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Ana Iris Simón: «La alta cultura también es parte de la clase obrera»

Ana Iris Simón aprendió a mirar gracias a su padre. Cuando estaba en segundo de primaria, tuvo que escribir una redacción sobre la incursión de un ratón en el aula, anécdota que había conmocionado a toda la clase. Esa misma tarde, su padre le sugirió adoptar el punto de vista del ratón, y Ana Iris fue premiada por su originalidad. «Muy bien, pero no te hagas la chulita», respondió cuando su hija dijo, exultante, que había ganado un estuche y un diccionario de la editorial Vox.

Años después, Ana Iris Simón (Campo de Criptana, 1991) estudiaría Periodismo y Comunicación Audiovisual, corroborando que lo fundamental ya se lo había enseñado su padre en segundo de primaria: cuando uno escribe, cuando uno mira, hay que ser siempre el ratón y no hacerse la chulita. Y se necesita valor para ambas cosas, recalca Ana Iris en Feria (Círculo de Tiza). La del ratón es una de las numerosas anécdotas recogidas en su primer libro, un compendio de crónicas sobre su familia made in La Mancha, protagonista de un recorrido emocional por la España de los 90. «Quería explicar el mundo a través de la cotidianidad, de la costumbre, poner en valor esa mirada, esa manera de estar alejada totalmente del academicismo, que encierra una sabiduría transmitida por las historias familiares», cuenta por teléfono a elDiario.es. «Es un libro con análisis y prosa de barra de bar».

Ella tardó 20 años en decir que sus abuelos maternos eran feriantes; durante la mayor parte de su vida se había limitado a explicar que regentaban una tienda de juguetes. Con el tiempo fue consciente de que lo que sentía era vergüenza de clase, así que comenzó a reivindicar el oficio de sus abuelos y celebrar las raíces de su extenso núcleo familiar, hundidas en la tierra donde hay infinitas maneras de nombrar al viento. La idea de escribir un libro se gestó en 2019, cuando Ana Iris trabajaba en VICE y su artículo Crecí en una familia de feriantes causó un inesperado furor, propiciando que las historias con las que había crecido llegaran a la editorial Círculo de Tiza.

«Creo en una comunidad orgánica en la que se pregunta a los ancianos», afirma. «Al final, veo el mundo mucho más a través de mi abuelo que a través de, por ejemplo, las Meditaciones de Marco Aurelio, que las he leído y me encantan. Me parece tan lícito mencionar a uno como a otro, y suelo citar más a mi abuelo que a Marco Aurelio, Gramsci, o Butler». Por otra parte, Simón critica en Feria la tendencia a «asociar lo plebeyo con lo popular, que el reguetón sí pueda ser del pueblo y Machado no» y a «romantizar ciertas realidades desde un estatus social que no ha convivido con ellas». «Es muy fácil decir que te encanta el Parrita o llevar aros del tamaño de tu cabeza cuando no te han reducido a eso», apunta en un pasaje del libro.

«Además, a Machado y Hernández también los recitaban mi abuelo Gregorio o mi tío Hilario, y no había nadie más de pueblo que él, que se iba al campo después de recitar poesía o hablar sobre el reinado de los Reyes Católicos», enfatiza la autora al conversar con elDiario.es. «Reivindico que la alta cultura también es parte de la clase obrera». Una clase que no es homogénea: en Feria, Simón distingue entre el capital cultural de su familia paterna, orgullosa de su tradición campesina y comunista, y el concepto de lumpen proletariado asociado al oficio de su familia materna.

Los 90 son un claroscuro previo al cambio de siglo, una década que recordamos de forma difusa. Este 2020 han vuelto a ella películas como Las niñas, de Pilar Palomero, una oda al momento de transición entre infancia y adolescencia, y El año del descubrimiento, de Luis López Carrasco, que incide en las grietas de nuestra memoria colectiva: mientras España entraba en la modernidad con el Tratado de Maastricht y los Juegos Olímpicos de Barcelona, miles de personas perdían sus empleos y comenzaba una ardua lucha sindical en la que hoy continúa siendo una de las regiones con mayor tasa de paro. El libro de Ana Iris Simón puede dialogar con ambos filmes: por la nostalgia de una inocencia irrecuperable y por las reflexiones alrededor de «la nueva nación-rotonda-España, orgullosa de su reciente europeidad».

