Extracto del medio de comunicación

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Gente que se fue, de David Gistau (Círculo de tiza). Empezamos mal si digo que el universo mental del autor no puede resultarme más ajeno. No me gusta el fútbol ni el boxeo, y la estricta generación orteguiana que nos separa parece un muro de hierro: no vi de niño Aplauso, con Giorgio Aresu, ni Vacaciones en el mar; Mazinger Z no atiza mi nostalgia y tampoco recuerdo a López-Iturriaga ejecutando un tiro en suspensión. Sin embargo, su barrio se parece mucho al mío y su Madrid es inequívocamente la ciudad que habito. He frecuentado los mismos conciliábulos de escritores noveles, “barcos cargados de ánimas errantes”, y me he hecho fuerte en bares cuyos camareros son muñidores, compinches y escuderos. Hasta las reglas que en este mundo rigen son también las mías: lo que lleva al Martillo Guzmán a aventar sus últimos cartuchos vitales es lo que lleva al propio Gistau a hacerse pasar por una vieja gloria del Madrid, exponiendo los tobillos a los tacos homicidas de varios borrachos, y lo que mueve a Arturo Osuna a afear a los parroquianos de un bar de carretera que no sepan lo que es un negroni, so peligro de que le partan la cabeza con una porra en que se lee “Recuerdo de Calatayud”; comprendo, en suma, que Mauro Gentile se disfrazase del Zorro y enarbolase una espada de juguete delante de la policía: porque es mejor morir como El Zorro que vivir como Mauro Gentile. Sirvan estos ejemplos, que sonarán a chino a quienes no hayan leído el libro, para expresar mi queja ante el hecho de que dichas reglas no dominen también la realidad. Como nadie me creerá si digo que acabé su lectura entre aplausos, baste afirmar que lo pasé como un enano. Para descubrir quién es la “gente que se fue” lean el relato homónimo, obra maestra de ochenta páginas que se cuenta, a juicio de quien esto escribe, entre lo mejor de Gistau.

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