Los Arnolfini

28 febrero 2025

Los matrimonios que más duran son los que no se ven nunca. Los que se dirigen la palabra dos o tres veces en la vida. Una pareja, cuando es sólo de dos, se hace longeva por falta de roce. A menos tiempo juntos más posibilidades de éxito, de salir adelante. Es el Evangelio.

Observen al matrimonio Arnolfini en el cuadro de Jan Van Eyck. Ni siquiera se miran. Han debido de tener algún contacto: ella parece que va a dar a luz de un momento a otro. A Londres se ha ido siempre a dos cosas: a tomar cócteles en el Savoy, donde vivía el gran Richard Harris, y a ver a los Arnolfini. Son como de la familia. Los he visto más veces que algunos primos. Uno de ellos está en paradero desconocido. La familia es frágil, como la flor del azahar: nueve de cada diez se desmorona.

«La mayoría de los estudiosos de la obra coincide en que Van Eyck inmortaliza la celebración del sacramento matrimonial, pero no falta quien apunta que se trata de un homenaje a su primera esposa, que había fallecido un año antes. No podemos saber quién tiene razón. Ella aparece embarazada, pero no hay que interpretar literalmente su significado porque el abultamiento del vientre era una forma de representar el atributo de la maternidad», explica Pedro G. Cuartango en su libro «Iluminaciones».

El amor, ya lo decía Gala, es una amistad con momentos eróticos. El amor desgasta como el poder, aunque desgasta más no tenerlo. Hay matrimonios que te dan ganas de intentarlo. Uno de ellos es el de Rossellini y la Bergman. Se encontraron por primera vez en enero de 1949, en Nueva York. Dos meses después, Bergman recorría Italia con Rossellini. El director quería enseñarle lo bien que hacen la pasta. Estuvieron juntos siete años. No se puede ir a trabajar con la pareja. Es el Evangelio.

«Habían hecho juntos cinco películas. Después de la primera, ninguna memorable. Habían tenido tres hijos. Una de sus hijas heredaría de su madre todo. Las proporciones exactas y la atracción por cierto tipo de hombres. «Podrías ser la hija de Ingrid Bergman». A él no se le ocurrió decir otra cosa cuando se encontraron por primera vez en un restaurante de Los Ángeles. Tuvo que intervenir un amigo: «Idiota, es la hija de Ingrid Bergman». El idiota era David Lynch y en aquel momento buscaba actrices para «Terciopelo azul», escribe Marta Fernández en «No te enamores de cobardes».

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