A la hora de la cena

29 febrero 2024

Los principales enemigos del escritor John Cheever eran el alcohol y él mismo. Se abrazaba a una copa buscando liberarse de sus culpas, de sus remordimientos. En una de las entradas de sus diarios escribe: «Me tomo otra copa y me como el bistec. Es de noche. Me acuesto y duermo profundamente por no decir como un borracho durante una hora. Entonces me doy ánimos, llevo la maleta al coche, escribo otra nota, lleno la petaca y tomo un trago porque, como todos saben, no puedo conducir sobrio». Estos excesos le jugaban malas pasadas. En 1974, durante la época en que daba clases en la Universidad de Boston, Cheever tuvo que ser trasladado a su casa de Ossining tras desmayarse en su apartamento como consecuencia de las continuas borracheras que encadenaba.

«Durante el trayecto de vuelta al hogar, donde le aguardaba su esposa Mary, se bebió en el coche un litro de whisky y meó luego en la botella. Su situación era tan penosa que tuvo que ser internado durante un mes en un centro de desintoxicación en los alrededores de Nueva York. Recobró la lucidez y ya no probó ni una sola gota de alcohol hasta su muerte en 1982 cuando había cumplido 70 años», escribe Pedro G. Cuartango en «Iluminaciones».

Antes de dejarlo, Cheever esperaba a que su esposa Mary y sus hijos no estuvieran en casa para ponerse a beber. Además, buscaba alguna calle de Ossining para tomarse a escondidas una botella de ginebra. A todo ello se unió una fuerte crisis de identidad, «ya que era un homosexual que se esforzaba por aparentar normalidad en un matrimonio convencional», señala Cuartango. Toda esta situación hizo pronunciar a su mujer una de esas frases memorables que cualquier lector y amante de la literatura de Cheever sabe de memoria: «Puede que fuera infiel, puede que fuera un borracho, pero siempre estaba en casa a la hora de la cena».

«Ningún error alcanza notoriedad a cambio de que lo hayamos cometido nosotros, o uno de los nuestros. Esto es así, sin entrar en demasiados detalles. Todos somos Mary Cheever, personas dispuestas a pasar por alto cualquier afrenta a cambio de comer con cierta puntualidad. La vida solo se vuelve soportable si somos capaces de restar hierro a la crisis», explica Juan Tallón en «Mientras haya bares».

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