Quinta planta

31 marzo 2023

Haces unos meses los reunió a todos a la misma hora en su puesto del mercado. Iba a pagarles lo que les debía. Unos dicen que era mucho y otros que no tanto. La Ilíada varía según quien te la cuente. Los citó por la tarde y cuando llegaron la puerta estaba entornada. La abrieron y se lo encontraron colgado. Fue su forma de pagarles. Mientras el barbero me lo decía me iba acordando del pintor y escritor catalán Carles Casagemas, que el 17 de febrero de 1901 convocó a los amigos de París en el Café de l´Hyppodrome, en el Boulevard Clichy, para invitarlos a comer y despedirse de la ciudad. Dio un pequeño discurso y le devolvió a su amante Germaine un paquete de cartas. Luego sacó una pistola del bolsillo y le disparó pero Germaine cayó al suelo ilesa.

«En medio del pajariteo de parroquianos escapando de la balacera, con gesto natural y sin despeinarse, Casagemas apoyó la pistolita en la sien derecha y apretó el gatillo. Voilà. Tardó día y medio en palmar. Picasso, su amigo, estaba en Madrid. No fue ni al entierro ni al funeral de Barcelona. Pero a modo de responso dejó una frase de la que luego sus palmeros acuñaron en mármol: «Fue la muerte de Casagemas lo que me llevó a pintar en azul», escribe Antonio Lucas en «Vidas de Santos».

Cuando se llega al número 8 de la rue Amyot de París y se mira hacia la ventana de la quinta planta uno entiende que es la valentía, el amor y la tragedia. Desde allí, un 25 de enero de 1920, un día después de que falleciera el artista Modigliani, su amante, embarazada de nueve meses, de nombre Jeanne Hébuterne, se suicidó lanzándose de espaldas al vacío. Sus padres se la habían llevado a casa y la misma noche que llegó, aprovechando que ellos hablaban con su hermano, se tiró. Hoy ambos reposan en la misma tumba de Père Lachaise.

«El suicidio es la primera causa de muerte no accidental en el mundo, con los varones jóvenes a la cabeza del triste ranking. En el año 1998 una media de ocho al mes elegía el puente de Segovia para acabar con su sufrimiento. Demasiados, si no para los regidores del Ayuntamiento de Madrid, sí para Fernando, el dueño del bar Esperanza», escribe A. J. Ussía en ‘El puente de los suicidas’.

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