Extracto del medio de comunicación

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«Rescatamos la historia de las mujeres más por una moda que por la creencia de que hay que hacerlo»

 

Era 1972 cuando la poeta argentina Alejandra Pizarnik se quitó la vida. Ni siquiera su gran amigo Julio Cortázar consiguió convencerla de lo contrario. «Te quiero viva, burra», le había escrito. Una frase ahora rescatada por Loreto Sánchez Seoane como título de su primer libro (ediciones Círculo de Tiza) por todo lo que resume: «Te vas porque no sabes ver ni tu talento, ni cómo eres como persona, ni como poeta», dice. Una reflexión que sirve de hilo conductor para recopilar la historia de 27 mujeres que Sánchez Seoane, periodista cultural de «El Independiente», ha querido rescatar del olvido y también de las malas interpretaciones.

¿Necesitaban estas 27 mujeres ser rescatadas?

Sí, unas por no ser conocidas, como Isabelle Eberhardt, la exploradora, o Marion Mahony, la arquitecta, y otras porque las hemos malinterpretado. Hemos hablado de ellas como si solo fueran sujetos pasivos y no como objetos activos desde su acción. Tenemos a grandes poetas o científicas a las que recordamos como «mujeres de», como locas o como putas, y tienen una obra con mucha importancia.

¿Y no es contradictorio que tengan que ser rescatadas unas mujeres que luchaban por tener su propia voz?

Pero en su época sí tuvieron cierta fama o importancia. El problema es que luego, al verlas con años de perspectiva, nos fijamos en sus compañeros masculinos y a ellas las dejamos denostadas a un segundo plano.

¿Por qué?

No sé por qué ocurre, pero ha pasado también en España. Tenemos a la generación del 27, que la hemos aprendido en masculino y sin sus compañeras femeninas, cuando deberían estar porque su obra es igual de brillante. Aquí pasa lo mismo. Todo Reino Unido sabía perfectamente quién era Ted Hughes, y hubo que rescatar a Sylvia Plath, que era su mujer y era más brillante que Ted Hughes. Pasa también con Rosalind Franklin, la mujer que descubre la primera estructura del ADN. Pero solo nos acordamos de los hombres. ¿Por qué? Porque le roban el invento y ella se pierde en la nada. Son mujeres que en ese momento tampoco podían luchar para sentirse recompensadas. Suena su voz en un momento determinado, pero luego los hombres adquieren más categoría.

¿Entonces tuvieron repercusión al mismo nivel que los hombres?

En algunos casos sí. Sylvia Plath fue igual de conocida que Ted Hughes, aunque siempre ha sido la poeta maldita. A ella la conocemos como «tarada». Y ahí nos quedamos. Como también podía ser Alejandra Pizarnik o Alfonsina Storni. «Qué divertido que una poeta esté mal de la olla». Pero no decimos «fue una gran poeta». Creo que la sociedad le pide más a la mujer que al hombre y a la hora de tener que dar un nombre, da el nombre masculino porque parece que tiene más fiabilidad. Parece que si una mujer suena es porque se ha tirado a alguien o le estamos haciendo un favor. Y es así. Si suena, o sonaba (no sé ahora), era porque era «mujer de», se la relacionaba con un hombre conocido, o porque tenía una tara tan llamativa que «qué gracia nos hace». Pero que dijeras «es una gran poeta, científica o maravillosa exploradora» era muy difícil de decir, y no se decía de esa manera. Sus nombres sonaban y eran leídas, pero siempre se valoraban más sus vidas que sus obras.

¿Le ha costado documentarse sobre ellas?

Mucho. Algunas han sido muy fáciles, pero luego hay otras como Alice Prim (Kiki de Montparnasse), que es una figura brutal, la gran musa de todos los pintores de ese París de los años 20, que no había casi información. Al final hablé con otra periodista, y su abuela, francesa, era una gran admiradora de Alice Prim. Me dijo que en una librería francesa vendían una recopilación… y ahí encontró un amigo mío un cómic en castellano: Alice Prim a través de un cómic, un solo cómic de alguien que ha ido a París y ha investigado profundamente. No había grandes cosas. Y con Isabelle Eberhardt, igual. O con Gertrud Kolmar, la poeta de Auswitch, que solo era conocida como la prima de Walter Benjamin. «Poeta que murió en el Holocausto, prima de Walter Benjamin», esa era su biografía en Wikipedia. No había más de toda su historia, que es una buena historia. Otra que ha sido difícil es Patricia Gadea, creo que por actual. Cuanto mas actuales, más miedo le da a la gente hablar de ciertos personajes, y ella al final es de la movida madrileña y fue rescatada por su marido muy tarde.

La pregunta sobre documentación era a nivel de obra y también de vida privada. ¿Se encuentran al mismo nivel?

No. Hay más cotilleos personales, y más sobre las escritoras, que sobre el resto de personas. Están más analizadas porque supongo que influye mucho su estado de ánimo, su matrimonio, divorcio o hijos en su obra.

¿La prensa trató de forma justa a mujeres como la baronesa Pannonica de Koenigswarter, mecenas del jazz cuando era «música de negros», o a Linda Lovelace, que realizó la primera felación delante de una cámara?

