Extracto del medio de comunicación
‘Para ser escritor’, manual de primeros auxilios
«Estrella de cine/astronauta. Estrella de cine/misionario. Estrella de cine / profesor de guardería. Presidente del Mundo. Fracasa estrepitosamente. Es bueno si el fracaso te llega a una edad temprana -digamos, los 14. Una crucial desilusión temprana es necesaria para que a los 15 ya puedas escribir largos haikus sobre el deseo truncado. Es un estanque, una flor de cerezo, el viento que empueja las alas de los gorriones que vuelan a las montañas. Cuenta las sílabas. Enséñaselo a tu madre. Tu madre es dura y pragmática. Tiene un hijo en Vietnam y un marido que podría tener un affair. Ella cree en vestir de marrón porque tapa los lamparones. Le echará un vistado a tus escritos y después te mirará con una cara inexpresiva como un donut. Te dirá: Y si vaciaras el lavavajillas? Baja la mirada. Mete los tenedores en el cajón de los tenedores. Rompe por accidente uno de esos vasos que te regalan en las gasolineras. Este es el dolor y el sufrimiento que te hace falta. Y esto es sólo el principio.»
Estos son los consejos que propone, con panache autodespectivo, la fenomenal escritora neoyorquina Lorrie Moore a los aspirantes a escritor. Y a nosotros escritores, periodistas, plumillas y ratones de biblioteca nos gusta saber cómo escriben los grandes, dónde guardan la musa y qué rituales sagrados despiertan su imaginación. Michima se levantaba a las cuatro y escribía hasta las nueve. Hemingway aconsejaba romper la página en blanco escribiendo una primera frase que fuera cierta y dejar de escribir cuando ya sabes lo que va a pasar después. Joan Didion reescribe a máquina lo que ha escrito el día anterior para volver a meterse en el texto.
Para ser escritor, recién editado en castellano por Círculo de Tiza, no contiene ninguna de estas efemérides porque se centra en el penoso acto de escribir. Fue el primer libro de autoayuda para gente que quiere convertir la escritura en un instinto irrefrenable. Dorothea Brande lo publicó en 1934; fue un éxito entonces y sigue siéndolo hoy.
Cuatro maneras de estar bloqueado
Para ser escritor es un kit de primeros auxilios para el escritor atragantado. Brande los divide en cuatro tipos: primero están el escritor que, simplemente, no puede ponerse a escribir y el que ha escrito un libro con éxito y no se siente capaz de repetirlo. Después está el que sólo se siente capaz de escribir en ataques de inspiración y está seco el resto del tiempo (y se siente títere de su propia escritura, en lugar de autor). Finalmente, está el que puede empezar una historia pero no puede llevarla a su conclusión. Esa clase de escritor está siempre escribiendo novelas, artículos o ensayos que nunca termina, porque los abandona por otra novela más joven y tersa. Como le ocurre a Don Draper, sólo le gustan los principios de las cosas y huye hacia delante a la menor dificultad.
Brande asegura que casi todos los grandes escritores atraviesan crisis en las que se convierten en uno de estos cuatro desgraciados, y guarda un pedazo especial de bilis para aquellos manuales y expertos que les aconsejan claudicar. «Los libros que se escriben para pintores no insinúan que el lector no conseguirá nunca pasar de ser un engreído empuñador de brocha gorda».
Para la editora norteamericana, todo escritor tiene una personalidad doble: una pragmática y racional que escribe facturas y hace la compra, la otra sensible, entusiasta e infantil. La primera es crítica, la segunda es creativa y Brande asegura que la mayor parte de los bloqueos tienen que ver con la interacción entre las dos. El éxito del escritor consiste en saber silenciar a su cerebro crítico para que su escritura fluya sin trabas. Después, con el libro ya escrito, puede aparcar su cerebro artístico para editar, corregir y pulir su trabajo con profesionalidad.
El único hábito del escritor de éxito
Curiosamente, su estrategia para «romper el círculo de inercia y frustración» es la misma que hizo famoso a Charles Duhigg casi un siglo más tarde con su libro El poder de los hábitos: intentar luchar contra los hábitos es una lucha titánica, hay que identificarlos y reprogramarlos. Brande propone una serie de ejercicios sencillos y basados en la repetición, como despertar media hora antes cada día y escribir cualquier cosa que le venga a uno a la cabeza.
Busca «la zona gris entre el sueño y la vigilia completa» porque es más fácil escribir sin la zancadilla de la autocensura, aunque sean párrafos sin pies ni cabeza. Cuando esta actividad se ha convertido en rutina, propone programar huecos para la escritura a lo largo del día y cumplirlos a rajatabla. «Descubrirás los obstáculos más extraordinarios que se presentarán disfrazados de sentido común». No es distinto del que se apunta a un gimnasio y las primeras semanas encuentra mil excusas para no ir.
«Si de manera consciente y obstinada te niegas a dejarte engañar, obtendrás tu recompensa», asegura la autora. Que también añade: «Si fracasas repetidamente en este ejercicio, abandona la escritura. Tu resistencia es en realidad más fuerte que tu deseo de escribir, y lo mejor será que encuentres otra salida a tu energía, y mejor más temprano que tarde».
Cuando la producción empieza a ser cuantiosa, la siguiente fase es estudiar lo escrito para descubrir nuestro «don natural». Esta es la parte que peor ha envejecido. «En mi experiencia, el alumno que anota el sueño de la noche anterior o reformula los acontecimientos del día de manera idealizada (…) es probablemente un escritor de relatos embrionario (…). Un análisis más sutil de personajes, una consideración de sus motivos, un autoexamen estricto (…) señalan con frecuencia al novelista. Una especie de introspección reflexiva o de especulación en bruto es lo que suele encontrarse en el cuaderno del ensayista…».
Brande dice que, por lo menos, este descubrimiento es muy liberador. «Cuando se llega a esta etapa de la instrucción muchas veces en mis clases se produce una explosión de actividad muy estimulante».
Descubre tu animal interior
Para ser escritor también es el mejor libro de iniciación para aquellos que aspiran a regentar talleres literarios, aunque en algunos casos tengan que adaptarlos a nuestra época y tecnologías. Eso sí: no dice cuándo conviene usar la primera persona en lugar de un narrador omnisciente, no habla de trama ni de personajes y ni dice nada de la metaficción. Para eso tenemos, por ejemplo, El arte de la ficción de John Gardner, que fue su contemporáneo y primer prologuista. La preciosa edición de Círculo de Tiza tiene una ventaja sobre la original: incluye el prólogo de Gardner, que es de 1980, pero también los de John Braine (1982) y Malcolm Bradbury (1996), correspondientes a distintas reediciones.
A diferencia de sus predecesores, Marta Sanz -cuyo prólogo fue encargado para esta edición- la encuentra encantadoramente cómica –¿autohipnosis? Svengali!-, puritana y mitómana, propensa al pensamiento mágico y bienintencionadamente ridícula. Pero incluso ella concede que «hay algunos fogonazos de lucidez absoluta que no podemos dejar de comentar». Estemos o no de acuerdo con ella, la reedición de este clásico que viene de la resaca del modernismo, de la generación perdida que acabó en Hollywood, del círculo de Dorothy Parker, Hemingway, Fitzgerald y William Faulkner es una buena noticia. Leerlo es la segunda regla para escritores que propone Hillary Mantel. «No necesitarás leer ningún otro libro», asegura. Si a ella le hizo falta, a nosotros mucho más.