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Julià Guillamon: “Hay una gran necesidad, una gran voluntad de retornar a la naturaleza”

Julià Guillamon (Barcelona, 1962) acaba de publicar Les cuques (Anagrama, en catalán); Mariposas de invierno (Círculo de tiza, en español). No es un bestiario, no son unas memorias, pero salen animales y recuerdos. Muchos recuerdos. 60 textos, tres personajes y tres escenarios: Barcelona, Arbúcies (un pueblo en el Montseny) y Llançà, en la Costa Brava. En cada capítulo, un insecto que funciona, a veces como protagonista, a veces como pretexto.

Tampoco pretende ser, Les cuques, un ensayo científico y asegura el autor que es un libro sobre el tiempo y que “los personajes son títeres expuestos al paso del tiempo”. Tres veranos y una vida que se presenta incierta. Ante este panorama, un bosque narrado que salva. El relato es discontinuo, como la vida, y la prosa, preciosista, detallista y delicada. Guillamon escribe desde donde escribiría un escarabajo rinoceronte: “un animal herido, atropellado por la vida”, después de una experiencia personal dura: el derrame cerebral que sufrió su mujer y que la mantuvo varios meses en coma. Y el bosque, y los que lo habitan, salva.

Les cuques se podría etiquetar como nature writing, pero su autor pone mala cara cuando se le menciona. Él escribe sobre la naturaleza, la conoce y la comunica. Su pretensión es la literatura y asegura no adherirse a ninguna corriente. Escribe. Quizás sea un truco de las editoriales para vender más, o quizás no, quizás estemos empeñados en clasificarlo todo, en encerrarlo en cajones estancos para poder señalar y decir: “esto es esto”. No es el caso de Les Cuques, una novela que nos acerca un poco al mundo real, ese al que demasiado a menudo damos la espalda.

Empecemos por lo que más me ha llamado la atención: la exactitud de las descripciones. ¿Es todo recuerdo, lo que escribe?

Tengo una memoria muy fotográfica y consigo retener los recuerdos con mucho detalle. Pero en Les Cuques hay mucha cosa cocinada, es literatura; no son memorias ni nada parecido. Hay unos personajes que se parecen a nosotros, pero tampoco somos nosotros. Hay un equilibrio entre recuerdo fidedigno y cocina. Me doy cuenta cuando lo traduzco al castellano: eventos que aparecen concentrados pero que pasaron en diferentes momentos. Todo es verdad, pero no todo pasa exactamente de la manera que se cuenta en el libro.

Tres veranos, tres escenarios: Arbúcies, Llançà y Barcelona. Mucho detalle de Arbúcies y el bosque. ¿Cómo se relaciona o qué relación tienen naturaleza y su escritura?

Yo empecé a ir por la montaña de mayor. Mi familia tenía una pensión en Arbúcies cuando aún era un pueblecito, ahora es más grande. Había relación con el pueblo, pero no íbamos demasiado a la montaña porque mi familia estaba todo el día trabajando. Yo a los 12 ya ayudaba en la pensión. En ese momento, en el pueblo la gente vivía muy integrada con la naturaleza. Todos era payeses o lo habían sido; y, aunque trabajasen en la fábrica, tenían huertos y relación con el bosque. El pueblo era muy rústico y la naturaleza entraba en él. Escarabajos y mariposas formaban parte del vecindario. De más mayor empecé a hacer excursiones y luego se convirtieron en algo familiar. Mi pareja se aficionó mucho y nuestro hijo nos unió más a la naturaleza. Queríamos enseñarle cosas y para hacerlo teníamos que aprenderlo nosotros antes. Teníamos que ‘sofisticar’ el conocimiento que teníamos.

¿Sofisticar?

Nosotros [en referencia a él y su esposa] somos como los payeses: sabemos muchas cosas sin haberlas estudiado. Siempre he trabajado mucho la observación directa. Tengo un conocimiento intuitivo y después lo complemento con la consulta. En la novela, los personajes saben cosas intuitivamente y luego las pulen con manuales y otras fuentes. “Es un libro que borra la frontera entre la naturaleza y la cultura”, me dijo un buen amigo hace unos días.

