Rábanos, cebollas y ajos

30 abril 2025

Me asombra que los esclavos egipcios se alimentaran únicamente a base de rábanos, cebollas y ajos y tuvieran todavía fuerzas para construir la pirámide de Keops y otros caprichos faraónicos. Cuenta Heródoto que trabajaban sin descanso durante tres meses, en turnos de diez mil hombres, como ahora en las fábricas de Bangladesh. Acarreaban piedras desde las canteras de la Cordillera Arábiga hasta el río Nilo, y luego, una vez transportadas en barcazas hasta la otra orilla, la arrastraban para dar forma a las construcciones. 

No sé tú, pero yo, con una dieta tan hipocalórica, no duraría allí ni un par de latigazos. Una vez mi abuelo me mandó, recién desayunado, a por tres sacos de cemento con una carretilla y se me volcó en un pie, cuesta abajo. Los hay zoquetes. Todavía tengo la cicatriz en el empeine izquierdo y si dominara la milenaria técnica del kintsugi, la resaltaría con una mezcla de resina y polvo de oro como hacen los japoneses cuando se les rompe un jarrón chino. 

«Pero cuando al final se llega al filo del desierto, se sube la gran pendiente arenosa, se llega a la meseta rocosa, y la Gran Pirámide con toda su inesperada mole y majestuosidad se alza enorme ante la cabeza de uno, entonces el efecto es tan repentino como abrumador. Eclipsa al cielo y al horizonte, a las demás Pirámides. Lo eclipsa todo menos la sensación de sobrecogimiento y asombro. La Gran Pirámide nos confunde con una inesperada sensación de imposibilidad. Todos sabemos, desde niños, que fue despojada de sus bloques exteriores para construir mezquitas y palacios árabes», dice Amelia B. Edwards en «Egipto. Sueño de dioses”.


Me asombra que Keops, que prefirió seguir la obra sobre plano a ensuciarse los dobladillos de la túnica, colocara a su hija en un burdel para sufragar parte de los gastos de la pirámide. Costó mil setecientos talentos de plata, montante que no incluía la manutención alimenticia y la vestimenta de los obreros, ni el hierro empleado en estos trabajos forzados. El faraón exigió a todos los clientes de su hija que les regalara una piedra, con la que luego construyó una de las tres pirámides que están más al este de la que lleva su nombre.

«Los hombres cavaban la tierra y las mujeres desescombraban transportando la pesada carga en cestones hechos de paja de arroz. Entre estas mujeres había muchas jovencitas, algunas con camisolas azules. El vigilante, al verme allí parado mirando a las pobres muchachas encorvadas bajo los canastos de tierra, se dirigió a mí en francés. «No se les fuerza a hacerlo; son sus padres o sus maridos quienes prefieren hacerles trabajar sin perderles de vista, que dejarlas solas en la ciudad», señala Gérard de Nerval en «Egipto. Sueño de dioses».

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