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Extracto del medio de comunicación

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Leer es un riesgo: sobre la responsabilidad de ser un poco menos estúpidos

Esa es la teoría de Alfonso Berardinelli, el agitador cultural más indómito y polémico de Italia, en Leer es un riesgo (Círculo de Tiza).

Un detalle de la portada de 'Leer es un riesgo'.

Leer es un acto de insurrección. Un riesgo. Un contagio Gracias a su lenta acción de riego se han declarado independencias; defenestrado elites religiosas y políticas. Leer es traicionar a las versiones más precarias de nosotros mismosEsa es la teoría del crítico literario y ensayista Alfonso Berardinelli (Roma 1947), el agitador cultural más indómito y polémico de Italia, en Leer es un riesgo (Círculo de Tiza), un volumen que recoge sus reflexiones acerca del acto de la lectura y de los cánones literarios que han articulado esa experiencia como lugar individual y universal.

Leer es traicionar a las versiones más precarias de nosotros mismos

. Esa es la teoría de Alfonso Berardinelli, el agitador cultural más indómito y polémico de Italia

En las páginas de este libro, el intelectual Berardinelli  piensa con acidez y urgencia sobre el acto de la lectura como práctica ciudadana y espacio de individuación; como acción proveedora de identidad y autonomía. Lo hace, todo sea dicho, sin buenismos ni catequesisLa médula de su reflexión parte de la lectura como un acto excepcional, producto de una construcción cultural que genera al mismo tiempo- libertad individual y, si se quiere, una colectiva producto de la sumatoria implícita de la primera. Leer solo es posible gracias al silencio que solo consiguen los hombres y mujeres que son capaces de defender esa soledad que la hace posible, pero el acompañamiento de esas muchas soledades genera un espacio común de acuerdo.

«Leer, querer leer y saber leer son costumbres cada vez menos garantizadas. Leer libros no es algo natural y necesario como caminar, comer, hablar o usar los cinco sentidos. No es una actividad vital, ni en el plano fisiológico ni en el social. Viene después, implica una atención especialmente consciente y voluntaria hacia uno mismo. Leer literatura, filosofía y ciencia, si no se hace por trabajo, es un lujo, una pasión noble o ligeramente perversa, un vicio que la sociedad no censura. Es tanto un placer como un propósito de mejora”, escribe Alfonso Berardinelli.

Leer es un riesgo opone la lectura –la práctica en sí y la reflexión sobre su naturaleza- al pensamiento insustancial. Leer como propósito, como camino hacia la virtud. Leer como obligación moral –no moralista-. Leer es la elección individual de ser menos estúpidos, algo que necesariamente no nos hará más felices. De ahí que la lectura suponga un riesgo: a contraer la la responsabilidad que genera en nosotros aquello que hace pozo. Berardinelli, quien en 1995 renunció a su cátedra en la universidad para protestar contra el “corporativismo conservador de la cultura italiana”, ejecuta en este ensayo un ejercicio de coherencia vital e intelectual que imprime en el lector una experiencia comprometida; sin ñoñeces ni adanismos. Sólo advierte el degollamiento que hay detrás del canto de cada página. Una vez convertidos en lectores, ya nunca podremos anhelar a la inocencia –mejor dicho, la exculpación- que concede la ignorancia.

La putada de leer tal y como la entiende Berardinelli radica en el hecho de que, justamente gracias a la lectura, no podemos hacernos los encontradizos con las contradicciones y las inconsistencias

La putada de leer tal y como la entiende Berardinelli radica en el hecho de que, justamente gracias a la lectura, no podemos hacernos los encontradizos con las  inconsistencias que aprendemos a desentrañar por el conocimiento que hemos adquirido. Todo cuanto se decanta de la experiencia lectora nos ayuda a diferenciar lo pútrido de aquello que florece, no importa los perfumes con quien alguien los rocíe: veremos el vertedero ahí donde otros ven un jardín. Lo que dice Berardineli en estas páginas es que leer nos pone en el riesgo de ser responsables de nuestro propio conocimiento; de lo que ya sabemos, de lo que nos protege en el error en el que voluntariamente incurriremos. Y eso, en días de populismo sentimental y memes de gatos, es una putada.

Lo mejor de Berardinelli es lo incómodo. ¿Quién ha visto que en la tumbona de la simpleza pueda gestarse algo que tenga consecuencias? Algo que trace surcos en una tierra arrasada de humanos que olvidan. A lo largo de estas páginas, Berardinelli hace un repaso al canon literario y a la crítica que configura este canon, al asomarse a la obra de autores como Pasolini, Italo Calvino, Elsa Morante, Umberto Eco, Henry Miller o Bertold Bretch. Para Berardinelli la lectura es conocimiento, identificación, escándalo y evasión. Valiéndose de ese recorrido, Berardinelli alerta sobre los peligros de la tecnología, la banalidad de autores sagrados o el mercantilismo de la industria cultural. La pira, la moledora de carne, la picadora de papel que entiende los libros y los zapatos como parte de una misma cadena. En este libro Berardinelli plantea una reivindicación del valor de la independencia y la necesidad de tomar distancia con el pensamiento dominante:

«Sociedad e individuo, autonomía personal y bienestar público, son dos fines no siempre compatibles, en ocasiones antagónicos, entre los que se debate nuestra cultura. No podemos evitar mostrarnos de acuerdo con la necesidad de igualdad y de singularidad. Sin embargo, cuando vivimos nuestra cotidianeidad personal y cuando reflexionamos sobre política y elegimos a nuestros gobiernos, este doble beneplácito crea un conflicto entre deseos y deberes.

Con todo, también resulta arriesgada la lectura de los clásicos premodernos, es decir, de Montaigne, Cervantes o Shakespeare, que reinventaron géneros literarios fundamentales como el ensayo, la épica y el teatro. Los problemas y los valores que caracterizan la modernidad occidental, como la libertad, la creatividad, la revuelta y la angustia, se manifiestan con claridad sobre todo a principios del siglo XVII, y crecerán hasta barrer y destruir la tradición precedente grecolatina y medieval (…)”.

Si hay una idea importante que sujeta el libro, una que no debería olvidar ningún lector, es la consecuencia que toda lectura genera: la necesidad que despierta en otros de escribir. Quizá convendría empapelar una ciudad con sus advertencias, a saber: «Convertirse en escritor o en crítico literario después de haber leído a uno o más autores, quiere decir, en el primer caso, imitar, desafiar, retomar, tratar de superar un modelo o  decidir  derribar  un  ídolo;  en  el  segundo,  quiere  decir  transformarse de lector en superlector, lector al cuadrado, lector que escribe sobre lo que ha leído, que intensifica el acto de leer elaborando métodos para leer mejor o para extraer el máximo provecho científico, moral e ideológico de la lectura». Otra vez apunta a la responsabilidad que conlleva el privilegio que conceden los libros a las personas de ser un poco menos estúpidos cada día. Una actitud entre moral y estética que invita a caminar, siempre, sosteniendo el bisturí del extrañamiento, el lugar silencioso donde el individuo se reafirma como tal con un libro entre las manos.