Extracto del medio de comunicación
David Gistau: «Hay que meter Madrid en la literatura del siglo XXI»
El escritor y periodista David Gistau en el ring del gimnasio Metropolitano de Madrid. ANTONIO HEREDIA
David Gistau despliega en ‘Gente que se fue’ un conjunto de cuentos sobre el pasado, la memoria y el vitalismo, con Madrid y Buenos Aires como espacios de culto
En un poema del venezolano Vicente Gerbasi, Mi padre, el inmigrante, asoma un verso que podría ser el lema de los cuentos que David Gistau (Madrid, 1970) reúne en Gente que se fue (Círculo de Tiza): El hombre es de la noche que lo sigue. Todos los personajes de estas historias vienen mecidos por una oscuridad, por un relente de penumbra, incluso por un desamparo que no siempre está a la vista, y eso es lo mejor, que se va exhibiendo lentamente y solo.
Después de Golpes bajos, la novela en que Gistau se echaba a los gimnasios de extrarradio, donde el boxeo se confunde con la vida, este conjunto de cuentos es un paisaje de gentes de muy distinto linaje pero con algo que los emparenta: la extrañeza y casi el desencanto. El libro se abre con un relato que da título al volumen, quizá el más estremecedor, donde Daniel tiene dos obligaciones que le acuciaban: el encargo de un padre fracasado que le encarga saber vivir (mejor); y la segunda, la de quien se siente desperdiciado porque su talento se malogra como guionista procaz de un programa de éxito (absurdo). «El mundo de Daniel, el protagonista, lo integran individuos que quieren ser algo distinto a lo que son. Unos aspiran a cineastas, otros a actores tipo Mastroiani… Han venido a Madrid a prosperar y a cumplir metas, pero se encuentran muy solos. Quise crear esa comunidad de solitarios que practica sexo entre sí porque también es una manera de acompañarse», explica Gistau. La soledad y el padre derrumbado en el alcohol, la multitud y el hastío de un mundo de seres destemplados son la gente que se fue.
Las madrugadas, los negronis, los bares, la memoria, el imposible olvido de algunos daños… Buenos Aires. Algún amor a lo lejos. Las motos. La noche que desciende de nuevo hacia la luz. Esto también le da cuerpo a los cuentos de Gistau. Aquellos que después del primer relato (y el más extenso), incluye Bonus Tracks (Cuentos de Serie B). «Tengo mucho pudor en tomarme en serio literariamente. Quizá sea ventajismo, pero quiero jugar el papel de diletante: a mí no me exijáis mucho que soy un escritor aficionado». Este escapismo irónico es parte de esa sustancia de la escritura de Gistau: el humor, que (cuando se da) presenta la narración como un sketch. O una secuencia de ellos. «Así concibo también algunas columnas. Nacen de una anécdota, de un chispazo, de una escena. Y entonces se va desencadenado todo».
Y luego está Madrid. La ciudad que el escritor y articulista de EL MUNDO recorre sobre la grupa de una Harley Davidson. Porque Madrid es un personaje más de los cuentos. Incluso en ocasiones, el principal. El que va de la Plaza de Santa Ana a Chamartín y de Prosperidad a los altos de Carabanchel. El lector viaja de paquete en la moto, observando, cumpliendo con el cabotaje urbano. «Me he dado cuenta de que Madrid me gusta para escribir sobre ella, algo que no siempre he tenido claro. No sólo quiero hablar de Madrid, sino hacerlo con una precisión absoluta. Nuestro humus literario está en el barrio de Huertas, en La Latina, en los Austrias. Por qué no aprovecharlo. Madrid ha quedado como el terruño galdosiano de la castañera frente a la hegemonía literaria de Barcelona. Hay que meter a Madrid en el siglo XXI de la literatura», dice el autor.
La ciudad es más que un mapa, más que un territorio. Es un organismo donde algo se abre en dirección a nuestros deseos, donde algo se cierra de frente a los desengaños. Madrid, en Gente que se fue, es un hombre interrogado por sus propias sombras. Igual que lo es Buenos Aires, también casa para Gistau desde que en 2001 mudase por un rato allí la vida siguiendo a una dama bonaerense revelada en Pakistán. En un cuento repleto de autoparodia como Baires Feast, el autor ajusta cuentas con la novia que conoció en la sala de espera de una guerra, y al tiempo recobra las peripecias sentimentales de aquel pagafantas que el protagonista en algún momento fue. Con el humor como linterna. «No comparto la idea de que la tristeza o la depresión sean los más altos valores literarios. Los personajes devoradores de vida me gustan mucho, los del don de la amenidad, que dice José Luis Garci. Como suele comentar otro amigo, a la vida hemos venido a veranear».
En los cuentos de Gistau se aloja también el fraseo contundente de tantos de sus artículos, ese afán de lanzar palabras sobre el yunque y darle a la realidad unswing de martillazo seco. Pero la ficción, a diferencia del alpiste periodístico, le permite inventar. Y mirar de otro modo lo pequeño, lo casi imperceptible. Armar un costumbrismo que es apunte al natural y captura de lo que sucede ahí afuera. Ese costumbrismo no es una aventura menestral, sino búsqueda de algo que no deja de suceder. Otra manera de mirar. Y de ampliar jurisdicción.
Gente que se fue es un chorro de pasado que aún da señal de vida. Una risa. Un cadáver. Un fantasma. La terraza del Richelieu. Gente que se fue es la vida sin maquear.