Extracto del medio de comunicación
«Se habla mucho de la pederastia de los curas pero el abuso en la familia sigue siendo tabú»
«En contra de lo que pensamos, lo que no se dice sí existe», escribe Marta Suria. Y lo que ella nunca fue capaz de decir y ni siquiera de recordar, salió con toda su virulencia en flashes repentinos cuando cumplió los treinta. Hoy, sigue siendo incapaz de unir las palabras «abuso», «sexual» y «padre» en una misma frase y le cuesta, incluso, decirlas por separado. Lo hace con rodeos. Habla de que «te pase esto o lo otro», o que «te hagan esto o lo de más allá». Tal vez estas sean las últimas secuelas de todo lo que fue recordando a lo largo de los últimos siete años y que ahora cuenta en su libro Ella soy yo (Círculo de Tiza).
Hasta entonces, su vida había sido exitosa. Buena estudiante, se especializó en cooperación al desarrollo y trabajaba para organizaciones internacionales en África y América Latina. Como experta en resiliencia (la capacidad de adaptarse y superar adversidades) de víctimas de conflicto y cambio climático viajaba constantemente por todo el mundo. Hasta una mañana de enero de 2012 en la que súbitamente se quebró.
“No me llamo Marta Suria. Todo el resto es verdad”, afirma nada más empezar la entrevista. La protagonista de esta historia solo cambió su nombre y las localizaciones. El resto es un relato que discurre por dos vías paralelas: la de Marta una exitosa profesional que se gana la vida como consultora en Inglaterra, y la de Martita, una niña rota que vive en su interior callada y olvidada y que pugna por salir. «Ambas habitando un mismo cuerpo» y separadas por la cabeza que a duras penas puede reconciliarse con los recuerdos que empiezan a aflorar en su mente.
Imágenes en forma de flash que le recuerdan cómo su padre se metía en su cama cuando apenas era una niña. Cómo esos abusos continuaron en la adolescencia y cómo calló durante toda su infancia y su juventud.
Marta Suria sujetando libro
Calló tanto y tan hondo que los recuerdos se borraron de su mente para ser capaz de sobrevivir a la angustia. «Amnesia disociativa» la llaman los expertos. «Ahora sé que la falta de memoria sobe la infancia y adolescencia es uno de los rasgos comunes de las personas que han sufrido abusos sexuales de pequeñas», afirma en el libro. Tan común que, según las estadísticas, una de cada dos personas (el 48%) que pasan por una experiencia de este tipo, la arrincona y la olvida.
«Soy una de cada cuatro» que sufren abuso sexual en la infancia. «También soy una del 60% que lo sufre de manos de una persona de su entorno familiar«. «Soy una de cada dos, donde los casos no son aislados , sino repetidos y continuados». «Soy una de cada siete, los casos que se denuncian y soy parte del escaso 30% que consigue llegar a juicio».
Pero el de Marta Suria no es un libro sobre datos, violaciones, abusos y maltrato, sino que es un canto a la vida y un poderoso relato de transformación que nos enfrenta a temas que el común de los mortales no quiere escuchar ni oír, pero que son reales y más habituales de lo que cualquier persona está dispuesta a admitir.
Recuperar la voz
Marta comenzó a recuperar su voz a golpe de recuerdo. «Yo no empecé a escribir un libro, sino un diario personal sobre los flashbacks, lo que me pasaba, lo que me daba miedo decirle a mi terapeuta». Y en ese ejercicio se dio cuenta de la importancia de ser escuchada, porque romper el silencio en petit comité no es suficiente. «Pasar de un diario a un libro tiene que ver con esto, con contarlo. Por un lado con encontrarme a mí misma y unir a esas dos Martas de la que hablo en el libro. Por otro, hacer público que este tipo de abusos existen. Porque más de una vez escuché que estas cosas no pasan en España, incluso de boca de mis amigas. Que se trata de casos aislados, una serie de estigmas que cuando los escuchaba no los podía creer».
«De pronto te das cuenta de que no es lo mismo romper el silencio, a que te escuchen. La metáfora es que tú puedes estar en medio de una plaza con un megáfono y gritar: ‘me está ocurriendo esto, me ha pasado esto’ y que la gente vaya de un lado para otro y que nadie te mire ni se pare y te escuche. Esa era la sensación. Creo que no es que no quieran escucharte, sino que es tan desgarrador, nos sobrepasa de tal manera que no están preparados para hacerlo».
