Extracto del medio de comunicación

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Jacobo Bergareche: «Me miro en el joven que fui y en el anciano que seré»

El autor de ‘Estaciones de regreso’ parte de la muerte de su hermano para recordar otros episodios y paisajes de su vida, en ocasiones con humor

 

Asesinaron a su hermano pequeño Roque en Angola, país al que había ido por cuestiones de trabajo, y su mundo se tambaleó. Con el tiempo asumió que sería muy difícil curar esa herida, pero supo que había que acostumbrarse a verla todos los días y a seguir adelante. Su libro, ‘Estaciones de regreso’ (editorial C), surge de esos acontecimientos y, a partir de ellos, rememora otros capítulos de su vida, unos con dolor, otros con perplejidad y muchos con optimismo y humor.

Como su estancia en Londres como becario cuando tenía 17 años. «Estuve en una empresa de publicidad y nadie me hacía caso. Pedí que me dieran cosas para hacer y apareció un hombre vestido con un mono y me puso a desmontar muebles de la oficina hasta dejarla vacía. Me sentí como el liquidador de Chernóbil».

– ¿Escribió este libro por el dolor que le produjo la muerte de su hermano?

– El libro nace de la pérdida, aunque lo empecé a escribir cuatro años después de que ocurriera. Quizá sea un intento de comprender algo que todavía me resulta incomprensible. Uno va construyendo su propio relato, su consuelo, porque al final hay que aceptarlo y vivir con ello. Pero hay muchas cosas más. He intentado abordar algunas cosas que hacen de la vida algo memorable.

– Enseguida se va a trabajar a Austin, Texas.

– Tenía el viaje programado porque queríamos montar allí una ‘start up’ y, a las dos semanas de que muriese mi hermano, estaba en un avión rumbo a Austin, con una sensación muy absurda, sin saber muy bien qué hacía en él. Pero el dolor es un largo viaje, decía el poeta Luis Rosales, y hay que continuarlo.

– Le esperaba una nueva vida.

– Texas es un territorio western. Hay un capítulo entero que dedico a un motel de carretera, en el que uno espera al típico cowboy que siempre va huyendo de algo. Iba alojarme en un hotel normal, pero quería probar un motel como los del cine y la literatura, con hombres duros y chicas duras que han huido de sus casas en el Medio Oeste. Me vi como uno de ellos y cuando me imaginé dentro de esa figura solté la primera carcajada después de la muerte de Roque.

– ¿Escribir todos esos recuerdos le ha supuesto una liberación?

– Volví a Madrid, había cumplido 40 años, era julio y en ese mes es imposible en España empezar una actividad económica, así que me puse a escribir una lista con las primeras veces, el primer amor, la primera vez que te vas de fiesta. Cuando piensas en las primeras veces, lo que recuerdas tiene siempre forma de relato, como si se lo estuvieses contando a alguien. Son experiencias profundas que marcan tu vida y que te han dejado una huella de felicidad. Vuelvo a España y me pregunto qué es lo que he hecho y qué es lo que tengo. Y con todo ello empezó la idea del libro.

«Texas es un territorio western. Me alojé en un motel para sentirme como un fugitivo»

De Lekeitio a Palma del Río

– En él tiene mucha importancia la memoria de los lugares.

– Yo tengo dos paisajes importantes en mi infancia, Palma del Río, en Córdoba, y Lekeitio, y curiosamente el primero surgió gracias al segundo. En Lekeitio, el pueblo de mi abuela, conocimos a una chica que se había casado con una persona que tenía una casa en Palma del Río, y nos fuimos toda la familia para allá. Es un lugar que te seduce por su extrañeza, más a un chico que no conocía de cerca un paisaje semejante, árido y fuerte.

– ¿Es su libro una indagación sobre cómo la adolescencia y la juventud influyen en el resto de la vida?

– Miro a los ancianos y pienso en cómo seré de viejo, veo a los jóvenes y me pregunto por el joven que fui. Regresamos y nos proyectamos continuamente.

– De muy joven estudió escritura en la Escuela de Letras de Madrid.

– De hecho, uno de los profesores de la Escuela de Letras y también editor, Constantino Bértolo, me ayudó a confeccionar el libro, es decir, a quitarle un 40% de lo que escribí. El editor protege al autor de su propia obra. Escribir es un acto de una gran vanidad y necesitas a alguien que te ponga en su sitio. La Escuela de Letras fue un proyecto increíble. Enseñaban Juanjo Millás, Alejandro Gándara, Rosa Montero, Jesús Ferrero, el poeta Juan Carlos Suñén, el filólogo Carlos García Gual… Corregían pero no ponían notas. De las mejores experiencias educativas que he tenido, y una pena que cerraran.

«Escribir es un acto de una gran vanidad y necesitas a un editor que te ponga en tu sitio»

– Dedica una parte de ‘Estaciones de regreso’ al artista Alfonso Gortázar.

– Un gran pintor. Crecimos rodeados de sus cuadros. En el baño, había uno de un baño; en la cocina, uno de una cocina. Alfonso nos fascinaba. Era la única persona con pelo largo y barba larga que pasaba por casa. Pensé que si eras artistas te podías permitir una serie de cosas que el resto de las personas que acostumbraba a ver no se las permitían. Quería ser como él y creo que en parte por eso estudié Bellas Artes. Pintaba lo que le gustaba, iba como le daba la gana y tenía la mejor colección de vinilos que he visto nunca.

– Una de las cosas que sorprenden en el libro es su conocimiento de la naturaleza, los nombres de las aves, las plantas, los árboles.

– Empecé a estudiarla a partir de una cacería. Abates una presa y la confundes con un pato. La mayoría de la gente llama flores a todas las flores y árboles a todos los árboles. Es una ceguera total. Cambia mucho si dices, mira, ahí va un alcaraván, o un chorlito. Un pajarero distingue el agua somera, los carrizos, los juncos, las aguas profundas, y sabe si por allí va aparecer un martín pescador o un papamoscas.