Extracto del medio de comunicación
Jesús Terrés: “La mesa es un lugar donde nos pasan cosas”
Terrés tiene la cualidad de ser terrenal, es decir, de la tierra: ancestral, puro, auténtico. Uno lo sabe cuando lee sus textos pero todavía más cuando tiene la oportunidad de charlar con él, porque es capaz de llenar la conversación de citas perfectas y de recuerdos imborrables. No es extraño que Nada importa, el libro que acaba de publicar en Círculo de Tiza, esté sirviendo de terapia y catarsis para muchos lectores que han agotado la primera edición antes de que aparezca en librerías. Jesús fantasea con la idea de pasarse dos años presentando el libro con amigos, en restaurantes, en museos y, también, por supuesto, en librerías. La excusa es la conversación, el trago, los aromas y esas cosas pequeñas -gigantes en verdad- que componen la auténtica vida. Incluso, en estos Tiempos Modernos.
– ¿Cómo surge este libro y la idea de ir agrupando y ordenando estas columnas -o relatos como tú los llamas-?
– Tres cuartas partes de los relatos que recoge el libro son fruto de una colaboración que hice con GQ. “Nada Importa” empezó siendo un blog personal en 2004 hasta que Condé Nast lo quiso incorporar a sus medios. Muchas veces digo que fue una década aunque no es exactamente así, porque fue del 2012 al 2019. Para mí llegó un momento en 2016 en que decidí cerrar el blog. Fue una decisión personal porque sentía que había terminado una etapa. Seguí escribiendo para GQ y colaborando con otras cabeceras como Vanity Fair pero sentía que en el blog ya había dicho lo que tenía que decir. Pienso que hay que entender que las cosas tienen un final y que no puedes estirarlas eternamente. Lo que pasa es que se fue generando una comunidad de lectores, por artículos que fueron icónicos de esa época (2005, 2006…) y empezaron a escribirme preguntándome cómo recuperarlos. Pero ya habíamos cerrado el blog y ya no estaban publicados. Pero sí que tenía esa constante sensación de que las cartas (a mí me gusta llamarlo cartas) eran importantes para gente que como yo alcanzó la treintena en esos años. Para mí algunas cartas también lo eran. Algunas editoriales ya me habían propuesto editar algo pero hasta que no llegó Eva no me decidí. Para mí era mi cajón, no lo veía claro y dudaba muchísimo.
– ¿Hay algún tema que vertebra el libro o que tienen todos los relatos en común?
– Yo, como escritor novel, pensaba que el libro sería una suerte de diario cronológico. Pero el trabajo de la editorial ha sido fascinante: Eva Serrano, la editora, ha buscado otra estructura que podríamos llamar su espíritu. Ella arranca con una carta que se llama “No te vendas” a una posible hija porque yo no soy padre. En ella hay una frase que es el espíritu del libro y para mí también: “No basta con sobrevivir, hay que vivir”. Cobró una gran importancia durante el confinamiento que coincidió con los últimos coletazos de edición y trabajo del libro: “vamos a salir de todo esto y en la vida no basta solo con vivir”. Yo siempre digo que hay que rebañar el plato, es esa idea de que no se puede pasar de puntillas por la vida.
– Cuando dices “La vida pasa a pesar de ti, todo esto es un regalo y en realidad solo hay un camino”. Yo creo que el libro es casi como una plasmación de esta idea del carpe diem y de aprovechar cada segundo. Y esto conecta un poco con que realmente el libro estuvo a punto de no salir por la pandemia y ahora ha salido como una respuesta a todo eso. Tenemos que aprovechar todo lo que tenemos porque, como dices tú, no habrá segunda parte.
