Extracto del medio de comunicación

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Karina Sainz Borgo: «La ira es un motor importante cuando escribo»

Está más acostumbrada a preguntar pero desde hace unos meses -desde que se ha convertido en una de las escritoras más interesantes del momento- las preguntas le llegan a ella. Las recibe con el mismo entusiasmo con el que antes las lanzaba. Su inteligencia se mantiene intacta, así que cada respuesta parece lista para enmarcar. También incólume se ha mantenido ese manejo virtuoso de un lenguaje que ama y moldea en cada una de sus obras. La última es Crónicas Barbitúricas (Círculo de Tiza), una excelente compilación de crónicas cortas e intensas que recogen su llegada en 2006 a un país que se asomaba al abismo sin saberlo -España-, huyendo de otro que se había instalado definitivamente en la hecatombe -Venezuela-. Con Karina Sainz Borgo hablamos de periodismo y literatura en estos ‘Tiempos Modernos’.

-¿Tu barbitúrico favorito es la escritura o, más bien, el que menos daño te hace? Porque en el prólogo dices que para ti la literatura es como una automedicación…
-Es totalmente cierto: es el barbitúrico que mejor me va porque los otros me jodieron la vida. La literatura me pegó muy fuerte en España, quizás porque era más joven, porque era más inmadura o vete tú a saber… Pero no sé, tenía la intuición de que cuando yo escribiese iba a estar lúcida.

-¿Y la lectura? Porque este es un libro de la formación de una gran lectora, ¿no?
-Sí, pero es que yo no concibo la escritura sin la lectura porque están implícitas. Un escritor que no lee es un escritor sin alma. Como dice Pérez-Reverte, es un escritor que está muerto. La escritura es un abrevadero. Y eso les pasa un poco a los que dejan de leer, que tienen sed.

-Me gusta mucho una frase que dices en el prólogo: “El tiempo también escribe”. Y hay muchas crónicas tuyas fechadas en 2006. ¿Cómo le ha afectado el tiempo a estas crónicas? ¿Has revisado algunas de ellas?
-Todas están revisadas y reescritas. Me parecía que se podían editar sin alterarles la frescura y creo que así ha sido. El espíritu lo dejé intacto pero lo que quité es la herramienta, la carpintería y eso también escribe. Yo escribo mejor y he mejorado técnicamente en estos años. Y ofrecerle al lector estas crónicas un poco entumecidas por la inexperiencia no me parecía correcto. Creo que el primer compromiso con el lector es la palabra, por encima de cualquier cosa, la calidad de la palabra. Por eso las reescribí.

-¿Qué relación tenías tú con la crónica como género?
-Mucha y muy directa porque todas las voces literarias con las que yo me había formado, todos los escritores con los que me había reventado la cabeza son cronistas. Por ejemplo, Alma Guillermoprieto, me formé leyendo sus obras. De la misma manera que toda la literatura argentina que rozaba el periodismo como Tomás Eloy Martínez; Carlos Monsiváis y sus crónicas me cambiaron el paradigma. La misma Susan Sontag es ensayista y novelista pero tenía un gusto periodístico muy grande. Así que toda mi constelación literaria y periodística viene de ahí. A partir de ellos yo empeizo a caminar en la ficción porque me encuentro más cómoda y porque no me gustaba ese catecismo perioístico de tener que señalar la verdad por todas partes. Sin duda, la crónica a mí me marcó muchísimo.

-¿Cómo fue esa llegada a España? Una de las cosas que más sorprende, y se lee muy bien en la primera crónica, es cómo tú paseabas por Madrid y te extrañabas de no ver a nadie amenazante cerca.
-La primera crónica del libro la escribí el mismo día que llegué. Me acuerdo perfectamente porque estábamos en una habitación muy pequeña en un ático y estaba fumando un cigarrillo y apestaba a tabaco y me acuerdo porque hacía frío, porque yo estaba de mal humor. Estaba llegando a una zona genial de Madrid que es Princesa y no me hallaba… No sé si por inexperta y por ese sentimiento constante de sentirme amenazada y es algo que me costó unos cuantos años quitarme. Y es algo que me pasa mucho cuando voy a un sitio que pertenece a una de esas sociedades complicadas, que se me sube un poco la guardia pero luego baja. Normalmente baja.

-En otra de las crónicas, la que escribes diez años después de esa llegada, donde recuerdas que llegaste un 12 de octubre de 2006 y que llevabas una camiseta blanca que ponía ‘Sudaca’. ¿Es verdad?
-Es verdad, sí, sí. No me gusta mucho repasar esa foto porque es una foto en un mosaico del Aeropuerto Internacional Simón Bolivar que se convirtió en símbolo de la diáspora y yo creo que se ha sobreutilizado, casi convirtiéndolo en un tópico. Y por eso yo no la saco. Pero esas eran unas camisetas que hicieron unas compañeras de la universidad. Se trataba de quitarle hierro al tema sin dejar de utilizar la ironía. Yo creo que fue una boutade y símbolo de la edad, en la que una es frívola en algunas cosas, claro.

