Extracto del medio de comunicación
La escritora roja que enamora a la gente de derechas
La vida de los libros es imprevisible para el autor. Él los inventa, los trabaja, los publica, los deja ir y ellos se van, como los hijos, donde les parece. De la misma forma que la retoña de Luis García Montero y Almudena Grandes se ha enrolado en la Falange en lo que Juan Manuel de Prada ha llamado un verdadero caso de rebeldía juvenil, a Ana Iris Simón le ha salido un libro más rojo que el hierro incandescente que, sin embargo, hace parpadear con beatitud y babear de ternura a media derecha española. ¿Qué pasa aquí?
Se llama ‘Feria’, lo edita Círculo de Tiza y ha roto el género, por así decirlo. La tonelada de basura autorreferencial repleta de imperiosas glorificaciones de lo pueblerino y lo “auténtico” (comillas irónicas), con loas a las mujeres agropecuarias de la propia familia, hedionda de jactancia y moralina de hípster arrepentido, termina con ‘Feria’. En la sencilla verdad que revela este libro muere la pose de todos los panfletos ombliguistas. La autora no usa el campo o el pueblo como pretexto para hablar de sí misma, sino al contrario.
Hablan a través de Ana Iris Simón los personajes estrambóticos de su familia, los vivos y los muertos, algunos convertidos en fantasmas e incluso un tío suyo que murió como un tonto. Utiliza los mimbres de lo que le han contado y sus propios recuerdos de niña de los años noventa para entreverar las reflexiones de la que es hoy una mujer adulta, de izquierdas, y absolutamente desprejuiciada. Algo inusual, por cierto, en estos tiempos tan proclives a la pancarta, la herejía y la militancia.
Supongo que ha sido esto lo que ha fascinado a tanta gente de derechas mientras mantenía a los de izquierdas, con la excepción de Ramón Espinar, Daniel Bernabé y algunos otros, indolentes y mudos. La autora no teme los sambenitos ni se los plantea. Nos cuenta con gracia y sin complejos, por ejemplo, que le parece una estafa que la liberación de la mujer pase por no tener hijos; o que quedó prendada con la Iglesia católica y comulgó a escondidas de su padre; o que le resbalan olímpicamente los eslóganes de lo que una mujer de izquierdas debería pensar según los dogmas del presente.
El libro está escrito con sinceridad llana y un lenguaje directo. Sus reflexiones políticas y cargas de profundidad no piden ser subrayadas, sino que aparecen, entre las anécdotas y la abundante poesía de las páginas, con el tono tranquilo que usaría una vieja analfabeta para contarte qué es la vida alrededor de su mesa camilla. Sin embargo, Simón ni es vieja ni analfabeta. Nació en Campo de Criptana, de donde son Sara Montiel, la escritora María Zaragoza y la atleta paralímpica Purificación Ortiz, en 1991. Un pueblo sin relieve donde la sombra la proyectan, por lo visto, los molinos de viento y las mujeres enormes.
Canto a una España extinta
La virtud más elevada de ‘Feria’ (y la más extraña) es que lo colocaréis, en la estantería, junto a los libros Luis Carandell. Como aquellos, contiene el retrato de una España extinta pero elude cualquier tufo nacionalista. Nos habla con cariño del país de las pesetas, de los colmados que olían a tocino, del Bombero Torero, los peluches de las tómbolas, la improvisación y la franqueza, pero no pide el retorno a ningua Arcadia, ni la pinta donde no existe. La autora, hija y nieta de feriantes y comunistas, sencillamente se sabe “testigo del fin de España, del fin de la excepcionalidad”, y se limita a contar la transformación del país en algo más parecido a una terminal de aeropuerto.
Un ejemplo: “Recordaba haber oído a mi abuela María Solo quejándose de los chinos antes de morirse. No de ellos, sino de sus establecimientos, que empezaban a crecer como setas, pero también la recordaba quejándose de los centros comerciales y el India Bill, que era una piscina de bolas que había en Aranjuez, y de los Pizza Hutt, “porque antes el único sitio donde podías comprar juguetes o montarte en los caballitos o comerte una hamburguesa era la feria, y ahora mira”. “Ahora mira” significaba que las ferias habían dejado de tener sentido porque la vida, el mundo, nuestra propia existencia se había convertido en una”.
Ese es, a mi juicio, el meollo del libro: el malestar ante el proceso de estandarización capitalista que, en la histérica exaltación de la feria sin límites, hace iguales todos los pueblos, los discursos y los comportamientos. Sin embargo, ya digo, Simón no glorifica al pueblo más de lo que merece, ni esconde sus defectos, ni arrebata la responsabilidad que el español tiene en su propia decadencia. No propone cerrar las fronteras a los cambios, ni insulta a los adaptados para coronarse como una chica especial. Simplemente describe con risueña melancolía ese mundo que abandonamos y nos abandona.
«El progreso trajo consigo, además de rotondas y chalés adosados con las puertas de madera clarita y supermercados que ya no olían a animal muerto, una ola de crueldad, y la trajo no al mundo, sino a nuestros ojos, que de pronto empezaron a ver víctimas que antes no veían y dichosos los que sufren y Mateo 5, 4″. Amén.