– Sí, eso es. Y de hecho, durante gran parte del confinamiento pensábamos no publicarlo y aplazarlo a final de año. Pero justo a mitad de ese tiempo tuvimos una conversación en la que me dijo que no paraban de llegarle textos tristes y que justo era lo contrario, que teníamos que celebrar. Hay que celebrar. Siempre se ha asociado el carpe diem a prenderse, a vivir a lo loco y hay otro carpe diem que es el que yo defiendo: una copa de vino por la tarde viendo el mar. Eso también es carpe diem. Yo no quiero dejar un bonito cadáver yo quiero vivir mucho y muy bien. Vivir tranquilo, conectado, emocionalmente despierto y feliz. Sería un carpe diem relajado y mediterráneo, con la siesta debajo del olivo.
– Eso iba a decirte, el libro es claramente mediterráneo. Desde la propuesta gráfica, chulísima, de la editorial hasta lo que hay dentro. Creo que los que somos valencianos lo percibimos especialmente. Manuel Vicent, el Chirbes gastrónomo, Pla, Vázquez Montalban… ellos encarnan también ese carpe diem mediterráneo y de las pequeñas cosas. Hay una de tus cartas que se titula “así” y cuando dices “sé breve, sé amable” en relación al placer de las pequeñas cosas. Hablabas de prenderse. Sin pólvora, también se puede hacer, ¿no?
– Fíjate, yo que estoy casado con una madrileña… Nosotros nos llevamos la fama de la pólvora pero Madrid tiene mucho más calado eso de quemar la ciudad todos los días. No me refiero solo a salir, sino a vivir con una tensión constante y una obsesión. Hay más locura en Madrid y eso la hace maravillosa. Es imposible no sentirse vivo en Madrid. Es justo eso que dices del Chirbes gastronómico o Manuel Vicent, Pla o Vázquez Montalbán…
– A Vázquez Montalbán también le mencionas. De hecho hay muchas cartas dedicadas al buen comer pero hay bastantes más dedicadas al buen beber.
– A veces pensamos que Valencia es una cosa, Cataluña es otra, Baleares es otra pero si lees los textos de literatura clásica o de Bizancio (Círculo de Tiza tiene libros maravillosos de viajes) hay un espíritu mediterráneo que cruza más allá de una comunidad o un país y que justo está conectado con esa manera de vivir muy pegado a la tierra. Es más importante celebrar la primavera o que las sábanas huelan bien a quién está en el gobierno. Suena naïf pero es es un poco verdad. Esas pequeñas alegrías, que no son pequeñas. Las llamamos “pequeñas” constantemente, como los “pequeños” placeres pero no son pequeños. Es lo que reclama el libro. La literatura también está presente porque es un placer mediterráneo y fabuloso. Leer un libro en la playa, joder, ¡es que es maravilloso!
– Y otros grandes placeres, relacionados con tu profesión, como son comer y beber. Hay mucha gastronomía en el libro, casi como la vida en torno a una mesa como dices en algún momento. ¿Por qué crees que la gastronomía nos habla de la vida o por qué hablando de gastronomía podemos hablar casi de cualquier cosa?
– Tenemos la suerte y la desgracia de ser hijos del Mediterráneo, del catolicismo, de una cultura religiosa (aunque yo soy ateo)… y en nuestra historia, muchísimas cosas pasan alrededor de una mesa. Haciendo un ejercicio de pensar en cosas importantes de mi vida: cuando un amigo me dijo que tenía cáncer, cuando me enteré de la muerte de alguien, cuando le pedí matrimonio a mi mujer… Grandes cosas me han pasado en una mesa, no necesariamente comiendo, quizás antes o después. La mesa es un lugar donde nos pasan cosas. A mí me interesa muchísimo esa mirada, cada vez me interesa menos lo que hay en el plato. Se ve mucho en cómo han ido evolucionando mis artículos. A mí me interesan las personas, lo que el cocinero está pensando, si está enamorado o no. La comida está bien casi siempre, no es tan importante.
– También porque has visto esa evolución hacia una cierta impostura en el mundo de la gastronomía. ¿Por eso te quedas con lo pequeño que, insistimos, no es pequeño?
