieras pensado que era el fin de Estados Unidos. Que el hombre no iba a poder ni vivir. Pero, al final, no ha pasado nada. Quién te iba a decir que en España iba a haber una pandemia, que iban a morir 30.000 personas —probablemente sean 40.000—, hubieras pensado: «¡Qué horror!». Pues no; aquí estamos, tan a gusto. Yo, por suerte, no he tenido muertos directos, pero estoy indignado. Si hubiera habido muertos cercanos estaría encabronadísimo. Date cuenta de que hay algo tan absurdo y tan cierto como que tú vas al 8M, al día siguiente quedas con tu madre, le das unos besitos, cuatro días después se pone enferma y un día después se muere. Es así. Yo entiendo que haya gente que haya denunciado al Gobierno. Creo que es una tendencia general. En Austria o Suiza ya hay denuncias contra el Gobierno. Si se mueren decenas de miles de personas es normal que haya iniciativas ni siquiera muy mal pensadas. Es el derecho al pataleo. Que pueden quedar en nada. Pero si tienen una posibilidad de prosperar es en España.
P. ‘The New York Times’ ha alabado recientemente la labor de Fernando Simón, entre otros científicos.
R. Fernando Simón es indefendible desde el minuto uno. Es una detrás de otra. Primero no hay que dejar los zapatos fuera de casa. Ahora sí hay que dejarlos. No hay que ponerse mascarilla. Ahora sí hay que ponérsela. No pasa nada por ir a la manifestación del 8-M y yo a mi hija le diría que fuera. Ahora no se pueden juntar ni diez personas. Son decenas y decenas de contradicciones. Y los números bailan. La información que te van a dar es la que te quiera dar el Gobierno, que es la que le conviene. Si no se pueden vender 47 millones de mascarillas en una semana el experto tiene que decir que no hace falta usar mascarillas. Un epidemiólogo no te puede decir algo que sabe mi abuela: si hay gripe en el pueblo, la gente se contagia, así que no vayas al bar. El descrédito de Fernando Simón parte de algo tan sencillo como que yo, que no tengo ni puta idea de epidemias, sé que no hay que ir. Sólo deberían haber reconocido que es un error. Una pandemia es una cuestión muy difícil de gestionar.