El yin y el yang
Cuando Ursula K. Le Guin era joven, o quizá todavía una niña, veía a su padre leyendo un libro encuadernado en piel amarilla con caracteres chinos. Era el Tao Te Ching. El padre de Ursula tomaba notas de este libro milenario y misterioso. «¿Qué haces?», le preguntó un día a su padre. Y este respondió: «Tomo notas de pasajes que me gustaría que leyerais en mi funeral». En ese mismo libro de su padre, Ursula dejó también marcados los capítulos del Tao que deberían recitarse el día de su muerte, que se produjo a principios de 2018.
«El capitalismo, que deja de existir cuando no se expande su imperio, establece una frontera siempre móvil, y sus conquistadores (los que están del lado del yang) persiguen siempre el Dorado. Protestan que nunca se es lo bastante rico. Mis ficciones realistas tratan en su mayoría sobre la gente que está al lado del yin de la frontera: amas de casa, camareras, bibliotecarias, gerentes de pequeños moteles. La gente que, se diría, vive en la planta baja, en el mundo roto que dejan a su paso los conquistadores», dice Ursula K. Le Guin en Contar es escuchar.
Algunas veces, antes de salir de casa, cojo mi Tao y leo cualquier pasaje. Esta mañana lo he abierto y me he encontrado con esto: «Cuantas más restricciones y prohibiciones en el mundo, mayor pobreza. Cuantos más expertos en el gobierno, mayor desorden. Cuanto más ingenioso el hábil, más monstruosos sus inventos. Cuanto más se clama por la ley y el orden, más ladrones y estafadores». ¡Madre mía, qué actualidad! ¿Pero no se había escrito esta obra china hace 2.500 años?
«Chino: todo lo que no se entiende», escribía Flaubert en su Diccionario de lugares comunes. Pero los tópicos no son inmortales. Hoy en China el viajero, avezado en el capitalismo profundo, lo entiende precisamente todo. Y aun cuando los cambios de allí no puedan despertarle pasión alguna, puede llegar a valorar que al menos hayan roto con una fatalidad común a algunos pueblos, el nuestro entre ellos: esa idea de que hay que permanecer apegados a las esencias patrias, eternizadas incluso; en nuestro caso concreto, ser fieles a la chusca adoración de un don Tancredo podrido y eterno», escribe Enrique Vila-Matas en Impón tu suerte.
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