Extracto del medio de comunicación
Ursula K. Le Guin: fantasía, libertad y eternidad
A Ursula K. Le Guin no terminaba de gustarle que se le identificara exclusivamente con la ciencia ficción o el género fantástico, y mucho menos que se quisiera acotar su público a los lectores jóvenes. Aunque creció como escritora a la sombra de Tolkien y El señor de los anillos, su obra era mucho más extensa y ambiciosa, su variedad de temas desbordaba la mera invención de mundos y el trazado de aventuras para adentrarse también en cuestiones que empezaban a bullir en los sesenta y los setenta, como el pacifismo, el feminismo o la preocupación por el medio ambiente, y su manera de dejar fluir la prosa colindaba con la poesía. Había algo muy profundo en Le Guin que ejercía de contrapeso de sus historias de entretenimiento: se ocupó de temas de tanto alcance en paralelo a J.G. Ballard, otro predictor del cambio climático, y se adelantó en muchos años a Margaret Atwood y Doris Lessing, escritoras que recorrieron el camino inverso de Le Guin: de lo adulto a lo fantástico. Así que es de justicia que, más que considerarle como una maestra de la fantasía, se le reconociera, sin más, como un puntal de la mejor literatura norteamericana del siglo XX. Sin Nobel, pero con premios Hugo, Nébula, cientos de reimpresiones y el cariño de varias generaciones de lectores.
De todos modos, la ciencia-ficción y la fantasía no son aspectos que puedan soslayarse en su trayectoria. En el centro de sus novelas siempre estaba la imaginación en su estado más puro y cándido, una torrencial inventiva de razas alienígenas, poderes mágicos y cartografías laberínticas que facilitaba que su fandom más fiel fuera el que deseaba sumergirse en universos multidimensionales de hechizos, leyendas, dragones milenarios y fuerzas oscuras. Su ciclo principal fue el de Terramar, una saga originalmente compuesta de tres novelas –Un mago de Terramar (1968), Las tumbas de Atuan (1971) y La costa más lejana (1972)- que terminó ampliándose a seis más el añadido de una serie de cuentos y una adaptación animada al cine a cargo de Goro Miyazaki para Studio Ghibli, y que se sitúa en la historia del género fantástico en un lugar de privilegio entre El señor de los anillos y la monumental serie de La rueda del tiempo de Robert Jordan, y como fuente principal insuficientemente acreditada de la saga de Harry Potter -las coincidencias entre el joven mago de J.K. Rowling y el Gavilán de Le Guin, genial y arrogante, que inicia su camino en la vida acudiendo a una selecta escuela de brujos al sur del archipiélago de Terramar, son demasiado evidentes como para escurrir el bulto-.
Con Terramar, Le Guin se ganó el favor del público adolescente y el que, aun siendo adulto, prefiere prolongar la inocencia de la infancia gracias a la lectura. Ningún hombre podía competir con ella, y sólo una mujer le disputaba el favor del público: Anne McAffrey, la reina de los dragones voladores. La segunda novela del ciclo, además, reforzó también un elemento que ha sido constante en toda su obra: la presencia de personajes femeninos fuertes, voluntariosos, autosuficientes, elementos distorsionadores del orden en un mundo en el que la fuerza -la del trabajo, la de la magia y la brutalidad física- se la repartían entre los magos, los marineros y los dragones. La protagonista de Las tumbas de Atuan, la princesa Tenar, termina siendo el personaje fuerte de la novela, la clave para que el mundo no caiga en manos del mal más perverso -y que contrasta poderosamente con el príncipe Arren, inmaduro e irresponsable, el protagonista de la tercera entrega-. Ese refuerzo de lo femenino -que era, de hecho, un anticipo de temas futuros en sus novelas relacionados con la diversidad de sexo, de género y la corriente transhumanista hoy tan en boga- continuó en algunas de sus obras mayores de los 70, como La mano izquierda de la oscuridad o Los desposeídos. Y en plena ola creciente de la ciencia-ficción femenina -una corriente actual que engloba a escritoras como Lidia Yuknavitch, Kameron Hurley, Caitlín R. Kiernan o Nina Allan-, es Le Guin quien merece el reconocimiento a la mayor influencia en las siguientes generaciones de mujeres de la literatura fantástica.
Hija de un antropólogo ilustre, Alfred Louis Koebler -de ahí sale la K. de su nombre literario-, Ursula K. Le Guin creció en un ambiente erudito que fue cultivando en ella una amplia variedad de conocimientos filosóficos, científicos y literarios. Como su admirado Tolkien, la literatura no era para ella una forma de facilitar la evasión o el simple entretenimiento del lector, sino un recipiente en el que encajar sus obsesiones, miedos y experiencias. Y, lo más importante, entendía la imaginación como un folio en blanco: lejos de imitar la técnica y la variedad de razas y enclaves geográficos de escritores anteriores, como el mismo Tolkien, E.R. Eddison o C.S. Lewis, Le Guin aprovechó su libertad absoluta para inventar un espacio propio y encajar un lenguaje tan tierno como seductor, todo para envolver historias que podían leerse a dos niveles: como simple fantasía, o como una parábola del mundo real, del que le preocupaban la identidad sexual, el abuso del poder, los desórdenes psicológicos y el cambio climático, todo enmarcado en un ambiente de contracultura e ideología libertaria que abriría la puerta a la generación de la weird fiction de los últimos años, autores de ciencia-ficción, anticipación o fantasía que cuidan la prosa con esmero y entienden cada novela como una clave para analizar el presente desde la fantasía y desde planteamientos de izquierdas, como China Miéville o Jeff Vandermeer.
Ursula K. Le Guin fue, sobre todo, fundamental para desmontar el mito de que la literatura fantástica era una literatura menor. En la base de su trabajo siempre había una erudición profunda y una cuidada elección de las palabras y las ideas.No en vano, en paralelo a su trabajo como novelista, dedicó buena parte de su vida a la escritura crítica, en forma de artículos y ensayos, la mayoría de los cuales permanecen inéditos en español -como su último libro, Words are my Matter(2017), Steering the Craft (2015) o No time to Spare (2017)-. La excepción es The Wave in the Mind (2004), una colección de textos sobre escritores, fantasía y la lectura, que acaba de publicarse justo ahora en castellano, gracias a la editorial Círculo de Tiza, con el título de Contar es escuchar. Le Guin acababa de cumplir 88 años y hacía prácticamente cinco años que había dejado de publicar poesía, cuentos o novelas, dedicándose exclusivamente al trabajo académico y la crítica literaria. En cualquier caso, este semi-silencio de los últimos años no es importante: su obra, visionaria, influyente, llevaba muchos años hecha y conservada para la eternidad.