El vacío
Cuando el primo Antonio volvió de la mili, todo el mundo empezó a rumorear que venía ‘ennortao’, que es como en el sur se dice de la gente que ha perdido el norte, que no sabe ya muy bien dónde está. «Allí es que le dieron algo porque él no era así», se comentaba en las matanzas, en las reuniones familiares que se hacían en el solar, unas corraletas que los abuelos tenían en lo alto del pueblo y donde se criaban gallinas, cerdos, conejos o cabras, y por las que ahora uno no puede pasar sin sentir la mordedura del tiempo, un escalofrío punzante que abarquilla el alma y quiebra los huesos. El primo Antonio empezó a salir a la calle vestido de legionario, barbiluengo, esbelto como una espiga, tan joven y tan viejo, hablando solo por el pueblo cuando era pueblo. Una tarde se sentó en el torreón, un mirador que restauraron en la antigua muralla árabe, se fumó unos cigarros y se lanzó al vacío.
«Ella no estaba cuando saltaron Romeo y Julieta la tarde anterior. Al menos se libró de ver los dos cuerpos chocando contra el suelo, cuando aún había luz suficiente para que la gente fuera testigo directo del doble suicidio que vivió el barrio. Después de conocerse el final, los hechos pasados se desordenan muy fácilmente. Esto se veía venir, decían. Estaba claro, murmuraban. Un periódico de Canarias recogió la noticia porque Bea era de allí, de las islas que se elevan en medio del océano y que son España virando al sur de todo», escribe Alfonso J. Ussía en «El puente de los suicidas».
Dice Vila-Matas que a los suicidas no se les ponen placas, ni se les celebran, ni se les conmemoran, sino que entre todos, con el tiempo, les vamos haciendo un vacío, una idea, la del vacío, de la que el escritor barcelonés piensa que nace un libro, cuyos perímetros van revelándose en el transcurso y final del trabajo. «Seguramente escribirlo es llenar ese vacío -esa insatisfacción-. En el libro que terminé ayer, todos los personajes acaban siendo exploradores del abismo o, mejor dicho, del contenido de ese abismo. Investigan en la nada y no cesan hasta dar con uno de sus posibles contenidos, pues sin duda les disgustaría ser confundidos con nihilistas. Todos ellos han elegido, como actitud ante el mundo, asomarse al vacío. Y no hay duda de que conectan con una frase de Kafka: «Fuera de aquí, tal es mi meta», señala el autor barcelonés en «Exploradores del abismo».
«Quienes realmente llegaron a conocerle bien, cuentan que, si en algún momento sentía que se ausentaban las palabras, Beckett quedaba literalmente despojado y desaparecía. Hay una multitud de momentos en su obra en que habla de las palabras y las examina. En «El innombrable», por ejemplo, las llama «gotas de silencio a través del silencio», y es una manera de decir que para él lo son todo. «Lo tenue y el vacío. ¿También se van?, leemos en «Rumbo a peor», asegura Vila-Matas en «Impón tu suerte».
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