Extracto del medio de comunicación
Diecisiete libros que nos gustó leer en 2015
No están todas las obras que marcaron el año, pero son algunas que te interesa no dejar escapar.
“Instrumental”, James Rhodes. En Blackie Books.
“Me violaron a los seis años. Me internaron en un psiquiátrico. Fui drogadicto y alcohólico. Me intenté suicidar cinco veces. Perdí la custodia de mi hijo”. James Rhodes (Londres, 1975), concertista de piano, renovador de la música clásica y autor de unas memorias inolvidables. La materia prima es cruel. Todo lo que toca es dolor y no hay noticias de la esperanza. Y sin embargo, su falta de pretensiones literarias, la llaneza con la que se dirige al lector, la honestidad y naturalidad al tratar los capítulos de su vida -cada cual más destructivo- hacen de esta obra una crónica medicada, enloquecida y musical. No hay recado moral, simplemente es una vida autodestruyéndose que trata de sobrevivir, como en una montaña rusa en la que la ironía se sirve en sobredosis.
“Aquí”, de Richard McGuire. En Salamandra.
El protagonista de esta novela gráfica es un lugar y una perspectiva única. Richard McGuire (New Jersey, 1957) ha inventado una máquina del tiempo en plano fijo (una habitación) por la que transita la historia de generaciones, sagas. Art Spiegelman ha dicho de este libro que es una “sinfonía del tiempo”. “Se me ocurren pocos libros que justifiquen plenamente la atípica cuota de interés dedicada a los cómics en los últimos años, pero éste sin duda es uno de ellos”. En una página el lector se encuentra en una visión de 1959, en otra manda al lector a 2007. En el mismo salón, que no es el mismo.
“Los grandes placeres”, de Giuseppe Scaraffia. En Periférica.
Éste es un libro salvavidas, de los que contrarrestan las lecturas agrias. Giuseppe Scaraffia (Turín, 1950) se ha inventado un diccionario contra la infelicidad, en el que asoman todos los términos que deberían rescatarnos y “amueblar el vacío”. Palabras surgidas con la intención de sentirnos menos solos, como mensajes en una botella que celebran que la vida no tiene sentido y que se desvanece después de “una mezcolanza indigerible de placeres y sufrimientos”. Píldoras para domesticar la infelicidad: no es más que un libro que se puede leer abriéndolo al azar y cabe en un bolsillo. Uno de esos capaces de engañar al lector con el disfraz de la superficialidad.
“El comensal”, de Gabriela Ybarra. En Caballo de Troya.
Otro de los libros que no caducarán en 2016 es El comensal, uno de los aterrizajes forzosos de una autora con material autobiográfico que es de todos. ETA secuestró a su abuelo, empresario y político, y lo asesinó. La muerte de su madre es el otro motivo con el que la joven escritora traza la historia de dos desapariciones. Todos heredamos el pasado, todos necesitamos reconciliarnos con nuestro pasado. Para ello es imprescindible rescatar la historia real, desprovista de leyenda, sin mitología familiar, sin dramatismo. Desde las ruinas a la supervivencia.
“La guerra no tiene rostro de mujer”, de Svetlana Alexievich. En Debate.
Casi un millón de mujeres combatió en las filas del Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial, pero su historia apenas se conoce. La Premio Nobel de Literatura reúne los testimonios de cientos de las supervivientes. Mujeres francotiradoras, que condujeron tanques, trabajaron en hospitales de campaña, mujeres en combate. Entre la historia y el periodismo, la autora levanta un monumento a las voces marginadas de la contienda. Todo lo que sabemos de ella, lo sabemos por la voz masculina. Las mujeres se adaptaron al canon, pero ella ha tratado de resistirse. Recuerda el dolor de la recuperación de esas voces: “Ellas lloran, mucho. Gritan. Y cuando me voy se tienen que tomar las pastillas para el corazón. Llaman a urgencias. Y, sin embargo, continúan pidiéndome: Ven. Ven, por favor”.
“Capitalismo canalla”, de César Rendueles. En Seix Barral.
