Extracto del medio de comunicación

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Alberto Olmos ha llegado a una fiesta

Decía George Orwell que no se podía escribir crítica literaria y vivir en Londres porque al final coincidías con la gente en las fiestas. Podría decirse que Alberto Olmos es un escritor que se siente incómodo en las fiestas, y que ha sabido construir una poética con eso. Es un narrador con talento y autoexigencia, y un crítico cultural perspicaz, valiente y divertido. Como él mismo ha señalado, uno puede ser muy duro con algunas cosas o personas; pero otras críticas y actitudes tienen más costes. Un escritor español puede criticar a Trump con la dureza que merece sin arriesgar nada; otra cosa es meterse con un concejal o cuestionar un marco supuestamente de izquierdas. La mayoría de la veces no hace falta decirlo: lo ves. Cuando hay un consenso, una nueva causa de moda, muchos héroes corren en auxilio del vencedor; otros callan, disimulan o hacen fintas. En cambio, Olmos se lanza contra el consenso. Tiene un método basado en la lucidez, el descaro y en que no le importa resultar antipático. (El peligro, que logra evitar, es que la antipatía puede convertirse en otra coquetería.) Sabe combatir las ideas recibidas: puede desmontarlas con cálculos sencillos. Es lo que hacía en su blog y lo que lleva un tiempo haciendo en las columnas que escribe sobre libros y cultura en el periódico El Confidencial, ahora reunidas en Cuando el VIPS era la mejor librería de la ciudad (Círculo de Tiza).

Sabe que la comparación es una herramienta básica de conocimiento: la comparación con los demás, con otros escritores y sus posturas, entre la distancia entre lo que se dice y lo que se hace, entre un discurso y la realidad que se pretende interpretar o cambiar. En muchos de los textos del libro, dice que el rey está desnudo. Y si tienes una polémica con él, lo mejor es retirarte a tiempo. Combina un sentido común muchas veces demoledor con un estilo rápido que da sensación de sprezzatura, pero también es rico y ocurrente. Basa en esa ligereza parte de su eficacia. En el libro hay textos memorables de crítica cultural, denuncias de la hipocresía del establishment, piezas incómodas o desconcertantes, retratos duros, y lecturas sugerentes y atinadas.

Decía George Orwell que no se podía escribir crítica literaria y vivir en Londres porque al final coincidías con la gente en las fiestas. Podría decirse que Alberto Olmos es un escritor que se siente incómodo en las fiestas, y que ha sabido construir una poética con eso. Es un narrador con talento y autoexigencia, y un crítico cultural perspicaz, valiente y divertido. Como él mismo ha señalado, uno puede ser muy duro con algunas cosas o personas; pero otras críticas y actitudes tienen más costes. Un escritor español puede criticar a Trump con la dureza que merece sin arriesgar nada; otra cosa es meterse con un concejal o cuestionar un marco supuestamente de izquierdas. La mayoría de la veces no hace falta decirlo: lo ves. Cuando hay un consenso, una nueva causa de moda, muchos héroes corren en auxilio del vencedor; otros callan, disimulan o hacen fintas. En cambio, Olmos se lanza contra el consenso. Tiene un método basado en la lucidez, el descaro y en que no le importa resultar antipático. (El peligro, que logra evitar, es que la antipatía puede convertirse en otra coquetería.) Sabe combatir las ideas recibidas: puede desmontarlas con cálculos sencillos. Es lo que hacía en su blog y lo que lleva un tiempo haciendo en las columnas que escribe sobre libros y cultura en el periódico El Confidencial, ahora reunidas en Cuando el VIPS era la mejor librería de la ciudad (Círculo de Tiza).

Sabe que la comparación es una herramienta básica de conocimiento: la comparación con los demás, con otros escritores y sus posturas, entre la distancia entre lo que se dice y lo que se hace, entre un discurso y la realidad que se pretende interpretar o cambiar. En muchos de los textos del libro, dice que el rey está desnudo. Y si tienes una polémica con él, lo mejor es retirarte a tiempo. Combina un sentido común muchas veces demoledor con un estilo rápido que da sensación de sprezzatura, pero también es rico y ocurrente. Basa en esa ligereza parte de su eficacia. En el libro hay textos memorables de crítica cultural, denuncias de la hipocresía del establishment, piezas incómodas o desconcertantes, retratos duros, y lecturas sugerentes y atinadas.

En el fondo lo que más llama la atención de Olmos, como en muchos moralistas, es una cierta ingenuidad que tiene que ver con una fe anticuada pero emocionante y contagiosa en la literatura: una fascinación no por la vida literaria, sino por el oficio de poner una palabra detrás de otra e inventar frases e historias, y por el placer duradero que produce leerlas.