A pesar de que las excursiones las empezaste de mayor, sí habías dicho anteriormente que siempre habías observado mucho a tu alrededor, que ya existía esa mirada hacia el mundo natural.

Fui un niño introspectivo, de observar mucho, sí.

El entorno natural de Les cuques es Arbúcies, un pueblo sobre el que ya había escrito anteriormente en El sifon de Can Sintra (Comanegra, 2017) y Travessar la riera (Comanegra, 2017).

La gente de Arbúcies lee los libros y ve reflejada su vida cotidiana. Cuando yo llegaba allí, de Barcelona, la diferencia era tan grande que no podía hacer más que observar. Eso determinaba la mirada. Me fijaba en cosas que los habitantes de allí recuerdan cuando se las explica otro, en este caso, yo. Cosas básicas como arrejuntar la leña. Ellos se sorprenden de que yo tenga interés en eso.

¿Se te puede etiquetar como nature writer?

Nunca se me había pasado por la cabeza que se me pudiese clasificar bajo ninguna corriente, pero desde hace un tiempo sí que es cierto que mucha gente escribe sobre la naturaleza. Hay muchísimos libros y algo está pasando. Lo diferencial es que el nature writing es algo muy anglosajón, un país en el cual la gente tiene mucha relación con la naturaleza. Aquí, en general, no hay demasiada. En este país, la industria editorial funciona alimentando cosas de manera artificial; pero lo que yo he hecho no se puede hacer de manera artificial: o lo sabes o no lo sabes. Por más que lo estudies, no vas a poder escribirlo si no lo sabes. Les Cuques surge del conocimiento de la naturaleza y de una experiencia de dolor que hace revivir mis recuerdos. El mercado editorial no suele funcionar así.

¿Pero te gusta que lo clasifiquen en esta corriente?

No soy demasiado amigo de que me pongan en cestas. De El barrio de la Plata se dijo que era un libro sobre historias familiares. ¿Qué tiene que ver lo que cuento yo con las historias que cuenta otro? Nunca pensé en escribir algo concreto o algo que estuviese en la línea de una corriente literaria. En el caso de Les Cuques, nunca pensé “ahora voy a escribir un libro sobre insectos o un animalario”.

En una entrevista en 2017 ya adelantó el título, siempre tuvo claro que su interés por los insectos iba a convertirse en libro.

Siempre vi que eso iba a ser un libro. Todo empezó con unas columnas en La Vanguardia. En agosto podía hacer columnas más libres, era el primer verano que me quedaba en Barcelona, por un tema personal, y me salieron cuatro. Escribí sobre escarabajos y pronto me di cuenta de que podía dar más de sí. Dejé de publicarlas en el periódico para no quemarlas y para poder tener más libertad. Cuando llegó el mal tiempo y los insectos desparecieron, se me terminó la inspiración. No fui capaz de escribir más. Me di cuenta, así que me impuse una disciplina para poder entrar en el libro de lleno durante uno o dos meses al año durante tres años.

Foto: Julià Guillamon.

La filósofa francesa animalista Corine Pellunchon escribe en Manifiesto animalista (Reservoir Books, 2018) que los insectos son “animales de frontera”: animales que viven entre nosotros; no son salvajes, pero tampoco están domesticados. Usted consigue en su libro que ese tipo de animales que a menudo despreciamos –cucarachas, escarabajos, avispas…– funcionen como hilo conductor para explicar la historia personal del narrador. Consigue hacer bellos a unos animales que gran parte de la población rechaza.

Yo creo que Les cuques son la gente. El libro se divide en tres partes que corresponde a tres años y las tres son muy diferentes, y me gusta. En el primer año hay más de animalario y el primer escarabajo que describo, soy yo. En el segundo aparecen más personas: nos damos cuenta de que la gente es más animal que los animales. En la tercera parte hablo más de las excursiones.