-El libro es también crónica de viajes y, muy especialmente, de Madrid y de sus lugares más míticos: el Café Comercial, Recoletos, el barrio de las Letras, Sol… ¿Cómo descubriste Madrid y qué es para ti ahora esta ciudad?
-Madrid es la relación más larga que yo he tenido, sinceramente. Y Madrid es una ciudad de una generosidad invalorable por lo hermosa que es: primero porque el cielo normalmente siempre está despejado y es azul. Esta ciudad acoge bien a mucha gente. Es una ciudad grande que se comporta con la amabilidad de las ciudades pequeñas. Y eso no es algo muy común ni en Europa ni en América. Creo que, quizás, Italia tiene determinados sitios así. Ahora sí lo digo con propiedad porque me he pateado media Italia. No, en realidad, Madrid es un enamoramiento. Yo todavía no he llegado a la fase que dicen que la pasión en los matrimonios dura tres años… Pues bueno, es una cursilería pero con Madrid no he llegado a la etapa del aburrimiento. A mí Madrid no me aburre, para nada. Al contrario, cuanto más la conozco, mejor me sabe.

-Muchas de las crónicas están escritas en plena efervenceca de la crisis de 2008 pero claro, tú venías de un país donde la crisis era mucho peor. ¿No sé si la crisis española no te parecía tan grave comparada con la venezolana?
-No, no. Lo que me parecía curioso es que nosotros ya estábamos familiarizados con la crisis y el estallido social y quizás miraba todo eso con una mirada más fría. Porque, realmente, la crisis arrastró a muchísima gente. Esta era una tragedia dispuesta en una sociedad civilizada donde el Estado intentaba garantizar cosas, y eso te deja un percepción completamente distinta a la que yo tenía de mi país, que es un Estado desbordado por la pobreza y la miseria. Nunca dije que hubiese crisis aquí, al contrario.

-No, claro, absolutamente. De hecho, hay otra crónica en la que tú hablas de ‘En la orilla’ de Chirbes y de la escopeta y dices eso que es muy revelador: esa escopeta con la que finalmente se mata Blesa, ¿tiene algo que ver con la de la novela de Chirbes? Porque parece que, de algún modo, dialogan y ese es el gran poder de la buena literatura, ¿no?, su capacidad anticipatoria.
-Sin duda, esa es una de las novelas más claras sobre la crisis y mejor ejecutadas, sí. Es que tengo la costumbre patológica de encontrar alegorías literarias en la realidad. Porque, en el fondo, la literatura siempre ha trabajado con dotar de una cierta explicación a la realidad. Esas grandes novelas que hemos leído siempre están hablando de poder, de una relación con los hechos, con la verdad. Estos días he estado escuchando a Javier Cercas a propósito de las preguntas que te plantea la literatura sobre la realidad y por eso yo tengo esa costumbre: siempre mirando y rebuscando en mi biblioteca personal y psicológica. Por eso me la paso viendo Hamlet y Lady Macbeth todos los días y por todas partes.

-Y aquí hay, por supuesto, crónicas dedicadas a tus grandes pasiones: el fútbol, la ópera y los toros. ¿Esa pasión por el Real Madrid te entró al llegar? Hay un momento en una crónica en la que estás en el Bernabeu y piensas: “No soy de aquí  pero viendo el fútbol lo olvida por unos instantes”.
-Yo ya venía siguiendo el fútbol pero el que yo contralaba era el Calcio y tenía una relación más accidentada con la Liga Española. También es verdad que el fútbol no era igual en aquellos años. Pero también está la ópera y los toros claro, que me vuelven loca. Mi relación con la ópera y los toros sí se profundiza estando yo en España. Trabajo mi melomanía mucho aquí y con los toros también, que yo no era aficionada y alguien me dijo: los vas a amar o los vas a odiar. Y cuando fui la primera vez me enamoré completamente. Y eso sí me hace a mí una tipa bastante punky. Me hace sentir rompedora. Ahora que nadie habla de la muerte y habla sólo de la enfermedad cuando se supera y de la vejez cuando es pintoresca… Todo el mundo se quiere olvidar de que se va a morir y los toros te lo recuerdan con una plasticidad tremenda. Sí, claro, hay un mundo cruel donde la gente se muere, sufre y sangra… ¡Qué vaina chico! ¡Qué problema!

-Queda mejor decir que te encanta la ópera y el fútbol, pero decir que te gustan los toros no es políticamente correcto, ¿no?
-Claro, si dijera que me encantan los gatitos sería otra cosa. Me interesa la belleza trágica y hermosa de los toros. Como todo, se puede discutir, por supuesto. A nadie le gusta ver cómo se mata mal ni el sufrimiento gratuito. Yo siempre digo que este es un mundo que ha renunciado a la complejidad, un mundo que prefiere los mensaje simples y Crónicas Barbitúricas es, en este sentido, un libro bastante complicado porque no milita en determinados discursos que cotizan al alza en el mercado de la cursilería y la ñoñería y de los moñas.

-Tú militas más en la ira y el asombro que aparecen en el subtítulo de tu libro.
-Yo digo en un texto del libro que sólo dos cosas me acompañan, que sólo dos cosas conservo: el asombro y la ira. Y hoy me sigue pasando. La ira es un motor importante cuando escribo porque me enciende. A mí me mantiene viva. Y me parece que eso es lo que hace a este libro especial. Retrata una España vista con los ojos de alguien de fuera. Es una España que en diez años ha cambiado mucho: hay cosas que han renacido y otras han rebrotado. Así que yo quería ofrecer mi testimonio de todo esto. Sólo eso.