Marta espera que al menos el libro sirva para eso: para que se hable de los abusos sexuales en la infancia dentro de la familia y que nos atrevamos a mirar. Pero contar su historia tiene, además un significado clave: exorcizar la culpa. Aquella que sienten siempre las víctimas de este tipo de violencias.
«Escribir para mí fue dejar el látigo de la culpa y entender por qué no hice nada, por qué no grité más alto, ni busqué ayuda»
«Creo que desde la razón, incluso desde el corazón puedes entender la fragilidad o la vulnerabilidad de una niña y que no pueda hacer nada. Y aún así te culpas. Pero para mí fue todavía más difícil el aceptar que esto se extendió hasta mi adolescencia y que no pude, en su momento, hacer nada«. Por eso, parte de este ejercicio de escribir «fue para dejar el látigo de la culpa, y entender por qué yo no hice nada. Por qué no grité más alto. Por qué no busqué ayuda. Y en buscar las causas, encontré más paz».
Pero tal como relata Marta todo está en contra para sacudirse esas culpas. Incluso las cifras del horror acaban señalando a la víctima y no al agresor. «La culpa es una losa que llevas encima desde el primer momento. Si te fijas, todas la cifras, que son espeluznantes y aplastantes, apuntan siempre a la víctima: una de cada cuatro sufre esto, el 50% es repetido… Cómo cambiaría la historia si lo que dijeran fuera que en una de cada cuatro familias hay un abusador«. Se trata de una culpa socialmente construida, afirma, que hay que cambiar.
A Marta Suria no le gusta hablar en plural. Ante la pregunta de qué pasa en niños y jóvenes que les impide pedir ayuda, afirma que haber sido víctima de abuso sexual en su infancia no la acredita como experta en la materia y que tan sólo habla de su experiencia para romper el silencio. «En mi caso, creo que fue romper otro de los estereotipos, que es el del monstruo. Ese monstruo que te destroza y del que sólo quieres huir. Pero el monstruo tiene cara amable, cariñosa, es tu vínculo en el mundo y hay una relación de amor. Y esa es, yo creo, la telaraña en la que nos enredamos y que hace que esto sea tan duro y tan distinto a cuando quien te agrede es un extraño».
«El monstruo no sólo tiene cara, sino que es aquella persona que se supone que te ama y te protege. Es tu vínculo con la vida y con la seguridad. Si sales de ahí ¿a dónde vas?
«Por eso es más fácil hablar de la pederastia de curas o profesores… de lo de fuera. El tema de dentro, de lo que ocurre en las casas, en las familias, sigue siendo tabú. Porque el monstruo no sólo tiene cara, sino que es aquella persona que se supone que te ama y te protege. Es tu vínculo con la vida y con la seguridad. Si sales de ahí ¿a dónde vas? Y esa decisión que yo ahora puedo explicar y razonar, durante muchos años ha sido una guillotina encima de mi cabeza. Se habla mucho de perdonar, pero el primer acto de perdón es hacia ti misma. Y ese perdón sólo llega cuando te das cuenta de que no te tienes que perdonarte nada. Que hiciste lo que pudiste, lo mejor que pudiste».
Un sistema judicial que no sirve
Probar casos de abusos sexuales hacia la infancia en el seno de la familia es algo tremendamente difícil, desgastante y en general, revictimizador. Así lo atestiguan las cifras. Más de un 70% de las denuncias nunca llegan a juicio. Mueren en la fase de instrucción ante la imposibilidad de encontrar pruebas irrefutables que confirmen la agresión. Normalmente no existen. El relato de las víctimas, incluso de menores de edad, raramente inician un juicio. No sólo no consiguen acabar con los abusos, sino que en la gran mayoría de los casos dejan a las víctimas, a los menores, sin el resarcimiento moral que necesitan para seguir adelante con sus vidas y pasar página.
«Nadie te habla de la violencia institucional a la que te expones, del sistema que protege al verdugo y cuestiona a la víctima»
En su libro Marta Suria explica que nadie te advierte «de que la justicia no es justa. Nadie te habla de la violencia institucional a la que te expones, del sistema que protege al verdugo y cuestiona a la víctima». «En mi experiencia, si uno se mete en el sistema judicial buscando esa justicia legal, lo tiene muy difícil y creo que sólo puede alimentar el dolor, la frustración y la rabia. Pero es importante buscar, como mínimo, justicia moral». «Yo no la encontré».