Tendemos a distinguir entre el mundo natural y los humanos, cuando en realidad se trata de una dicotomía falsa; ya que nosotros formamos parte de esa naturaleza que vemos como ‘otra’. ¿Cree que habrá, con la situación actual, un cambio respecto a nuestra relación con la naturaleza?

Yo lo que veo es un gran deseo de volver a la naturaleza. En la primera columna que escribí en La Vanguardia sobre naturaleza pensé: “Me van a echar”. En la segunda pensé: “Quizás no le guste a la gente”. Curiosamente, me di cuenta de que eran las columnas que tenían más retorno. A la gente le gusta saber cómo florece un gladiolo: si tú lo sabes y lo sabes comunicar, eso funciona porque a la gente le encanta. Eso demuestra que hay una gran necesidad, una gran voluntad de retornar a la naturaleza. ¿Cómo transformar ese interés en algo positivo? Eso es lo que veo más complicado. El objetivo de mi escritura no es convertirme en guía turístico del Montseny y ya me han llegado algunas ofertas. El objetivo principal es la literatura y el secundario es despertar el interés o la curiosidad. Al final es una pena que muchas de estas iniciativas terminen con la gente organizando tours.

“A mí me gustaba la vida de payés o lo que me imagina o lo que me inventaba de la vida de payés”, escribe en el libro. ¿Hay idealización de la vida rural?

En Arbúcies, por ejemplo, casi no quedan payeses, y los que hay son de nueva generación. Es una payesía refundada, de hippies, que poco tiene que ver con la payesía antigua. La vida de payés de la que yo hablo en el libro ya ha dejado de existir y sí, la gente la idealiza mucho; la vida de payés es dura. Pero no creo que mi libro idealice esa vida; tiene muchos registros y hay poca poesía. Es un libro muy contenido y no hay sobreactuación.

En la novela, aparte de naturaleza, también hay muertos.

Algunos sí. La he visto tan de cerca, la muerte… [Llegado este punto de la conversación, Guillamon habla de su pareja, quien sufrió en 2016 un derrame cerebral]. El libro funciona de manera reparadora; todo lo que vivimos está aquí.

Pero no hay drama, la prosa es sosegada.

Es verdad, pero la muerte está ahí.

Foto: Julià Guillamon.

“‘¿Ahora por qué fumas? ¡No fumes!’ Y ella me decía, desafiante y como si yo tuviese la culpa: ‘¿Qué puede pasar, que tenga cáncer? Ya lo tengo”. Menuda hostia, ¿no?

Sí, ese es uno de los pasajes que te da una hostia, pero no creo que quede sobreactuado. Me gusta mucho el personaje a quien se le ha muerto un hijo, pero ya se ha curtido. En un momento dado, mira unas hormigas de esas aladas y dice “mañana va a llover”. Es un personaje a quien se le ha hecho callo.

Escribe sobre personajes de la vida real: familiares y amigos.

Sí, siempre lo he hecho. Hay escritores que mantienen a su entorno al margen, yo no. A mi pareja siempre la intenté mantener al margen, nunca salía, pero con todo lo que ha pasado ha ido saliendo en los libros que he escrito últimamente. La parte que más me gusta del libro es la parte en la que se narra la vida de la pareja joven, creo que le da el punto de alegría que necesita el libro.

Los capítulos tienen formato de columna.

Hay un truco de composición y me puse una norma de estructura: nunca se iban a repetir dos escenarios ni dos épocas. El lector no se da cuenta, pero es la clave de la estructura del libro. Respecto al formato: los primeros artículos que escribí sobre naturaleza los reuní en El sifón de can Sintra, luego escribí Travessar la riera, y es un formato que me va muy bien, con capítulos más o menos cortos, cada uno con su historieta.

Gracias por devolverle a escarabajos, mariposillas, avispas y demás animales la dignidad que un día perdieron.

La familia de mi novela convive con los insectos, finalmente como la gente vive en el campo. Quería escribir algo que pudiesen leer mis amigos payeses, no algo con el prisma desde Barcelona. Quería un libro que llegase a sus protagonistas.

¿Crees que este artículo se podría publicar sin…

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