No. Nica fue tratada injustamente pero porque había un problema racial. Los negros no podían juntarse con los blancos y aparecía una mujer blanca con dos negros y era una fresca. La tintaron de «la puta de los negros», cuando era una mujer que lo que quería era levantar un género musical. Luego Linda Lovelace, imagínate, incluso a día de hoy aparece en la televisión una mujer haciendo una felación y será esa tía de aquí hasta que muera, da igual que escriba cinco biografías o descubra la cura contra el cáncer. Es así de injusto.

Tus 27 mujeres, y las demás que habrá como ellas, ¿llegarán a tener un espacio de reconocimiento igual al de sus pares en su época?

Supongo que sí, con lo que se está haciendo ahora. Lo que pasa que se tienen que estudiar. Nadie va a tener el mismo reconocimiento si cuando te enseñan cómo fue la historia, no las incluyen a ellas. Es muy importante que los libros de texto se modifiquen para que las mujeres entren a formar parte de esos libros de texto, porque si no nunca van a tener la misma repercusión. Nosotros tenemos un concepto de lo que es el mundo a través de lo que estudiamos cuando somos muy pequeños, y es muy difícil cambiarlo si tu aprendes a partir de los 20 por formación propia. Estas mujeres no están en los libros de texto, ninguna. Ahora por ejemplo Marga Gil sí aparece por un real decreto que se hizo hace tres años. Pero nuestra generación, la de nuestros padres… la generación del 27 la estudió sin Marga Gil, sin Maruja Mallo, sin ninguna de las que estaban en esa generación. Hay que incluirlas, para que tengan la misma relevancia.

¿Dónde estamos ahora?

En ese momento de recuperar todo lo anterior, y ya no por ellas, porque están muertas, más por nosotros. Quizá hemos aprendido todo de una manera inexacta. ¿El anarquismo a través de los hombres? Resulta que la mayor anarquista que existió era una tipa muy libre, muy tozuda y a la que tuvieron miedo los gobiernos por las ideas que tenía. Y esa tía se nos ha olvidado. ¿La poesía? Es algo femenino completamente, no hay nada más femenino que la poesía y se nos olvidan las mujeres. La ciencia ha tenido mujeres muy valientes, que han dado muchos descubrimientos. No podemos saber la historia solo por los nombres masculinos y olvidar los femeninos. No por ellas, sino por el conocimiento que tenemos nosotros de nuestra historia y de nuestro mundo.

Y hoy una pionera, por ponerle un nombre, ¿sigue teniendo el riesgo de quedar eclipsada por otros hombres o de pasar desapercibida?

No, porque hoy las que escriben las historias y las que están atentas a lo que ocurre también son mujeres. No van a dejar que esa pionera se quede sola. Hemos creado una sociedad con mucha sororidad, es decir, que todas intentamos tirar de todas. Y cuando alguien repunta somos nosotras mismas las que las hemos cogido y encumbrado un poco más, y nuestros compañeros hombres, al ver que eso ocurría y tenía cierto tirón, al ver que estaba de moda, han querido también meterse en esa moda. Creo que las vamos a rescatar más por una moda que por una creencia en que hay que rescatarlas. Pero bueno, siempre está bien que las rescatemos.

¿A quién se recuerda de forma injusta?

A la arquitecta Marion Mahony se la recuerda de forma injusta. A Amy Winehouse la recordamos de una forma completamente patriarcal y como juguete roto manejado. Bueno, espera, que Amy Winehouse era muy libre y hacía lo que quería, otra cosa es que luego acabase como acabó. ¿Por qué? Porque cuando eres tan libre y la prensa te mira cada impacto, eres una zorra y estás loca. Para una niña de 27 años, que toda su vida aparezca reflejada hace que se desquicie. La mitad de las mujeres que hay aquí no están locas porque estén diagnosticadas (aunque hay mujeres que sí), la mayoría están locas porque su libertad choca contra un conservadurismo atroz que las deja fuera de la sociedad, y al final acaban volviéndose tarumbas, que es lo normal. A Amy lo que le pasó es que era un mujer completamente libre, que hacía lo que le daba la gana, y la mirada de los demás era lo que le decía que todo lo que hacía era incorrecto. Llega a ser un hombre, un yonki, y no pasa nada. Mira a Pete Doherty. Pero Amy Winehouse tenía un problema mental…

De Amy no ha pasado mucho tiempo

Tampoco somos tan diferentes a 1950. La mujer sigue siendo una persona que tiene que ser tremendamente correcta. En todo, en su actitud, la forma de llevar a su familia, tratar a sus padres, amigos… hasta cuando bebe o dejar de beber. Todo eso no se ha modificado.

Si hubiera podido escribir la carta de vuelta de Cortázar a Pizarnik, la que da título a su libro, ¿qué hubiera escrito?

Yo habría ido. Quizá no habría escrito una carta. La carta de Cortázar es muy acertada, pero estaba hablando con alguien que ya tenía la decisión tomada. Pizarnik no le estaba pidiendo permiso, ni le estaba pidiendo consejo, le estaba diciendo lo que iba a hacer: te informo porque eres mi amigo y quiero que sepas que voy a hacer esto, para que dentro de seis meses no te pille por sorpresa en tu casa de París. Cortázar no tuvo más que hacer. La carta es impresionante, de bonita… ese «burra» me parece brutal, de «mírate como te ven los demás, deja de mirarte de esta manera tan incorrecta». Pero Pizarnik lo tenía totalmente claro, quería acabar con su vida y el resto le daba igual.