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Extracto del medio de comunicación

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LITERATURA

Periodismo

El peso del folio y medio

  • El Francisco Umbral articulista fue ignorado durante años por la literatura oficial. ‘El tiempo reversible’ (Círculo de Tiza), que recoge un centenar de sus mejores textos en ‘El País’ y EL MUNDO, deja claro aquel gran error.

La cabeza de Francisco Umbral no decora el despacho de ningún erudito porque los taxidermistas no hemos conseguido disecar su gran cuerpo de animal de prensa. A pesar de bucear en el papel áspero de las hemerotecas -donde ganamos dioptrías-, contabilizar los miles de artículos que escribió desde 1953, analizar sus hallazgos verbales o haber peleado con los prejuicios de los departamentos universitarios, la obra periodística de Umbral aún guarda muchos pecios ocultos, como los libros a los que daba piscinazo y que una tarde vi flotar entre el verdín de su alberca. En el cuarto de estar Umbral tenía una talla gótica de una Virgen embarazada. Ponderé la belleza de la obra, me miró y, con su voz de órgano, dijo: «Es que es mi aduanera, quien pasa a su lado y se fija es que tiene sensibilidad». Así comenzó la breve historia de una larga tesis doctoral alrededor de una mesa camilla, mientras la puñetera gata Loewe se empeñaba en afilarse las uñas en mis pantalones vaqueros. Era un mes de noviembre de 1992.

Cuando entonces, la universidad miraba el periodismo de Umbral como una tundra maldita donde un señor muy alto con una bufanda roja disparaba líricos exabruptos. Su imagen pública de dandi desdeñoso no facilitó el acercamiento de los académicos. Salvo extravagantes excepciones, nadie se había ocupado en estudiar el periodismo de un tipo que parecía disfrutar con la transgresión de las convenciones y la erosión de la gramática. Muchos años después, una vez que el tumor de los prejuicios fue extirpado, aquellos catedráticos que lo desdeñaron le colocaron el birrete de Doctor Honoris Causa.

Los principales premios le prendieron de una melena ya de color harina y la universidad cayó en la cuenta de que la obra periodística de Umbral era una inmensa hemorragia de palabras que durante 40 años había salpicado con su Olivetti semiautomática periódicos y revistas. Columnista famoso en los 80 y 90, sí, pero también soldado en la infantería del periodismo. Umbral no nació siendo Umbral. Se fue haciendo un nombre desde la radio, el ‘Diario de León’ y, sobre todo, desde ‘El Norte de Castilla’, que fue su cabeza de puente en Madrid, gracias al padrinazgo de Miguel Delibes. A él dedicó un libro en que puede constatarse el apoyo moral y económico que le prodigó en tiempos de penurias y enfermedad. Umbral se pateó todas las redacciones y tertulias madrileñas a fin de escribir la semblanza de un escritor llegado del exilio o de una modelo destinada a ilustrar el calendario de un garaje. El humorista que escondía bajo el abrigo entrevistó a un elefante en el zoo, hizo lo propio con la escultura de Pío Baroja en El Retiro y entrevistó a Francisca Sánchez, la musa de Rubén Darío, a punto de fallecer en un hospital madrileño a los 83 años. Escribió la necrológica de César González Ruano y la crónica del entierro de Ramón Gómez de la Serna. Fue enterrando a sus maestros. Escribió semblanzas, reportajes, glosas, breves, noticias, críticas de poesía, arte, cine y teatro, y al tiempo que iba publicando sus libros seguía, incansable, estucando el suplemento ‘Las artes y las letras’ de ‘El Norte de Castilla’ con unas iniciales que ya sonaban a bufido de felino grande: FU.

Su extenso periodo en la agencia Colpisa, junto a Manu Leguineche, fue la catapulta que lanzó los meteoritos de sus artículos hacia los principales periódicos de provincias. Su nombre empezó a extenderse. A los 40 años ya había escrito’ Mortal y rosa’, ‘La ninfas’ o ‘El Giocondo’, pero si bien se mira la extensión de los capítulos o fragmentos de muchos de sus libros se corresponden con el espacio que ocupaba su columna diaria. Más de la mitad de su obra publicada son recopilaciones de piezas periodísticas. Fue durante su fructífera y larga colaboración con ‘El País’ cuando acuñó hallazgos expresivos y tipográficos que mantendría como rasgos de un articulista que podía escribir con lirismo feroz la frase «Madrid lo reventó de mañanita», en relación al suicidio de un conocido, transformando el drama en endecasílabo de la canción popular mexicana. Pensaba con el lenguaje, intuía con el cuerpo y escribía con una celeridad traspasada por el navajazo de un vértigo que encadenaba a una marquesa con un sindicalista; a un cura progre con una actriz del destape. Un día acariciaba a un político y al día siguiente lo crujía con una metáfora.

Algunas de sus entrevistas, recopiladas en ‘Mis queridos monstruos’, son joyas que se leen sin la rémora de la prosa de ropavejería. Lejos de envilecerle el estilo, como advirtió su maestro Valle-Inclán, el periodismo le permitió desplegarlo en un género que no admite la mediocridad. Podía tocar una sonata o un picar como un alacrán, pero solía hacer ambas cosas al mismo tiempo. Hizo suyo el cheli, el argot callejero y el barroquismo arcaizante para acuñar sus propios neologismos. Tras una traumática ruptura con ‘El País’ y un fugaz pero imprescindible tránsito por ‘Diario 16’, halló en ‘EL MUNDO’ un espacio donde, sin darse tregua, esperó el reconocimiento con gesto de monarca cansado. En estas páginas recibió los principales galardones de su carrera.

Testigo de la historia de su país desde los «tontos y lluviosos» años 50 hasta la legislatura de Rodríguez Zapatero, quiso traspasarlo todo con su estilete, decepcionado ya con una izquierda que, a su parecer, había renunciado a España. Hay quien se empeña en colgar su cabellera del espejo retrovisor de un coche desguazado, pero ahora en que la moda imperante es escribir con la enjundia verbal del texto de un prospecto cuenta con jóvenes lectores ‘umbralizados’ por el poder carnívoro de un adjetivo. Si se juntara toda su obra periodística obtendríamos la Espasa Calpe: una topografía social, cultural y política de este ruedo ibérico al que tanto amó, con sus esputos de niño tísico y su whisky con agua. España, jibarizada en folio y medio, fue el gran tema de sus columnas.