«Es un sistema que necesita pruebas físicas indiscutibles y que no está preparado para entender el mecanismo psicológico de una agresión sexual, sobre todo si es continuada y de un familiar. No entiende cómo funciona tu cabeza, cómo reaccionamos ante el dolor y cómo reacciona nuestra memoria para construir el relato», explica Suria.
«Ahora que se habla de alargar los plazos legales de prescripción de estos casos, de aumentar las condenas, pero de poco sirve si no te van a creer. Si ya es difícil que haya pruebas físicas indiscutibles, a menos que haya un embarazo o una agresión brutal, que es otro de los mitos. Porque esto pasa en la intimidad y normalmente no existen esas pruebas físicas porque no hay esa violencia, porque los agresores van con mucho cuidado. Si ya es difícil cuando te está ocurriendo, imagínate en casos como el mío cuando encuentras el valor para hacerlo 30 años después».
«Que amplíen los plazos de prescripción tal vez nos da la oportunidad personal de saldar tu deuda y de acudir a la justicia y decir: esto me pasó a mí y necesito que me escuchen. Pero en el plano de ganar y de condenar, no sirve de nada».
«Necesitamos profesionales que entiendan los mecanismos del trauma y los mecanismos de la memoria y de la recuperación de ésta, y no existen»
No se ganan procesos judiciales por esa falta de pruebas que se exigen, abunda Suria, y recalca que, el testimonio del niño o la niña o del adulto que denuncia debería se suficiente. «Pero para que sea suficiente los psicólogos forenses tienen que determinar a veracidad y verosimilitud de lo que estas diciendo. Y ahí hay un problema muy grande porque necesitamos profesionales que entiendan los mecanismos del trauma y los mecanismos de la memoria y de recuperación de ésta, y no existen».
Lo que no alcanza a comprender Suria es el hecho de que, a pesar de que las cifras de archivo de estas denuncias sea tan aplastante no haya informes y análisis de porqué se archiva el 70% de los casos.
El proceso judicial está encaminado a buscar castigo y en muchos casos no es eso lo que necesita una víctima. No lo era en el caso de Marta Suria. Ella necesitaba un reconocimiento moral que reconociera la injusticia que había vivido. Pero no hay mecanismos para esto.
«El tema de judicializar muchos de los casos de abusos sexuales, en este caso hacia menores, supone entrar en un sistema judicial que tiene unas reglas que no están preparadas para este tipo de casos ni de víctimas y que supone intentar decidir qué castigo merece. Supone probar primero que alguien es culpable de algo y que merece un castigo, que suele ser la cárcel. Pero esta forma de verlo impide que las víctimas puedan recibir cierto resarcimiento moral que en algunos casos es lo que buscan».
«Yo no buscaba para nada esa justicia de cárcel. Al final estamos hablando de… me cuesta… Estamos hablando de mi padre y reconozco que la posibilidad de ganar me aterraba. Porque yo iba a tener que cargar a la vez, fíjate la culpa hasta dónde llega, con la responsabilidad de que acabara en la cárcel. Y para mí era un acto para quitarme esa deuda que tenía pendiente conmigo misma».
«No escribo como otra batalla. No para culpabilizar ni para señalar. No necesito esa conversación. Escribir me ayudó a mí. Creo que hay que contar las historias y dejar de señalar a la víctima. Y la vergüenza y el miedo y la culpa tienen que cambiar de lado. Las historias, las palabras, los relatos, construyen nuestra realidad. Y que las cifras siempre señalen a la víctima, lo único que hacen es aumentar la culpa y la vergüenza que sufre y otorgar impunidad absoluta al agresor».
Marta Suria denunció a su padre. La jueza de instrucción vio indicios de delito, por lo cual admitió que se abriera juicio oral, cosa que no suele ocurrir en el 70% de las denuncias por estos casos. Casi tres años después, Marta perdió el juicio por falta de pruebas. El libro se publica con nombre ficticio y algunas localizaciones alteradas por este motivo. Este es su relato. La editorial acordó publicarla tal cual.