Oler los libros

31 octubre 2024

Empecé a leer por lo bien que olían los libros. Acercaba la nariz a ellos, deslizaba sus páginas con el dedo pulgar y empezaba a imaginar. El aroma de esos trocitos de árbol, de esa agua erguida que se nutre de luz, me abría a otros mundos, me sacaban de lo profano de la primera casa y me llevaban a un espacio íntimo, sagrado. Respiraba los primeros libros antes de leerlos, antes de que esos árboles de papel me enseñaran a ver este bosque que es la vida, este misterio que danza entre lo visible y lo invisible. Luego fui adentrándome en ellos despacio, como en una especie de rito iniciático eleusino, siguiendo esas huellas de tinta de izquierda a derecha, de arriba abajo, ese descenso por la verticalidad de la hoja que abriga la piel y el espíritu.

«La gran fortuna de habitar como un Robinson en estas aldeas despobladas es, además de la compañía de los árboles, la del silencio mineral libre de humanos. Entre estas ruinas se aplaca el ruido del mundo y uno puede reconstruir con el pensamiento cómo sonaba la vida que está por debajo de la vida de superficie… De un trozo de leño que antes fue castaño, nuestro árbol totémico, la mano sensible ha vaciado lo accesorio hasta descubrir esta forma esencial, robusta y de cantos redondeados. Una tabla que parece saludarte y cuando te aproximas, colgada del gancho, inmóvil pero con un contorneo sutil. En la superficie pueden leerse los surcos y vetas del árbol centenario, que hablan de ese superorganismo que transforma el sol en azúcar», dice Carlos Risco en «Objetos a los que acompaño».

Recuerdo la primera vez que olí un libro de Círculo de Tiza. Fue «Suspense» de Patricia Highsmith. Era una mañana de sábado, luminosa como el paraíso preadánico, al final del paseo marítimo, sentado en un banco fetiche a un par de metros del Mediterráneo. Moví las hojas delante de la cara y se generó un vínculo. Hay cosas que no se pueden explicar con palabras pero hay algo que me acercó a este círculo, a este Círculo de Tiza que cumple diez años. Una década de historias que huelen bien, hechas de buenos árboles, un círculo que se expande como el universo y que siempre toca el corazón, ese ojo interior que nos hace más humanos, menos raros.

«Esos olores son nuestra patria, nuestra trinchera. Estos son los míos: la trufa , quizá es que asocio la trufa al otoño (mi estación favorita), a los libros viejos, trastos, una chimenea, los tostados de la madera, los chuchos fieles y las personas importantes. A las cosas serias», asegura Jesús Terrés en «Nada importa».

Puedes conseguir «Objetos a los que acompaño» y «Nada importa» en: https://circulodetiza.es/libros/