Extracto del medio de comunicación

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El fin de la feria

La periodista y escritora Ana Iris Simón predica que el fin de la feria ha llegado. Y, por desgracia, parece tener razón. Nacida en una familia de abuelos feriantes, en los veranos de su infancia recorría pueblos de España llevando la ilusión, las luces y la magia asociadas a estas fiestas. Ahora, desde que vivimos instalados en la modernidad, que nuestro modo de vida es siempre luces, magia e ilusión, la autora defiende que la feria ya no tiene sentido, que se ha perdido su excepcionalidad. Un ¿progreso? social que detalla muy bien en su primer libro, Feria (Círculo de Tiza).

¿Por qué anuncias que se ha acabado la feria?

Si el mundo se convierte en una feria, la feria misma deja de tener sentido. La profesión de mis abuelos fue al final como yo fui leyendo la globalización. Cómo iban apareciendo centros comerciales, cómo iban poniendo franquicias… parece que siempre han estado ahí, pero la primera vez que montaron un Burguer King en mi pueblo fue un eventazo: era como entrar en la modernidad.

Así, a través de la vida de mis abuelos, fue como fui entendiendo la globalización y la muerte de los rituales: si al final estamos siempre de fiesta y podemos consumir todo a golpe de click, todo se convierte en una fiesta, en una feria. Creo que hemos acabado con las cosas especiales, algo que en el libro llamo el fin de la excepcionalidad.

En paralelo a la globalización, también apuntas que vivimos en una ola de crueldad que ha llegado más a nuestros ojos que a la realidad.

Sí. Con esto me refiero a la tendencia a sobredimensionar. Hablo por ejemplo de los perros y los petardos. Me parece bien que los dueños no quieran que sus perros pasen miedo. Pero de ahí a demonizar a los críos porque tiren petardos hay un trecho.

Critico la tendencia a ver en todo un problema o un mal exacerbado. También a leer con ojos urbanitas el medio rural. Siempre digo, como Andrea Abreu en su libro Panza de burro, que los pueblos también son perros despeluchados por la calle con hambre. Creo que mirar con ojos urbanitas otras realidades nos lleva a una reducción a lo absurdo.

Parece que buscamos adaptar nuestro mundo al suyo.

El libro Un Hípster en la España Vacía de Daniel Gascón retrata muy bien este fenómeno: el desprecio, desde los valores urbanitas, de lo rural. Incluso de alguien como yo, que ha nacido en un pueblo, pero se ha civilizado a sí mismo o ha hecho un gran esfuerzo por salirse del pueblo. Gascón retrata un fenómeno que es el de la mirada reformista, es decir, una vez que una persona rural se ha quitado de bárbaro, tiene que quitar de bárbaros a los de su pueblo.

Justo me estoy acordando de una frase que citas en el libro: “No hay otros mundos, pero sí hay otros ojos”.

Esa es una frase de una canción ‘Mar antiguo’ de El último de la fila que estuve escuchando en bucle mientras escribía el libro. Me gusta mucho porque el mundo es el que es, aunque estés marcado por múltiples cosas.

Todo eso que derribas en el libro, es la modernidad por la que lucharon nuestros padres.

Yo siento envidia por la vida que llevaban mis padres. Con mi padre discuto por esto todo el rato. Soy consciente de que hay conquistas generacionales, pero también hay cagadas generacionales. La modernidad se basa en creer que dar dos pasos para adelante siempre está bien: el problema es cuando se dan en el sentido equivocado.

El otro día mi padre me decía que si yo había vivido mejor que ellos. Sé que he vivido con más facilidades materiales, que he ido a un colegio en el que no se me imponían cosas, que me he alimentado mejor… pero también hay cagadas. Igual que lo que nosotros estamos construyendo: sería inocente pensar que todo está bien. Nuestros hijos nos reprocharán cosas. Yo pongo en cuestión algunas de las lógicas del progreso o haber hipotecado cosas en nombre suyo.

Como haber permitido que el mercado arrasara con todo.

Justo ayer pensaba que muchas de las conquistas del feminismo no lo son tanto. Por ejemplo, la incorporación de la mujer al mercado laboral. ¿No es más una conquista del capital? Porque en la práctica es cambiar un patrón por otro: celebrar quitarse el yugo del patriarcado por el del capital.

