Extracto del medio de comunicación
Agotador
Nueve Champions, once Balones de Oro y 66 títulos. Todo eso hemos ganado entre Messi, Cristiano Ronaldo y yo. Un logro fascinante, lo admito, pero agotador.
Ahora estoy debajo del nórdico leyendo a Ana Iris Simón. Empieza su libro con una patada en la boca: “Me da envidia la vida que tenían mis padres a mi edad”. A su edad, los casi treinta, sus padres tenían una hija, una casa en el pueblo y una thermomix. No tenían dos carreras y un máster, tampoco habían estado de Erasmus, no acumulaban cuentas en Netflix, Filmin y HBO, ni eligieron como ella las exposiciones y las noches del centro de Madrid, el parque temático de la falsa libertad personal, la juventud infinita y la vocación, las estanterías del Ikea, el iPhone, los viajes turísticos y todo eso similar a la trampa que ella explica en el arranque de ‘Feria’, su libro, mejor que yo aquí.
Y yo, que a mi edad, los casi cuarenta, tengo casi todo lo que tenían sus padres y ella no, valoro sobre todo que se atreva a contarlo, y de paso que lo cuente tan bien. Porque hay en la vida un instante juvenil donde uno quiere lo que no tiene, pero luego llega otro momento, al que ya nos asomamos como generación, de rendirte y autoconvencerte de que lo que tienes es lo que quieres. Porque yo, que tengo casi todo lo que tenían los padres de Ana Iris Simón, podría estar ahora sin nada de eso como Ana Iris Simón. Y lo tengo porque mi novia Delia quiso enseguida la vida que tiene ahora la mujer Delia, que no deja de ser la vida que tuvo su madre, a cincuenta metros de donde nació; pero si mi novia Delia hubiese querido la vida de Ana Iris Simón yo estaría ahora convenciéndome de que eso quería también, justificándolo, y llevaría gorra, viajaría a Tailandia en patinete, viviría en una ciudad grande y diría que tener hijos es un atraso, que tener hijos es lo peor.
Dejarte llevar, pensar poco, preferir que decidan otros y convencerte luego de que lo que tienes es lo que quieres no está del todo mal. Quizá se sustente en el autoengaño, pero parece una solución. Una farsa tibia en la que los hinchas del fútbol tendemos a caer. Primero te haces de un equipo y luego justificas el porqué. El hincha del equipo pequeño se convence de que ganar no es lo importante, o al menos no es lo más importante. El hincha del equipo pequeño moldea un cuerpo teórico que justifique su militancia y desprecia casi siempre el éxito del equipo grande. Y el hincha del equipo grande exhibe la vitrina de títulos, la retahíla de estrellas y la felicidad de las victorias. El hincha del equipo grande, a menudo, siente con los demás una mezcla de desprecio y misericordia. Unos y otros, intuyo, si en el origen de su pasión futbolera se hubieran hecho de otro tipo de equipo, del estándar contrario, encontrarían también sin problema los argumentos suficientes para justificarse.
Imagino que pensar que lo tuyo es lo mejor, que lo tuyo es lo que quieres tener, y asimilarlo, es lo más cómodo, primero con tu equipo de fútbol y luego con lo demás. Quizá sea, sobre todo a largo plazo, la única manera posible de vivir. Al menos yo solo sé hacerlo así. Lo otro puede ser un logro fascinante, lo admito, pero agotador también.