Extracto del medio de comunicación

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Nuevas degeneraciones

El marbete de la «generación más preparada de la historia» es más falso que un duro de madera. Una generación no puede estar mejor preparada que las anteriores si no tiene oficio ni beneficio: esto es, si resulta incapaz de encontrar trabajo y desarrollarse con autosuficiencia. A la gramática parda del «estoy muy preparado» cabe responder: preparado, ¿para qué?

Digámoslo utilizando un argumento lógico de Gustavo Bueno. Estar preparado es una función que requiere un parámetro como valor de entrada: estar preparado-para-algo. Si no se específica, la función no devuelve ningún valor. En otras palabras: no se puede estar preparado en términos absolutos.

Arrumbada la formación profesional durante años, los universitarios sobrecualificados y los jóvenes sin estudios forman la vanguardia y la retaguardia del mismo batallón de reserva. Parados, precarios y falsos autónomos que caen en la temporalidad y el desclasamiento como gorriones en una añagaza urdida con miguitas de pan… Como diría el viejo del meme, ¿dónde está esa generación tan preparada, que yo la vea?

Curioso es que quienes defienden dicha pamema sean los mismos que desprecian la memoria, so pretexto de que todo está en la red. Asumen que ante un mercado global y mercúrico son precisas la mayor voluntad de adaptación y las menores ataduras. ¿Cabe imaginar mayor dislate? Sin haber memorizado miles de palabras, cientos de códigos no verbales y decenas de reglas aritméticas, no podríamos hablar ni sumar. ¿Queremos que un mecánico busque en Google qué significa «cigüeñal» cuando acudimos a su taller? ¿Los salmones los pesca el algoritmo?

Feria (Círculo de Tiza), el primer libro de Ana Iris Simón (Campo de Criptana, 1991), es entre otras cosas una tentativa de desmitificar nuestra generación. Innumerables son los dardos que la autora lanza contra una cohorte de treintañeros «que llevan gorra en interior» y han decidido «vivir en un parque temático». Hasta atiza al símbolo millennial por excelencia, la beca Erasmus, definida como una «subvención para que las clases medias europeas se crucen entre ellas y pillen ETS europeas».

Entiende la autora que la nostalgia, que es una pasión inútil, ha de ir acompañada de ironía. En las mejores páginas de este libro extraordinario, Simón describe el fin de su infancia en un pueblo manchego como «el fin de España». Entonces todavía existían enanos recortadores y los pediatras fumaban delante de los niños. Pero, al sesgo de aquellos años, que no quedan lejos, los Actimel dejaron de parecernos una americanada, los chinos del «todo a cien» pasaron a ser del «todo a 0’60» y las tiendas del mercado con lámparas matamoscas empezaron a echar el cierre. Se trata de una situación inaudita: un buen día, el pueblo español se despertó europeo y, por un momento, dejó de creer en su propia excepcionalidad. ¿Fue un instante de lucidez o un rapto de locura?

Simón critica la moral del «quién sabe dónde estaré mañana», que lleva a prescindir de casa y críos en aras de una supuesta libertad, y el victimismo que de ello deriva («al menos en el relato es siempre más fácil ser David que Goliat, sobre todo en un mundo que se parece cada vez más a una competición de plañideras»). ¿Acaso lo peor de la generación de los peores -el hígado como un abuelo y el bolsillo como un adolescente- es su tendencia al autoengaño? Descubrir que a un licenciado en Periodismo no le corresponde un sueldo mayor que a sus padres camarero y limpiadora es, bien mirado, nuestro momento epocal.

Vuelve la era del hartosopas. Este castizo personaje, sabedor de la sustancia performativa de lo real, no salía de casa sin llenarse el jubón de migas y engrasarlo con tocino y salpicaduras, aun cuando no tuviera dos reales. Era, por así decirlo, su campaña de imagen. «No solo no soy pobre, sino que voy harto de sopas». Hoy, además de tirarse el pisto, lo mostraría en Instagram. ¿Es casualidad que la democratización del señoritismo corra pareja al empobrecimiento de la clase media? Cuando no se embaulan menús de ocho euros en Casa Vicente, quejándose luego de que el servicio ha sido «mediocre», los nuevos hartosopas se dan «lujos» como cenar una salchicha premium, una pizza artesana o unas mollejas gourmet. Vivir es ver volver…

Habla Peyró en Ya sentarás cabeza (Libros del Asteroide) de «generaciones de necios oreados» que trocaron los libritos por los vuelos. Son aquellos a los que, a despecho de haberse formado y deformado en el último rincón del globo, se les sigue viendo el pelo de la dehesa. ¿Será así como las generaciones ulteriores habrán de recordarnos?