– Con lo pequeño, que no es pequeño, y con lo auténtico. Esta fue una conversación que tuve con Ricard Camarena hace un montón de años que ya me anticipó lo que me iba a pasar. Porque todos, cuando nos acercamos a la gastronomía, queremos que nos emocionen con experiencias nuevas, con creatividad. Y él me dijo :“Déjate de historias y tómate un buen rodaballo y ya está”. No es tanto lo pequeño como lo auténtico. Si puedes tomar un pescado fresco del día del lugar en el que estés, o fruta y verdura. Es el eterno debate gastronómico. A lo mejor nos hemos complicado demasiado.
– Esto conecta con otra de las cartas en la que hablas de la diferencia entre el lujo y lo cool. Tú dices que lo cool nunca es lujo y hablas de una serie de lujos que no te acaban de convencer.
– Ese artículo tiene un montón de años, cinco o seis, pero cada vez lo pienso más. El lujo que nos han vendido está lejísimos de lo que yo creo que es el lujo: tiempo, cariño, artesanía, la empatía… Que piensen en ti, que alguien dedique su tiempo a cuidarte, eso es el lujo y no una carta de aguas. ¿Qué me estás contando?
– Has dicho que lo que te interesa son las personas y creo que hay una parte importante, en tus textos e Instagram, que es el conversar con tus lectores. Al final los textos se acaban convirtiendo en terapéuticos, ¿no? Los lectores acuden a ti en momentos que pueden ser definitivos en la vida de una persona.
– Creo que eso lo refleja muy bien el libro y que Eva ha sabido transmitir muy bien esa idea de aprendizaje. Como decías, es el libro de un viaje, de una persona que aprende o desaprende ciertas cosas y que la vida es un camino. Hace unos inco años tuve una etapa horrible de esas en las que no ves la salida, nada encaja, tienes ansiedad. Todo mal cuando aparentemente todo está bien. Es difícil de detectar porque solo lo notas tú y cuesta saber qué es lo que pasa. Empecé terapia y con el tiempo, una vez empiezas a hacerte las preguntas adecuadas, empiezas a entender que hemos crecido sin educación emocional. Me doy cuenta cuando me preguntan y hablo con la gente. Nos han enseñado qué es el éxito, cómo vivir, la religión, pero no a expresar cómo estamos o cómo nos sentimos. Es inevitable esa parte de autodescubrimiento.
– Y los relatos tienen esa cualidad, que aún siendo algo íntimo, aspiran a ser universales y pueden servir para ayudar a otras personas que estén viviendo algo parecido a lo que tú has podido vivir.
– Claro, Si yo me siento solo y me quiero expresar, es muy fácil que a ti ya te haya pasado antes. Aunque mi idea nunca fue tratar los grandes temas emocionales, para nada, yo escribo para mí.
– Quería hablar también de tu estilo literario. Eva Serrano siempre dice que solo publica libros literarios y hay una carta donde dices: “Escribe cortito, hazlo fácil, ve al grano”. Me parecen tres características de tu escritura, que si bien está muy pulida, al final es eso de la falsa sencillez. Parece que todo es fácil pero hay un trabajo detrás. ¿Me puedes contar cómo trabajas tu voz literaria y qué referentes tienes?
– Una de las razones para no querer publicarlo es que de mis primeros artículos me avergüenzo profundamente. Tienen mucho tiempo y pienso, qué horror. Pero bueno, hay que confiar en el editor. Yo siempre he criticado eso de la inspiración. Mi mirada de escritor se parece más a la de un zapatero, a un viticultor o un calígrafo más que a un bohemio escritor con el que no me siento nada identificado. Yo siento que hacer un texto es casi como hacer un zapato. Hay una palabra muy importante que has dicho: “pulir”. Yo un texto nunca lo considero acabado, de hecho los textos en digital yo los sigo cambiando, aunque sea una coma, ocho veces. Los textos tienen musicalidad, para mí es fundamental. ¿Cómo llegas a algo que quieres contar? Si estás en Madrid en una calle que es importante, tú tienes que llevarlos (a los lectores) hasta allí, que levanten la mirada, que se imaginen el cielo. Entonces, una coma puede cambiar un texto de ser un desastre a ser maravilloso. A eso lo llamo lijar, pulir, como hace un artesano. Los textos los veo así, como un artesano, un ceramista, un escultor que va tocando y dando vueltas, quitando alguna palabra. A mí casi siempre me sobran. Prefiero escribir cortito y emocional. Yo nunca veo acabado un artículo y siempre le quitaría palabras.
