Extracto del medio de comunicación
«Barcelona se ha transformado en una metrópolis alejada de la gente»
Julià Guillamon (Barcelona, 1962) es escritor, periodista y crítico literario de La Vanguardia. No es un pixapins (versión catalana del dominguero) sino un hombre de ciudad convencido de la importancia de la naturaleza. Un creador entre el mar y la montaña.
Tras una hemorragia cerebral de su esposa, publicó Cruzar la riera (2017) que contaba el proceso de salir del coma. Ahora publica Mariposas de invierno y otras historias de naturaleza (Editorial Círculo de Tiza), un verdadero tratado de humanidad e insectos. También ha publicado en español Jamás me verá nadie en un ring, la novela El barrio de la Plata y el ensayo La ciudad interrumpida, una obra sobre lo que trajeron los Juegos Olímpicos de Barcelona 92′.
–¿Cómo afronta este año del confinamiento?
–Al principio en la ciudad, ahora nos hemos trasladado al campo sin fecha de vuelta. Con cuidado y bien.
–¿Por qué el urbanita necesita siempre volver al campo para reconectar?
–Hay un gran deseo de recuperar el contacto con la naturaleza, las raíces, el conocimiento de plantas y flores. Cuando empecé a escribir sobre la naturaleza, me di cuenta en seguida: recibía muchas cartas y correos electrónicos de gente que me lo agradecía.
–De las excursiones al mar o la naturaleza, al final el momento estelar suele ser el del bocata y las patatas fritas, ¿es eso malo?
–¡No seré yo quien hable mal de las patatas fritas!
–En su libro se desnuda, de alma y literal. Imagino que escribir un dietario es dejarse la vergüenza colgada en la percha, ¿no?
–Es un proceso progresivo. Pruebas con algo, ves que a la gente le gusta, que agradece la sinceridad y te vas descarando.
–¿Qué opina de los que disertan sobre el medio ambiente y luego van en coche para ir a por el pan o a destinos que pueden ir a pie?
–Estamos rodeados y creo que no se está mejorando nada. Y mientras tanto acaban de vaticinar un aumento de la temperatura de 3 grados en los próximos treinta años. ¡La catástrofe!
–Afirma que «cuidar el medio ambiente es una forma de cuidarnos». ¿Es posible lo una sin lo otra?
–Con mi esposa y mi hijo, hemos plantado cientos de piñones y bellotas. Si encontramos una araña en casa, la sacamos a la calle en equilibrio sobre una hoja de papel… Cuando Cris (habla de su mujer) se puso muy enferma, creo que todo esto nos ayudó.
–Harían falta más libros con dibujos, ¿no cree?
–En este caso, era obligado. La gente conoce a las mariposas y los coleópteros por su nombre. Introducimos una lámina que es una herramienta fantástica para compartir padres e hijos.
–Tal y como están las cosas. ¿Ha pensado en dejar el periodismo y los libros para dedicarse a la entomología?
–Mi fuerte es escribir. Estas semanas he conocido a biólogos y entomólogos y admiran la capacidad de hablar de lo que ellos saben con un lenguaje poético, aunque no almibarado, un lenguaje que la gente puede entender y compartir.
–Si el periodista cada vez pisa menos la calle, ¿cómo saca tiempo una hormiga de redacción y click para rebuscar en la naturaleza?
–Todo es periodismo. Yo me doy una vuelta por el monte, describo una fuente y me sale un artículo. El reto es que sea atractivo para el lector.
–Julio Camba (el Pla gallego o Pla el Camba catalán) decía que en la naturaleza era «hombre muerto» y que sólo le inspiraba dormir…
–Pla era todo lo contrario. Ha sido uno de mis modelos. Pero también adoro a Camba: ¡un hombre capaz de titular dos libros suyos Sobre casi todo y Sobre casi nada¡
–Su libro en catalán se llama Les cuques y en español Mariposas de invierno y otras historias de naturaleza. ¿No sonaba tan bien lo de Los bichos?
–Teníamos la competencia de la película de Pixar, de Cristiano Ronaldo y, acabáramos, del Covid-19.
–¿Qué insecto se parece al crítico literario?
–La mantis religiosa: es un animal un poco marciano, frío y observador.
–¿Por qué jamás se subiría a un ring?
–Mi padre probó suerte como boxeador y como maletilla. Le pusieron el nombre de El niño del Tibidabo. Me encanta el boxeo y puedo hacer sombra bastante decentemente y torear de salón. Pero los toros tienen cuernos y los boxeadores, puños.
–¿Acaso el circo literario no tiene mucho del boxeo?
–Se reparten bastantes tortazos, sí. También los críticos tienen que encajar algún gancho de izquierda.
–Cuenta en su libro cuando subía a la montaña con la camiseta holandesa de Koeman y se le pegaban los mosquitos. ¿A quién cree le debe temer más Koeman: al aguijón del entorno culé, al de Messi o al de Bartomeu?
–Messi parece buen chico. La gente comprendía que se quisiera marchar, visto lo visto. Bartomeu…¡uf!
–Calificó a Barcelona como una ciudad interrumpida. ¿Cuándo se reanudará?
–Es, era hasta marzo, una ciudad muy dinámica, pero muy despersonalizada. Con mucha población flotante. Con demasiados cruceros. Con un turismo que ha arrasado con la población local. Los barceloneses no van a lamentar el fin de este modelo. El problema es que no se va acabar. En la situación actual, la especulación inmobiliaria no cesa.
–Dígame lo mejor que trajo Barcelona 92’ y lo peor.
–Barcelona 92 culminó una etapa muy positiva de la historia de la ciudad que empieza a finales de los sesenta. Pero en lugar de consolidarla la eliminó completamente para dar paso a un flujo de capitales internacionales. Se ha transformado en una metrópolis alejada de la gente.
–Una inevitable. ¿Los peores bichos que hay en la política catalana y española?
–Tomaría un frasco de formol y los iría metiendo a todos. Luego con una pinza los sacaría uno a uno, pinchándolos con un alfiler en dos cajas acristaladas. Una: España. Y la otra: Cataluña. Otra solución es el insecticida, aunque con el Covid, se desaconseja el uso de aerosoles.