Love
En uno de esos últimos encuentros socráticos entre Jesús Quintero y Antonio Gala, tan recomendables para esos días, los más del año, en que el pesimismo te está pisoteando el gaznate y lo ves todo borroso, difuminado y estás amarillo como un cuadro de Turner, el periodista le suelta con socarronería: «¡Usted sabe que es muy amado en la calle!» y el escritor, siempre en estado de gracia, le responde: «¡En la calle!, pero a mí me gustaría ser amado en mi casa pero ¿en la calle?».
La conocí en la Feria de San Miguel. Se apartó uno de anchas espaldas y de metabolismo complicado, y dejó un pasillo de posibilidad del que refulgía al fondo un par de ojos zarcos, llameantes, como los de Atenea. Luego pensé que era en verdad una Venus de Milo con brazos, la cabeza ladeada, poca ropa y una mirada que me recorría la carne como si saliera del fusil de un francotirador en una azotea de Oriente Medio. Sin ser familia de Tiresias intuí que podría estar gustándole. Mi corazón salivaba y me imaginé con ella a solas una tarde ventosa en el Mar Egeo, y a su acompañante lo situé en mi cabeza en una dura jornada de trabajo, forjando en la fragua un pedazo de hierro, mientras se le aparecía Apolo para anunciarle que ella se la estaba jugando. Puro Velázquez.
«La Ana Mari conoció al Nacho en la feria de Manzanares cuando tenía quince años. Él no era de familia ferianta, trabajaba para Rafael Bustos, que era de Santa Cruz de Mudela, el pueblo de Nacho, y también vendía juguetes y navajas pero no bisutería. El verano que conoció al Nacho, la Ana Mari dejó el colegio, porque si se volvía a Criptana en septiembre después de las ferias para matricularse junto a sus hermanos, que era lo que solían hacer cada año, no veía al Nacho ni en la feria de Gandía ni en la de Gerona, así que decidió no volver y hacerse ferianta a tiempo completo, no ir más a clase y dedicarse a hacer mercadillos de invierno, romerías en primavera y feria en verano», dice Ana Iris Simón en «Feria».
Cuenta Woody Allen en su autobiografía que sus padres se quisieron a su forma, una manera que probablemente compartían «algunas tribus de cazadores de cabeza de Borneo». Empezó a leer para no parecer un asno delante de las mujeres que le gustaban aunque «en la mayoría de los aspectos seguí siendo un asno». Le costó besar a su primera chica porque, cuando la acompañaba a casa, ella se sacaba las llaves seis manzanas antes para lanzarse al interior del edificio lo más rápido que pudiera. El amor es difícil, a veces una carga que es necesario llevar como mínimo entre tres o cuatro. Hemos venido aquí a amar, a pagar impuestos, a estar un día bien y al siguiente ir en una ambulancia, de camino a la nada, como el más libre de los esclavos.
«El cóctel del amor – dopamina, adrenalina, norepinefrina- enajena y sorbe el seso. Y, al igual que cualquier otra droga, solo se disfruta cuando se vive desde su propia condición, porque fuera de ella resulta tedioso y sospechosamente uniforme. Este fastidio llamado amor. Sinteticemos. Durante aquella semana los nuevos amantes pasaron más tiempo en posición horizontal que vertical. Pip padeció un ataque de calentura a deshora y, como un adolescente salido, pedía sexo a todas horas. Jamás en la vida había sentido un ansia tan violenta y constante por ninguna mujer», escribe Dolores Payás en ´Ultimate Love´.
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