El fuego de la tradición
Si los modelos, los referentes, los arquetipos individuales y colectivos a seguir en la modernidad son Georgina Rodríguez, que se define como «la puta ama», los youtubers, los futbolistas, los soberbios, los vanidosos y los millonarios, la oscuridad y el nihilismo, la mentira y el sinsentido, la imbecilidad, la desesperanza y la esclavitud, disfrazada hoy de libertad, no dejarán de crecer. Si los ideales a los que aspiramos son el dinero, el deseo, la fama, la popularidad, la velocidad, los seguidores y los récords, no saldremos nunca de esta media noche del mundo, de esta edad de hierro materialista y absurda. Si a los que seguimos están ciegos de avaricia y ambición, si a los que queremos imitar no saben discernir qué es lo bueno ni lo malo, lo justo o lo injusto, no saben nada de la belleza, de la verdad, de la bondad, del consuelo, de la cortesía, del coraje de vivir, si los que nos guían no ven nada como los personajes de la parábola pictórica de Pieter Brueghel ‘El Viejo’, seguiremos cayendo uno tras otro en la zanja, seguiremos en esta desorientación y en este sometimiento.
«Es tarde. No podemos ganar. Se han hecho demasiado poderosos». Esto fue lo que escribió Abbie Hoffman, el famoso activista estadounidense, en su nota de suicidio. Se refería a las instituciones, a los acontecimientos y a las ideologías contra las que había luchado de manera peculiar toda su vida. Con todo sus desórdenes y sus contradicciones, Abbie Hoffman tuvo siempre claro que el individuo común estaba indefenso ante el poder enorme del dinero», señala Jordi Soler en su libro «Ensayos bárbaros».
Vivimos tiempos diabólicos. Etimológicamente, esa forma sencilla de volver a la verdad de las palabras, diablo viene del verbo griego diaballein, que a la vez viene del verbo ballein, que es arrojar. Los diablos de la modernidad nos arrojan unos contra otros, nos dividen, nos separan, les inquieta que formemos comunidad. Nos quieren alejados de nosotros mismos, de los demás, nos quieren solitarios porque somos más fáciles de manipular, de corromper, de destrozar. Se han encargado de apagar el fuego de la tradición sapiencial, ese tesoro de enseñanzas espirituales que alimentan el alma, que cultiva al ser humano, una fuente de sabiduría religiosa y humanística que nos enseña a vivir, que nos traza un camino de verdades eternas.
«Tras meses de tinieblas interiores, tuve de repente y para siempre la certeza de que cualquier ser humano, aun cuando sus facultades naturales fuesen casi nulas, podía entrar en ese reino de verdad reservado al genio, a condición tan solo de desear la verdad y hacer un continuo esfuerzo de atención por alcanzarla. En la palabra verdad englobo también la belleza, la virtud y toda clase de bien», escribe Alfonso Berardinelli citando a Simone Weil en «Leer es un riesgo».
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