El día del gran disgusto
El columnista Manuel Vicent tiene una peculiar forma de felicitar el Año Nuevo a su amigo Raúl del Pozo. Nada más que se ven, Vicent le suelta: «Raúl, este año palmamos». Del Pozo le responde: «Manolo, no me jodas. Vamos a durar cien años». Vicent, al que le encanta ver la cara de pánico que pone Del Pozo, le insiste: «Este año cae, Raúl. Se está acercando el día del gran disgusto. De este año no pasa». Del Pozo se ríe y muestra sus preferencias: «¡Pues palma tu primero!».
El mejor momento del día es cuando abres los ojos y te das cuenta de que sigues vivo. Lo demás se sobrelleva. Para Manuel Vicent la vida consiste en desayunar. «Si desayunas es que te has despertado, te has sorprendido de estar vivo. Estoy vivo y desayuno», dice. Para el columnista de la contra de El País, en la colazione se abren dos caminos: «El de disfrutar del perfume del café, de las tostadas, o el camino de ponerse con las noticias, con Pedro Sánchez: uno y otro te lleva a sitios diferentes».
«A una edad este superviviente había comenzado a dividir su futuro en plazos de tres meses. Sus deseos nunca iban más allá. Concebía la vida como una letra de cambio a 90 días que había que renovar siempre con permiso de la fortuna. Había pasado el invierno sin demasiados quebrantos y habiendo llegado sano y salvo al equinoccio de primavera, este individuo levantó su propio horizonte como si fuera un gran cartel y lo colocó bien visible tres meses más allá colgado del 21 de junio, en el próximo solsticio de verano. Esta vez una parte del nuevo horizonte era azul, puesto que se veía una playa con palmeras y hamacas donde pasaría las vacaciones. Había sometido su vida a trayectos cortos para poderlos vivir con relativa intensidad», explica Vicent en «Radical libre».
Al psiquiatra Luis Rojas Marcos se le ocurrió plantearle a su madre una cuestión delicada: «Mamá, cuando mueras, qué prefieres, ¿enterramiento o incineración». La madre sonrió, sin decantarse: «¡Sorpréndeme, Luis, sorpréndeme!
En una rueda de prensa celebrada hace unos años, al gran Woody Allen le preguntaron sobre su relación con la muerte y respondió: «Sigue siendo la misma: estoy totalmente en contra». Además, el cineasta tiene una idea bastante precisa sobre la posteridad: «Antes de ser inmortal por mis obras preferiría ser inmortal por no morirme». El día que se murió Cela, Manuel Alcántara escribió: «Hasta los inmortales se mueren». Cambiemos de tema…
«Hoy, día de los Santos; mañana, de los Difuntos. La gente lleva flores a las fiambreras donde descansan las almas dormidas que representan la caducidad de los yogures. En otras ciudades, y después de la oleada de cremaciones, las necrópolis se han convertido en museos; aquí, en los veintidós cementerios de Madrid, la gente sigue visitando a sus muertos y llevando flores a la tumba, que luego guindan cangrileros para llevarlas a los mercadillos. Esta ya no es la España de pellejeros, chalequeros y traperos, pero sigue aquella retórica de las flores y la merienda de chuletas en Manuel Becerra», dice Raúl del Pozo en «El último pistolero».
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