El mar, la mar
Al principio está el mar. Un hombre caminando por la orilla. Un anciano avanzando entre el rumor salinoso del agua y un aire solar de siglos. En los primeros versos de nuestra literatura está la cólera, la peste apolínea, la pandemia, la guerra y el fuego, pero también el mar, con su discurso de salitre, y los barcos asediando la tierra ajena, las costas de Príamo. El mar, la mar y una mujer. Cuando alguna vez me han preguntado cómo empieza nuestra literatura, respondo como lo hacía el profesor Coleman Silk en la novela «La mancha humana» de Philip Roth: «Con una riña. Toda la literatura europea surge de una pelea». Así lo explicaba Coleman a sus alumnos el primer día de clase al tiempo que cogía un ejemplar de la «Ilíada» y comenzaba a leer: «Canta, oh diosa,…»..
«En «La mancha humana», una de las tres novelas de su «Trilogía Americana», Zuckerman (una especie de alter ego de Roth) narra cómo la carrera universitaria de un profesor se viene abajo al ser acusado de racismo por una expresión desafortunada que choca con lo políticamente correcto. La confrontación de lo que uno siente y desea con las convenciones sociales constituye el motivo central de la obra de Roth, que en una entrevista realizada en 1985 apuntaba que sus libros giraban en torno «a la tensión entre el hambre de libertad personal y las fuerzas de la inhibición», señala Pedro G. Cuartango en «Iluminaciones».
Als (hals) llamaron los antiguos griegos al mar, imitando con la voz el sonido que las olas hacían al romper entre los guijarros: hals, hals, hals… Lo decía Platón: «El nombre es el intento de imitar el mundo a través de la voz». O Aristóteles: «Pues los nombres son imitaciones». El batir del océano, el trueno en la noche, el crujido ventoso de las ramas, el canto que sale de la siringe del mirlo, todas estas sonoridades de la naturaleza, estas fonaciones primigenias las fuimos interiorizando a través del oído y exteriorizándolas luego con la voz. Dicen que cuando hablamos se nos escucha a 40 decibelios y cuando gritamos a 130. Hoy casi todo es griterío, grosería, ruido y mal gusto. Decía María Zambrano, con la que compartiré cementerio si no me quemo antes, que la música nace cuando el grito se allana. Allanémoslo, cada uno por su cuenta. Recuperemos la cadencia, la serenidad del mar en su rumor ancestral, primordial, de aquellos tiempos en los que aún balbuceaba el mundo.
«El canto V de la «Odisea» no es solo una de las más grandes creaciones de la literatura universal. Resulta, sobre todo, una lúcida e impresionante reflexión sobre la condición humana. Se podría escribir todo un tratado filosófico sobre el poema épico de Homero. La diosa Atenea acude a Zeus para pedirle que libere a Ulises del cautiverio en la isla en la que convive con Calipso, una ninfa que le tiene retenido desde hace siete años. Zeus envía a Hermes para que convenza a Calipso, que no quiere renunciar a su amante. Finalmente accede y ayuda a Ulises a construir una balsa y le proporciona alimentos para retornar a Ítaca», escribe Cuartango.
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