Tumbas célebres

31 mayo 2023

A la gente gallita que noto demasiado endiosada le doy el día hablándole de la muerte. Palidecen al enterarse de que cada segundo mueren dos personas en el mundo y de pronto caen en la cuenta que, en cualquier instante, pueden ser una de ellas. ¡Cómo se les baja los humos a esos hijos de perra! Un segundo es también lo que tarda un millón de nuestras células en inmolarse en beneficio del organismo. El cuerpo guarda en su intimidad lecciones y metáforas que, de conocerlas, aplicaríamos a nuestro día a día. La moderación, el equilibrio y la colaboración celular es lo que permite que estés ahora leyendo o esperando con ansiedad a que llegue el metro. Las egoístas son las que imprimen el caos. Cuando la soberbia de estos dioses engreídos se torna en silencio hasta el punto de hacerme pensar que han sufrido algún contratiempo en el Área de Broca, les recomiendo los efectos de diazepam natural que tiene darse un buen paseo por un cementerio, los efectos saludables de caminar despacio entre desconocidos y cipreses.

«En los cementerios de París todo el mundo se arremolina junto a las tumbas de los famosos, besa la piedra, deposita flores o fotografías o libros o discos, a veces cigarrillos. Siempre que voy siento algo de lástima por los que están alrededor, los que no tienen un nombre importante. La gente pisa sus lápidas para acercarse a las tumbas célebres, se convierten en poco más que escalones y superficies para dejar el abrigo y apoyar el teléfono. Veo esas cosas y me acuerdo del cementerio de Saiar, donde vive ahora papá y donde no hay nadie tan importante como Oscar Wilde o Jim Morrison», escribe Guillermo Alonso en ‘La lengua entre los dientes’.

Buscando la tumba de Agnès Varda en el Cementerio de Montparnasse me paré en la de un niño que acababa de morir. Las flores estaban frescas y el osito recién comprado, y se me vino a la cabeza una frase de la escritora Valeria Luiselli que dice más o menos así: «Buscar una tumba en un cementerio es parecido a buscar un rostro desconocido entre la multitud: cada persona podría ser la que nos espera; cualquier lápida, la que buscamos. Para dar con una o con la otra, hace falta circular entre gente y mausoleos, esperar con toda paciencia hasta que suceda el encuentro». Ella lo explica durante su visita al Cimitero di San Michele de Venecia. Volviendo a París, sobre la tumba de Agnès Varda hay siempre patatas recién sacadas de la tierra, fotos, escritos… Cerca de la tumba de Agnès Varda hay también un banquito donde sentarse a pensar. Un espacio humilde, bajo un árbol, donde he respirado alguna vez en mis caminatas de buscador. «Un árbol. Su sombra, / y la tierra: / las raíces que la penetran y se aferran», escribe el poeta Joseph Brodsky, enterrado en San Michele, esa isla rectangular «aislada de Venecia por un brazo de agua y una muralla».

«De todos los niños emigrantes, el 80% son violados antes de llegar a la frontera. Ha habido más de once mil secuestros en seis meses, ciento veinte muertos, setenta y dos asesinados por la espalda por los Zetas, cuando los migrantes se negaron a trabajar para ellos», dice Valeria Luiselli en ese libro delicioso de entrevistas que es ‘Gente que cuenta’, de Anatxu Zabalbeascoa.

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