Gente retorcida

27 febrero 2023

Un par de años antes de que la muerte sorprendiera a Arthur Schopenhauer en pleno desayuno, el filósofo se había cambiado de casa. Como debían horrorizarle las mudanzas, que el escritor Juan Tallón comparó una vez con «cien resacas y treinta campos de fútbol», quiso ponérselo fácil y se trasladó del número 17 al 16 de la misma calle de Fráncfort donde vivía. La casa se la alquiló a un tal Franz. Cuando los hijos del arrendador se volvían indomables y hacían de las suyas, Franz gritaba: «¡Qué llamen a Schopenhauer! Iré a buscarlo y él os meterá en cintura con su bastón. ¡Menos mal que se ha instalado en el piso de abajo!». Arthur tenía fama de gruñón y apenas se hablaba con nadie. Era de esa gente retorcida a la que le gustaban las broncas y liaba un pollo por cualquier cosa.

«Si pudiera elegir un superpoder, escogería sin duda la capacidad de montar un pollo. Un buen pollo. Ser invisible, leer mentes o el don de la ubicuidad son superpoderes claramente sobrevalorados, según mi humilde punto de vista. Siempre he envidiado a ese tipo airado que monta una escena dramática en un restaurante porque su champán no está a la temperatura adecuada.  Admiro y siento deseos irrefrenables de ovacionar a ese marido que delante de su indignada esposa pide en un hotel la hoja de reclamaciones con el arrojo de quien desenvaina una espada para restablecer el honor mancillado de su amada», escribe Javier Aznar en ‘¿Dónde vamos a bailar esta noche?’

Cioran aseguraba que uno estaba muerto no cuando dejaba de amar sino de odiar. «El odio conserva», decía. Sería otro de esos gruñones a los que el señor Franz llamaría antes de meterse una bala en el cerebro. Cioran, como Schopenhauer, no toleraba muchas cosas: la fama, los laureles, la gloria («el que aspira a ella debe de gustarle realmente la decadencia»), las posesiones, el dinero, la excesiva compañía, las ambiciones, los sometimientos, algunas personas: «Antes de acostarme con ella preferiría pasar diez horas en el dentista».

«Lo que no tolera: «Centros comerciales. Los cruceros y los resorts de lujo. La obsesión por el fitness. La falta de curiosidad, la pereza intelectual, la insipidez. La gente codiciosa, la mezquindad y la hipocresía. Los manipuladores de cualquier clase. La falta de humor, el exceso de solemnidad. La indiferencia ante los asuntos públicos. La falta de honestidad, la gente retorcida», asegura Rocío, uno de los personajes de nuestro último libro publicado: ‘Ultimate Love’, escrito por Dolores Payás.

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