Un fondo de pereza

26 octubre 2021

Me gusta, como Duchamp, respirar más que trabajar. «Me hubiera gustado trabajar pero había en mí un fondo de pereza tremendo. Nunca he trabajado para vivir. Trabajar para vivir es, en cierto modo, una estupidez desde el punto de vista económico», decía el francés. Me gustaría contar con toda esa energía que se necesita para salir todas las mañanas con una sonrisa a comerme el mundo, contar con la ambición necesaria de competir por un puesto mejor y dejarme la piel en la oficina para no defraudar a mi jefe, a mi familia, a los que esperaron siempre tanto de mí.

«Ser el activo y pesado Picasso y producir todo el rato, pero también ser el indolente y gran amante del juego que fue Duchamp, y prodigarme lo menos posible y en realidad no hacer nada y practicar el arte de saber respirar y de caminar por la Quinta Avenida. Hablar mucho, como mi padre, y a la vez conocer las sabias pautas del silencio, como mi madre. Dos posibilidades de las que ya habló Kafka: hacerse infinitamente pequeño o serlo. Y en realidad suscribir aquello que decía el propio Duchamp: «Siempre me he forzado a la contradicción, para evitar conformarme con mi propio gusto», escribe Enrique Vila-Matas en «Impón tu suerte».

Si es para trabajar mucho, conmigo no contéis. Llamadme para ir una tarde a pescar o a contemplar un atardecer desde lo alto de la ciudad. Llamadme para compartir el pan en una mesa de mantel con cuadro azules y una botella de vino de Ronda sin prisas, porque todo lo que tiene prisas sale mal.

«Levántate y anda. Recorre los caminos que quedan por hollar. Compórtate como si la vida fuera a durar solamente cinco minutos. Salta de la cama y contempla cómo el sol se alza sobre el horizonte. Sube a un tejado y mira el brillo azul de Vega en el cénit de la noche», dice Pedro Cuartango en «Elogio de la quietud».

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