Extracto del medio de comunicación

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¿Vamos a la feria?

Días atrás pensaba en mis amigos feriantes. ¿Qué debe ser de su vida? En el primer confinamiento mandé un whatsapp a Aurelio Quirós, el propietario del Tren de la Bruixa, pero me pareció que no estaba de humor. La situación es para preocuparse. De Pau Masnou, que tiene una barraca de tiro, hace días que no sé nada. Vive aquí en el pueblo: me pasaré por su casa a ver si le veo. Entre tanto, descubro que Ana Iris Simón acaba de publicar Feria (Círculo de Tiza). Sus abuelos eran feriantes en La Mancha. El tema me interesa y me lo leo de un tirón. Es un primer libro potente-potente, que cuenta muchas cosas sobre la familia y sobre la vida de los últimos treinta años. La autora dice tener la sensación de haber llegado tarde al mundo de los feriantes y que, por esta razón, le gustaba la feria por la tarde, cuando empezaban a encender las luces y la esplanada se llenaba de ruidos metálicos, de puertas que se abrían y brazos que subían, y el señor de la tómbola decía por primera vez “si le gusta la Chochona, le damos la Chochona”. La Chochona era una muñeca de la que les hablaré la semana que viene, si dios quiere. Feria es un libro escrito a los veintiocho años que explica cosas que muchos otros escritores no se ven capaces de abordar hasta los cincuenta y algunos, bloqueados afectivamente, no llegan a contar nunca.

A mi la feria me ha fascinado, por las mismas razones que a Ana Iris: llegaba cuando ya se había terminado. No porque hubieran pasado sus mejores años, sino porque en casa, siempre atareados en la fonda, no me llevaban o costaba mucho que me llevasen. “¿Vamos a la feria?” ¡Con el trabajo que tenían todos! Cuando en septiembre llegaba la Festa Major del Poblenou, que tenía la mejor feria de Barcelona, estábamos en Arbúcies. Cuando regresábamos el día 15, a última hora, porque al día siguiente empezaba el colegio, estaban desmontando las atracciones. El primer texto de mi libro La fàbrica de fred es un pastiche de Marcel Brion, un autor francés de literatura fantástica, gran estudioso del romanticismo alemán, que sostenía que las grutas de cartón piedra de las ferias y atracciones son realmente la entrada al inframundo. En la novela La Moràvia escribí una frase de la que estoy muy satisfecho: “Com l’home que ve de la fira, feliç perquè ha disparat contra un escuradents”. En las casetas de tiro sostenían con palillos los puros envueltos de celofana y los llaveros. Si le dabas y el puro caía, era para ti. Es la alegría tonta de la ganancia que tiene un mérito relativo. Me gustan, en Voyage au fond de la nuit de Louis-Ferdinand Céline, las referencias al tiro, vinculadas a la guerra. La gente dispara en una caseta y dentro de poco estará matando en la trinchera. Se acabará la guerra y volverá a disparar en la caseta. El optimismo del personaje de La Moràvia, disparando para ganar un puro de poca calidad, es el optimismo de nuestros padres, que se contentaban con muy poco. Del mismo modo que disparaban al palillo disparaban a la vida.

Ana Iris Simón sostiene que la feria se muere porque el propio mundo se ha convertido en una feria con luces, trampas y poco dinero.