– Hay una parte final del libro, la que tiene que ver con viaje y creo además que podría ser el inicio de una serie que podría tener cierto recorrido. Te quería preguntar, ahora que podemos viajar menos, por esa otra forma de viajar que es a través de los platos y la cocina.
– Tuvimos muchas dudas. Son cuatro o cinco artículos sobre ciudad que para mí son importantes: San Sebastián, Madrid, Cádiz… y no sabíamos si publicarlos o no porque sacaban un poco al lector del viaje emocional. Finalmente, Eva decidió añadirlos casi como un epílogo y me pareció bien porque parte del tema del libro es el viaje, esa gran cura contra los nacionalismos y la estupidez. Es lo mejor de la vida: viajar.
– Eso lo decía Vargas Llosa, que uno sale de determinados libros de una forma distinta a l modo en el que ha entrado y que eso también pasaba en los viajes. Vuelves con algo distinto por lo que has vivido pero, como tú dices, tienes que dejar que eso te cambie. En esta época tan polarizada, que parece que cambiar de opinión o dudar sea un delito.
– Y en este confinamiento nos preguntábamos: “¿Cambiaremos?”. Yo soy un poco pesimista. Creo que cambiará quien se deje cambiar. Pero ante esto, un divorcio, o cualquier cosa. Quien no esté preparado o esté dispuesto a dejarse cambiar por algo no va a cambiar, sea un confinamiento, un trabajo que ha dejado, sea un conflicto con su pareja. Y quien se deje cambiar, un libro, una película, una conversación le pueden cambiar. A mí me gustaría dirigirme a esas personas y ayudar. Ser una herramienta. Como me ha pasado a mí, que me he ido dejando cambiar por la vida, por los viajes y por la gastronomía.
– Y los libros, la música y el cine, ¿no?
– Y por las personas. Ser permeables emocionalmente es maravilloso. Manuel Vicent habla mucho de eso, dice: “En la infancia íbamos sucios pero éramos limpios”.
– Totalmente, esa frase es muy emocionante. Y para terminar, en uno de los relatos mencionas esto del hedonómetro, el termómetro del hedonismo. Si tú tuvieras que medir tu felicidad ahora con este hedonómetro, pasado el confinamiento, con la pandemia ahí pero también habiendo publicado el libro, ¿qué cifra saldría?
– Siempre con todo el respeto al drama humano que hemos vivido y ha sido horrible, dejando el drama familiar de cada persona que hay que respetar y acompañar, yo he sido tremendamente feliz en el confinamiento. Tanto que me daba vergüenza decirlo. Yo he salido de todo esto, del confinamiento y la publicación del libro, sorprendido por la felicidad que aportan esas pequeñas cosas. Me he tomado cafés que han durado 45 minutos en mi terracita en la que no veo el sol, y he sido tan feliz sin prisa porque no puedo ir a ningún sitio ni a ninguna reunión. El tiempo ha tomado un matiz diferente, me gusta mucho más. Un tiempo más tranquilo en el que puedo poner en valor cada cosa. Creo que vivíamos instalados en una rueda de “porque sí” (¿Por qué haces esto? Porque sí; ¿Por qué trabajas 8 horas al día en un sitio? Porque sí; ¿Por qué viajas cada finde con Ryanair? Porque sí) en la que hacíamos todas las cosas sin pararnos a pensar. Ahora quiero elegir mucho mejor, el tiempo es valiosísimo. Como dice Antonio Lucas, tenemos que llenarlo de piel erizada y de vértigo.