Regalos envenenados
El día que el excéntrico Richard Harris se divorció fue a celebrarlo con los amigos. «Será como una luna de miel pero sin ella», les comentó. Luego, a la vuelta, tras unos días de desenfreno y de intentar ligarse a una monja americana en un aeropuerto, le envió a su ex mujer de regalo un cencerro. «Para escucharla cuando se acerque», parece que dijo. Ella tiró de ingenio y, en lugar de escandalizarse, le mandó a Harris una jaula. «Para que te encierren más la próxima vez», aseguró. Y es que Harris no había sido muy casero. Una vez salió a comprar y volvió a los ochos días. Cuando su mujer le abrió la puerta, Richard no le dejó que hablara y le soltó: «¿Pero por qué no has pagado el rescate?»
«Podrías ser la hija de Ingrid Bergman». A él no se le ocurrió decir otra cosa cuando se encontraron por primera vez en un restaurante de Los Ángeles. Tuvo que intervenir un amigo: «Idiota, es la hija de Ingrid Bergman». El idiota era David Lynch y en aquel momento buscaba actrices para ‘Terciopelo azul’. El papel protagonista ya solo podría ser para Isabella Rossellini. Y como en las películas de mamá, de rodaje le depararía un regalo envenenado: el corazón de Lynch, tan retorcido como su cerebro», escribe Marta Fernández en ‘No te enamores de cobardes’.
A otro que no le duró mucho el primer matrimonio fue a Marcel Duchamp. Se casó en 1927 y a los seis meses ya se había separado. «Me di cuenta que el matrimonio era una auténtica lata. Estaba visto que estaba hecho para soltero», explicó. Más adelante, en 1954, a los 67 años, se volvió a casar. «Lo estuve eludiendo con mucha meticulosidad. Me casé con una mujer que, por su edad, no podía tener hijos. Yo no quería tenerlos sencillamente para tener menos gastos», dice el artista, que, además, le hizo a su esposa un regalo de bodas singular: una cuña de castidad.
«A veces es fácil sentir comprensión. Yo no quiero tener hijos, de manera que cuando alguien me comunica un embarazo, pues sí, me fastidia un poco pensar que voy a dejar de ver a otro amigo porque ahora va a dedicarse a cambiar pañales, pero no me cuesta nada alegrarme sinceramente por la noticia», señala Hannah Jane Parkinson en ‘La alegría de las pequeñas cosas’.
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