Porque salgo mucho por la noche…
Cuando me preguntan por qué no escribo, respondo a lo Jep Gambardella: «Porque salgo mucho por la noche». Por ahora, la única obra que se me conoce fue la de tirar un par de tabiques en la nueva casa cuando me fui a vivir (y parece que a morir) con Feng Shui, transgrediendo mi única certeza: soy metafísicamente soltero -«El soltero no es un egoísta sino alguien a quien no le gusta martirizar a nadie», dice Cioran-. Siento un ligero entusiasmo por ser ignorado y me horroriza todo lo que está por encima del anonimato. Hacerme el muerto es lo que mejor se me da, además de salir lo más tarde posible de ese rectángulo de juego que es la cama.
«Por eso Gambardella es incapaz de escribir una novela. Porque hay cosas que no admiten la retórica. Que no se deben contar. Que se quedan en el terreno sin palabras del voyeur. «Hace años que todo el mundo me pregunta por qué no vuelvo a escribir. Pero mira esta gente, esta fauna. Esta es mi vida, no es nada». Y así Sorrentino le permite firmar su verdadero éxito: convertir su vida en el relato perfecto de la vacuidad, el que se sostiene sobre el estilo, sobre la estética pura, sobre la belleza. La grande bellezza. La entelequia de Flaubert», escribe Marta Fernández en «No te enamores de cobardes».
Cuando necesito un poco de afecto la invito al cine, que es siempre un buen lugar para cogerse las manos, incluso las de alguna que no conoces. Un porrón de dedos entrelazados es un triunfo de la evolución. ¡Todas las penurias que el ser humano ha tenido que pasar, todas las selvas de las que ha tenido que huir para llegar hasta allí, hasta ese cine de butacas cómodas, con olor a palomitas recalentadas y fogonazos de luz en las mejillas!
«Solo tengo un recuerdo de mi padre yendo conmigo al cine a solas y fue el 10 de febrero de 2001. Mi madre tenía un examen y proyectaban «Traffic» en el antiguo cine Tívoli de Madrid, la misma sala que me vio estremecer con «Carretera perdida» o llorar de risa con «Algo pasa con Mary». Aquel día compartido, a mis diecinueve años, fue una de las pocas veces que hicimos algo de adultos los dos juntos. Fue seguramente nuestra única cita», dice Alberto Moreno en «Las películas que no vi con mi padre».