Ana Iris recuerda haber crecido «escuchando historias de una feria que ya no era». Una institución cuyo ocaso fue paralelo a la apertura de las grandes superficies comerciales y a la reconversión de La Mancha en un no-lugar: lejos quedaron los años dorados, aquellos en los que «el feriante aún era un vendedor de ilusión» y la feria un lugar donde podían encontrarse cosas extraordinarias. «¿Qué puedes tener ahora en una feria que no puedas tener en otro sitio?», se pregunta la autora. «Creo que se ha desligado del ritual y de la comunidad, tiene que ver con el fin de la excepcionalidad, yo me di cuenta de la relación entre la nostalgia de esa feria que casi no viví y la forma en la que yo entendía la globalización».

En Me da envidia la vida que tenían mis padres a mi edad, primera crónica del libro, Ana Iris Simón se pregunta por la globalización y el progreso, hurgando en la herida de pertenecer a «la primera generación que vive peor que nuestros padres (…) En propiedad no tenemos nada más que un iPhone y una estantería del Ikea de 30 euros porque no podemos tener más», escribe. Ella cambió Madrid por Ávila en septiembre, tras haber vivido «tres ERE con 28 años» y harta de las lógicas a las que la abocaba la capital. «Creo que en el libro ataco a quienes hacen del progresismo y el liberalismo algo indisociable, impugno algunas de las conquistas conseguidas en su nombre y me pregunto hacia dónde estamos yendo y en nombre de qué», asevera.

Más allá de las reflexiones sobre el progreso, el progresismo o la masculinidad, con las que el lector puede concordar en mayor o menor medida —»tampoco quise hacer un ensayo académico sobre el progresismo», puntualiza la autora—, los pasajes más bellos de Feria se encuentran en el costumbrismo afectivo. Ana Iris retrata a sus allegados con un cariño infinito: la Ana Mari, su madre, parece un personaje almodovariano que «se expande, como el universo», y su padre no es consciente de vivir «instalado en el lirismo». Escribe con ternura sobre su hermano Javi, a quien quiso «desde antes de conocerlo», y sobre su abuelo Vicente, el patriarca de los Simones, además de perfilar a sus tías y primos. También son imprescindibles los que ya no están, como sus otros tres abuelos o el tío Hilario, que se marchó demasiado pronto, pero no sin enseñar que «las manos curtidas de tierra, sol y viento también saben acariciar la historia, la poesía, los libros».

«En ningún momento reivindico la familia como sustituto del Estado, pero sí como núcleo de pertenencia primero», sostiene la autora. «Me fastidia que desde la izquierda muchas veces dejemos de reivindicarla», afirma, entendiendo que el modelo de familia que plasma en Feria tampoco es único ni extrapolable a todo el mundo. La familia es algo sobre lo que hemos pensado constantemente este 2020, cuando la pandemia nos ha forzado a reducir el contacto con nuestros seres queridos o nos ha impedido despedirnos de ellos. «Necesitamos un debate social sobre cómo siempre ponemos la producción en el centro, y los niños y los mayores son olvidados porque solo consumen recursos», opina Ana Iris Simón.

«Todas las familias felices se parecen», comenzaba Tolstói en Anna Karenina. Tal vez no todas las familias, pero sí los momentos cotidianos impregnados de felicidad. Aunque no seamos conscientes de su futura importancia mientras los vivimos, como no lo fue Ana Iris Simón durante la última comida en la que estuvieron todos los miembros de su extensa familia, un día que ahora evoca porque sabe que «la vida es eso y poco más». «Me hace mucha ilusión cuando alguien me dice que al leer mi libro se ha acordado de su abuela, es con lo que más me gustaría que se quedase el lector, esa idea de honrar a nuestros abuelos y lo que nos dejaron», concluye.