Igual la conquista real era repensar el modelo económico, no cambiar el yugo. O la pastilla anticonceptiva. En su momento fue una revolución feminista, pero a día de hoy es vista por muchas mujeres como una aberración farmacológica que sirve para que los hombres puedan eyacular dentro de nosotras. Es muy difícil distinguir hasta qué punto es una conquista social o una conquista del modelo socioeconómico en el que vivimos. Mi crítica va a un poco en ese sentido. Sigo hablando como mujer: mi madre tuvo hijos joven, algo que venía de un imperativo del momento. Ahora sucede lo contrario, pero nos creemos que no hay imperativos y claro que los hay. A la que tiene hijos joven se le estigmatiza, porque no puede desarrollarse como mujer. ¿Esto era una conquista? Creo que hay que ver las cosas con toda su complejidad.

¿Cómo era ese mundo de la feria? ¿Cómo lo recuerdas?

Muy especial, era muy feliz, era como ser un poquito salvaje. Yo como nací en un pueblo pequeño, eso ya lo tenía. Imagínate, como cuento en el libro, que un niño de cinco años se escapara para ir a misa en medio de Madrid y que volviera dos horas después. Eso mis padres no lo veían extraño.

Churrería en una feria de Cataluña

Yo iba a vender periódicos de casa en casa, o me iba al descampado a pasar horas. Yo ya era salvaje, pero la feria era el máximo exponente de esto. Yo dormía con mis abuelos en una caseta de 2×10 metros cuadrados, meábamos en una palangana, nos duchábamos con una manguera… lo que era especial era formar parte de un plantel y un decorado que hacía felices a muchas personas cada verano. Algo que tiene que ver mucho con lo ritual, con lo mágico.

Como cuento en el libro, también era algo de lo que me avergonzaba. De los feriantes se tiene la idea de que son unos quinquis, que tienen las camisetas llenas de lamparones y escuchan a Camela todo el día, o eso piensa la gente. Así que no lo contaba.

Y ahí está mi paradoja: era el sitio donde más feliz me encontraba, pero no se lo contaba a nadie. He descubierto, volviendo a la infancia, todos los tabús y todos los estigmas con los que cargamos desde pequeños. Yo era consciente de las clases sociales, el lumpen, todo lo que tenía que ver con el capital cultural…

Escuchando el tono de voz que pones al hablar de la feria, ¿no hay algo de nostalgia ahí?

Me lo decía Eva Serrano, mi editora, cuando hablábamos sobre esto. Me decía que nuestra generación podía rescatar lo bueno porque éramos niños y no vivimos lo malo. Obviamente, pero ¿hasta qué punto no romantizamos el presente? ¿O el futuro, que es aún peor?

Coches de choque: imprescindibles en una buena feria

Creo que pecamos mucho de nostálgicos, lo que es una industria muy potente. Creo que se está más a gusto en el pasado que en el presente, al menos para esta generación que no tiene certezas, que yo creo que es lo que nos diferencia de la generación de nuestros padres.

Cambiando un poco de tercio… en el libro tratas a La Mancha como un personaje.

Sí. Es que al final La Mancha es muy especial. Todos los sitios tienen su encanto y hay que conocerlos bien. También en relación al Quijote: hay mucho mito alrededor de ella porque está muy relacionada a la historia de España a través de la literatura y de una caricatura que realiza Cervantes de ella. También es un homenaje, obviamente, pero, ¿por qué Don Quijote decide llamarse de La Mancha? Porque es un páramo, un secarral que todos conciben como una tierra fea, aunque es preciosa.

Si Cervantes lo hubiera asentado en Covadonga y las montañas asturianas, hubiese sido más épico y por lo tanto no tan quijotesco. La Mancha es un personaje porque la tierra condiciona a la gente. Es curioso porque es una tierra que ha construido su historia o su personalidad en torno a su literatura. Además, he de apuntar que todo el plantel y toda la hegemonía de la comedia de este país es de los manchegos. Y esto es porque son una gente muy dada a la autoparodia por haber nacido allí.

Otra cosa que es casi un subgénero dentro del libro es el lenguaje.

Sí. Al final, si yo estaba hablando de mi abuelo, tenía que hablar como él. Yo quizá no tenga tanto deje ni tanto acento ni tiendo tanto a los localismos, pero tenía que hablar con sus palabras, con sus lenguajes. Y aunque no todo el libro trate de representar ese lenguaje, sí que tenía que reproducir como hablaba mi abuelo.

La virgen de agosto

Dentro de ese lenguaje tan local, seguro que hay múltiples palabras para referirse al viento. Y es que no se puede entender La Mancha sin él.

Total. Al final hay una carta que le escribo a mi hijo que no tengo en la que le hablo de todas las características de esta tierra. Sí, La Mancha no se entiende sin el viento. Cuando la gente dice que Almodóvar es un genio a mí me parece que no ha inventado nadaVolver es una historia “real”, la gente se aparece en La Mancha, y las señoras van a limpiar las tumbas y hablan de que se le apareció noséquién. Esa tierra es así.