Indiferencia

30 junio 2023

No lo ven los que corren con el teléfono cosido al brazo, esos cíborgs sudorosos de corazón taponado. Ni los que sacan la basura, los desperdicios del día, todo eso que nos sobra en el reino de la abundancia. No lo ven los que se asoman al balcón buscando la primera brisa del crepúsculo, recién cenados, agitados con los problemas irrisorios del primer mundo. Ni los enamorados que quizá no acaben juntos este verano, al que todavía le falta la música de las chicharras.

A Javier, que duerme desde abril en un banco al final de la calle, no lo ve nadie. Ni el que saca el perro. Ni el que aparca el coche. Ni el que va a toda pastilla con el patinete esquivando ancianos. Nuestra pobreza interior está tan avanzada que somos pura indiferencia. Los pocos que nos hemos ido acercado tampoco somos un gran ejemplo. Hemos necesitado varias intentonas. Los primeros días pasamos por su lado y lo vimos dormir. Luego, ya con algo de confianza, le lanzamos un tímido hola. Hasta que una noche, como en La Ilíada, le preguntamos: ¿Quién eres tú entre los mortales?

«Todo lo bueno y lo malo, lo ruin o maravilloso que acontece en el mundo, sucede en solo una hora, en un kilómetro a la redonda, en cualquier ciudad. No es necesario viajar a un suburbio de Bombay para descubrir la miseria. En la esquina más elegante de tu barrio hay un hombre arrodillado con los brazos en cruz al que han desahuciado, según se puede leer en un cartón junto a una lata en el suelo. Este hombre contiene toda la pobreza de la humanidad. Este pordiosero que pide limosna en la puerta de una iglesia dormirá esa noche bajo un cajero de dinero en la entrada de un banco», escribe Manuel Vicent en su libro ‘Radical libre’.

Cuando perdió su casa, Javier empezó a dormir en el centro del pueblo. Cerca de cajeros, joyerías, iglesias y conventos cerrados, y el ayuntamiento. Iba con lo puesto: una cazadora militar, zapatillas deportivas y una mochila poco abultada. Unos policías le pidieron que se alejara de allí, que como marginado se fuera a la periferia, a los márgenes. Desde entonces duerme en el mismo banco todas las noches, a un kilómetro del centro. Se afeita sin jabón, sin espejo.  Hablamos algunas veces. Me ha citado a Viktor Frankl. Me ha hablado del psicoanálisis. De la ceguera y Saramago. De Cortázar y de Rayuela. Nos hemos emocionado hablando del mundo, de los refugiados, de los desplazados, de la sequía espiritual del hombre. Le he llevado consuelo y él me ha dado esperanza. Me ha hecho pensar, un día y otro, me ha hecho más humano, menos raro.

«Éxodos. Masas humanas. Miles de cabezas cargando sacos, bolsas, maletas. Ríos interminables de gente: ancianos encorvados, mujeres de paso rápido, niños que no entienden nada, hombres afligidos. Huidas desesperadas, pasillos humanitarios, columnas de civiles escapando del exterminio», dice Agus Morales en ‘No somos refugiados’.