Se vende
El cantaor Antonio Vargas cojeaba como el dios griego Hefesto, protector de los artesanos y de los herreros, divinidad de la forja y el fuego. A Vargas lo llamaban el Cojo Peroche. Un día iba con el Beni paseando por Cádiz y se quedaron parados en la casa del escritor José María Pemán. El Beni le dijo:
«Mira Peroche lo que dice ahí: Aquí nació el ilustre escritor José María Pemán…¿Qué crees tú que pondrán en mi casa cuando me muera?»
Y le respondió Peroche, cojeando: «Se vende.»
«Hefesto era un dios cojo. Es fundamental que uno conozca sus debilidades. Esa es la diferencia entre Hefesto y Apolo, el dios perfecto que no se conoce a sí mismo. Hefesto conoce sus límites. El precio del autoconocimento es el mismo que la recompensa: la madurez», explica el sociólogo Richard Sennett en el libro de entrevistas ‘Gente que cuenta’, de Anatxu Zabalbeascoa.
La madurez lo es todo, dice Shakespeare en el ‘Rey Lear’. Uno sabe que ha madurado cuando inesperadamente un día se da cuenta de que también puede vivir al ralentí, caminar por la sobriedad, reducir los deseos y las ambiciones, las pasiones humanas. Es un darse cuenta de la trampa. Madurar es saber parar. Es tomar conciencia de nuestra fragilidad, de nuestra vulnerabilidad, de nuestra pequeñez y buscar cada día el mayor tiempo libre para hacer lo que te gusta, lo que da sentido.
«El cantaor Manuel Agujetas no sabe leer ni escribir. «Es que son cosas que no valen ‘pana’. El que sabe leer y escribir, en flamenco, pierde la pronunciación», dice. Con un par. Habita una casa que ha construido él mismo, utilizando de plomada una chapa de Cinzano atada a un cordel de esparto. «¿Y los cimientos, Agujetas?. «¡Qué cimientos ni qué cimientos! Las casas tienen que crecer a lo alto, no ‘pabajo'», escribe Antonio Lucas en «Vidas de santos».
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