He aquí una historia personal del capitalismo a través de la literatura. César Rendueles (Girona, 1975) ha seguido su rastro por la literatura, para mostrar que ha logrado aparecer como un sistema en apariencia indestructible. La sociedad se ha mostrado dócil y paralizada, atrapada por un clima de escepticismo mortal sobre los procesos de transformación social: “Nos dejamos engañar con entusiasmo, comimos mentiras con avidez exigiendo raciones dobles”, escribe. Comprende la evolución capitalista a partir de novelas como Moby Dick o Robinson Crusoe. Una historia de terror.
“El reino”, de Emmanuel Carrère. En Anagrama.
El reino de Carrère (París, 1957) es claro como su propia desnudez. No escatima detalles al hablar de sus crisis de fe, de sus pensamientos suicidas, de su navegación por la web en busca de porno, un personaje sin maquillaje. Su psicoanalista le responde: “A veces, el suicidio es una solución”. El escritor ha tratado la fe como lo que es, una cuestión estrictamente personal. Ha tratado la pérdida de fe sin trascendencia, desde su propia experiencia, con la posibilidad de dar voz a ambas partes. Es un libro que puede ser leído por creyentes y no creyentes. Un libro abierto a todos.
“El cuaderno perdido” de Evan Dara. En Pálido fuego.
Evan Dara se define como “un escritor norteamericano que (por lo general) reside en Europa”. Un heterónimo que esconde la verdadera identidad del autor de este thriller ecológico, como lo define en el prólogo Stephen J. Burn. La novela es la lenta e inexorable destrucción de una comunidad por los traumáticos efectos del mainstream. El mensaje es evidente: el ser humano no es un ser aislado y las acciones carentes de escrúpulos tiene repercusiones económicas, sanitarias y medioambientales sobre la humanidad.
“Distancia de rescate”, de Samanta Schweblin. En Literatura Random House.
La autora de cuentos pasa a la novela con todas las garantías. Arrastra lo mejor del género corto para contar la vida entre una madre y su hijo, que abandonan la ciudad por el campo. La vulnerabilidad es el motivo que corre por el libro, como una amenaza invisible. Schweblin (Buenos Aires, 1978) amarra la maternidad, la política, los pesticidas, la transmigración, el peligro y los niños deformes, para responderse a una pregunta que le asaltó mientras escribía un cuento: ¿y si un día no reconoces a tu hijo por un detalle indemostrable, como el modo de cruzar las piernas? Novela política contra el herbicida para la soja, que en Argentina se ha convertido en un veneno incontrolable.
“Gracias por la compañía”, de Lorrie Moore. En Seix Barral.
Después de 16 años en silencio, la autora norteamericana vuelve al cuento. En las ocho piezas del libro utiliza la ironía como arma de destrucción masiva contra los prejuicios, los tópicos, las verdades absolutas y la normalidad de la sociedad en la que vive. Es una especialista en diseccionar las relaciones personales, sin escatimar sarcasmo: “Una mujer tiene que elegir una infelicidad particular con cuidado. Era la única felicidad de la vida: elegir la mejor infelicidad”. Claro está, no ha escrito una visión halagadora de los EEUU. Son historias corrientes y anónimas aplastadas por la miserable vulgaridad.
“Malas palabras”, de Cristina Morales. En Lumen.
Cristina Morales (Granada, 1985) ha imaginado cómo debió de ser el diario personal de Teresa de Jesús, en 1562, durante el proceso de escritura de Libro de la vida. ¿Resultado? Una mujer valiente, sin miedo a enfrentarse a sus censores, una persona que lo cuestiona todo, que nada le satisface. Alguien que halla en la escritura su salvación. Morales ha escrito contra la historia, contra la visión que tanto la izquierda como la derecha ha levantado sobre una figura independiente. La ficción reivindica la esencia femenina de Teresa y a su madre como influencia básica en su formación. Así arranca Cristina el libro: “Mi madre leía a escondidas de mi padre, como el criado que sustrae unos garbanzos”.
“Campo de retamas”, de Rafael Sánchez Ferlosio. En Literatura Random House.
