El escondrijo de Montaigne
Un poco antes de la crisis de los 40, Michel de Montaigne, el padre de los essais, harto de los yugos, las esclavitudes y los afanes públicos, se retiró al segundo piso de la torre familiar de la Dordoña y se consagró a la libertad, la tranquilidad y el goce del estudio. Talló en las vigas de la biblioteca un ramillete de sentencias para no olvidarse de llevar una vida simple. Algunas de ellas: «Vivir con poco y no sufrir ningún mal»; «Es duro, pero la paciencia vuelve más ligero aquello que no puede corregirse»; «El hombre es barro»; «¡Por todas partes, vanidad!». «Aquello que más te enorgullece es lo que te va a perder»… Como se sabe que la vida va siempre cuesta arriba y que todo lo que nos pasa ya le ocurrió antes a mucha otra gente, los montaignistas tienen siempre su delicioso tocho de sabiduría cerca y, cuando andan perdidos, lo abren al azar (se llama bibliomancia) y sus paginas les aclara el ‘nublao’.
«Confieso que no me gusta leer los llamados «best sellers», pero no por una cuestión ideológica, sino porque se me caen de las manos. Por el contrario, los clásicos nunca envejecen y nos enseñan a responder a esas grandes preguntas. Es el caso de los «Ensayos» de Montaigne, escritos hace cuatro siglos, que hojeo algunas noches antes de dormirme. Me sorprende y me fascina que muchas de sus reflexiones sean tan actuales. Lo que demuestra que la naturaleza humana ha cambiado muy poco», dice Pedro G. Cuartango en «Iluminaciones», el nuevo libro que acabamos de publicar.
Cuando te rompen el corazón y un Teseo sin escrúpulos te abandona en Naxos; cuando sufres la soberbia de algún Agamenón, su hybris, su desmesura; cuando te quedas solo como Filoctetes en Lemnos y crees que ya no volverán a buscarte; cuando envejeces y oyes a las Moiras, a las hermanas Parcas, tensar los hilos… para, en definitiva, afrontar los días y saber cómo se puede vivir mejor, lee a los clásicos, ese depósito de sabiduría perenne, esos libros que nunca terminan de decir lo que tienen que decir (Italo Calvino) y te cambian la vida.
«Entre las lecturas más arriesgadas se encuentran aquellas cuyo contagio sugiere o impone cambiar de vida, escapar del mundo o transformar radicalmente la sociedad (…). Es verdad que Montaigne no era un crítico literario. Pero sus ensayos nos muestran a un hombre que, a partir de sus lecturas, reflexiona sobre sí mismo y sobre el género humano», escribe Alfonso Berardinelli en «Leer es un riesgo».
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