El volumen recoge material inédito sobre la parte más magra del pensamiento de Rafael Sánchez Ferlosio (Roma, 1927), con la que el autor ha salpicado sus novelas, reflexiones en prensa y sentencias en novelas. Esa parte tonificada de su literatura es la que él ha llamado pecios, verdaderos tesoros. Los restos brillantes del naufragio. La orfebrería repulida de cantos que aparecen para iluminar las confusiones del lector. Son su parte más personal y, al tiempo, la que mejor se comparte en comunidad.
“Ardenas 1944. La última apuesta de Hitler”, de Antony Beevor. En Crítica.
Desde hace dos décadas descubrió el formato al margen de la Academia para contar la guerra, en el que la narración de vidas y la ambientación es más importante que la acumulación de datos y pruebas. El archivo está supeditado al relato. Los recursos narrativos son la clave del secreto del éxito de Beevor (Londres, 1946), que recurre a la vivencia de los soldados -los de abajo-, para contar los movimientos de los ejércitos -desde arriba- en una de las batallas más cruentas de la Segunda Guerra Mundial: Ardenas 1944. La última apuesta de Hitler. Vuelve a hacer del pasado una experiencia.
“Pequeño fracaso”, de Gary Shteyngart. En Libros del Asteroide.
“Para contar la historia de la Unión Soviética tendré que contar la historia del tío abuelo materno Aarón”, escribe Shteyngart (Leningrado, 1972). “Aarón acabó escondido en la buhardilla de la familia, desde donde vio cómo fusilaban a su hermana y a sus padres en el patio de la casa”. La memoria del autor es la experiencia del emigrante que abandona Rusia por EEUU. Sus recuerdos han molestado tanto al Gobierno Putin que ha censurado este libro y el acceso del escritor al país. Quizá lo que más moleste sea el sarcasmo con que retrata la desintegración de la Unión Soviética: “Y aquí está mi congelado Lenin del tamaño de King Kong, mi amor, que caso parece dar un salto en dirección a la vecina Finlandia, con la mano señalando enfáticamente el horizonte y las faldas del abrigo ondeando al viento de forma sexy”…
“Lacrónica”, de Martín Caparros. En Círculo de Tiza.
Martín Caparros (Buenos Aires, 1957), periodista y novelista, pasa revista a lo largo de 600 páginas a sus crónicas y reportajes. Tres décadas de oficio, en una selección comentada a sus trabajos. Es decir, un manual de periodismo que debería figurar en el altar de las referencias. Reflexión sobre el mundo en todos estos años y del lugar en el que se encuentra el periodismo. Transexuales de Juchitán, bombardeos en Belgrado, los jirones de La Habana, el condenado a muerte en Texas, el exdictador argentino en sus paseos matinales… Es la crónica de la crónica de su vida laboral y de nuestro mundo.
“Farándula”, de Marta Sanz. En Anagrama.
Los personajes del Premio Herralde de Novela deben decidir entre sus miserias o sus compromisos. Marta Sanz (Madrid, 1967) ha entrado en el país de las maravillas de las actrices y actores para descubrir lo que hay debajo de los kilos de purpurina. Una clara metáfora de la vida alegre y sonriente a la que se supone hay que plegarse. Los personajes son peleles maltratados y estigmatizados, que representan la voz de la cultura convertida en ruinas, en la sombra de lo que fue. “Representan muy bien la brecha de la desigualdad a través de la contradicción que existe entre el glamour y la precariedad de un oficio”, explicó la autora a este periódico.
“La muerte de mi hermano Abel”, de Gregor von Rezzori. En Sexto Piso.
Tan larga trayectoria como escaso reconocimiento en nuestras librerías, Gregor von Rezzori (1914-1998) desmonta en esta magistral novela la mitología del destino de los apátridas: “Yo soy un extranjero, porque éste es un mundo de extraños”, escribe. El protagonista ha estado 19 años acumulando material para esa obra que quiere convertir en obra maestra. La novela de un aspirante al Nobel. Esos 19 años son el síntoma de un narrador que teme no poder escribir por los acontecimientos que ha vivido y quiere contar: la entrada de Hitler en Viena o los procesos de Nüremberg. Todos ellos escapan del lenguaje, “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”.